Juan Manuel Abascal, amigo, compañero...
No podía amar a sus enemigos porque no los tenía;su amistad era amor
Lo comentamos con Mary hace unos días: eso de los viajes no era lo preferido por Juan Manuel, pero cuando lo programaba, bien concienzudo que ... era en sus preparativos. Minucioso en los detalles, y de modo especial —un pasiego de lujo— con las cuentas: al detalle, que ninguno perdiera un céntimo, pero que tampoco nadie se escaqueara. Hoy, Mary, cuando ya toca vivir de nuestros recuerdos, cómo no revivir aquel viaje a Compostela en Año Santo: un lujo, nada menos que ocho parejas —bien casadas, eso sí— en el Hostal de los Reyes Católicos y a los pies del Apóstol, con Botafumeiro y todo. Indulgencia plenaria, y años después, la aventura de los cuatro en Italia: Roma, Pisa, Florencia…, arte y belleza sin medida. Cuerpos maltratados, pero aún podíamos con todo. De aquí a la eternidad ¿puede pedirse más?
Hoy casi me siento incapaz de escribir un obituario de Juan Manuel. No es por desgana ni por flojera: tengo algunos amigos que no morirán nunca. Para Juan Manuel, con una excelente formación, la electricidad era lo suyo. En ella creía aunque jamás hubiera visto un electrón. Lo mismo que cualquier Nobel, como todos los mortales. ¿Acaso alguien vio un protón o algún tipo de quarks? Tenía fe. Fe humana, pero además divina. Para los cristianos, el mensaje de Jesús alimenta la esperanza en una vida eterna de nuestro espíritu, que posiblemente es lo que somos en realidad. Lo de la osamenta y la masa grasienta de nuestro cerebro, lo más corruptible, es otra cosa, pero de eso sí que no queda nada. Cuando vamos perdiendo a los amigos, y ya quedamos muy pocos, parece despertar ese semioculto rincón poético de nuestro corazón: «Puedo escribir los versos más tristes esta noche…». Pablo Neruda pierde a su amada: desgarro, vida, esperanza y amor; sobre todo amor. Del amor me gustaría escribir, pero me cuesta decirlo con las palabras precisas. Recurro a San Agustín: «Ama y haz lo que quieras». Juan Manuel amaba a Mary, a Juan Manuel y Ana, Mónica, Gabriel, sus hijos, a Juan, Gabriela, Tomás y Telmo, sus nietos, a su familia y a sus amigos. No podía amar a sus enemigos: no los tenía. La amistad de Juan era amor, y como dice la conocida canción, al final es de lo que nos van a examinar: del amor que aquí hemos sembrado y del que llevamos en las alforjas. Juan Manuel, querido amigo, con palabras de Miguel Hernández… «que tenemos que hablar de muchas cosas, compañero del alma, compañero»…, para este viaje definitivo siempre estuviste bien provisto y equipado. Le recordamos estos días tanto yo como mi mujer, Ana. Pero Juan Manuel, ¿cómo te vamos a olvidar?
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