Completamente agosto
España disfruta de uno de los sistemas vacacionales más generosos del mundo
Parafraseando a Luis García Montero: «Por sombrillas y chiringuitos, por oficinas cerradas, por toallas en las sillas y la nevera medio vacía, por las persianas ... bajadas y el correo sin abrir, quien se acerque a mi país, puede encontrar un mes completamente agosto». En una suerte de resistencia civil frente al estrés estructural, la sumisión a los horarios y la vorágine habitual, este mes nadie sabe bien en qué día vive. Es agosto. El cartero no llama, el fontanero no responde, los colegios están mudos y el gestor de tus cuentas está en Denia.
Es lunes, o domingo o jueves, ¿qué más da? No hay nadie en la oficina para comprobarlo. Agosto es el estado mental en que nos damos el lujo de desaparecer sin avisar, como si fuésemos millonarios del tiempo. Poco podía imaginar el primer emperador de Roma, Cayo Octavio Augusto, que el mes bautizado en su honor sería elevado, en algunos afortunados países del hemisferio norte, a epítome del dolce far niente (para todos aquellos cuyo modus vivendi no depende del turismo). Servicios mínimos y fábricas paradas, ciudades desiertas y pueblos en fiesta con banderines de verbena, playas saturadas y oficinas al ralentí… estaba siendo agosto por todos los rincones.
Nuestro país, detenido y plegado cual mantel después de una paella, no sólo ve al sol derretir sus relojes, como en los cuadros de Dalí, sino también las agendas. En España disfrutamos de uno de los sistemas vacacionales más generosos del mundo, con un total de 36 días de descanso al año (más los fines de semana): 22 días laborables a los que hay que añadir los 14 festivos (8 nacionales + 4 autonómicos + 2 locales). Mientras tanto, en el otro lado del mundo —pongamos que hablo de China— el sofocante mes de agosto es sinónimo de producción vertiginosa, de fábricas trabajando a tres turnos, de temporada alta en oficinas y de trabajo a destajo.
No existe allí –como en la mayor parte del mundo– esa 'tregua' llamada agosto en la que poder pegar a la puerta un cartel de 'Cerrado por vacaciones', ni programar una respuesta automática en tu correo electrónico: «Hola, estoy ausente por vacaciones. Responderé a mi regreso. Para consultas urgentes, blablabla…» En China, donde la cultura laboral promueve la productividad continua, su calendario anual sólo prevé 11 días festivos nacionales, permitiendo descansar únicamente las semanas fijadas de antemano por la empresa (aunque muchas de esas festividades, a su vez, se compensan trabajando horas extra o durante los fines de semana previos a los días festivos, lo cual no siempre representa un auténtico descanso). Allí, nuestro agosto es una quimera; un animal mítico, como los unicornios.
En sus odas, el poeta romano Horacio recitaba «Carpe diem, quam minimum credula postero». Es decir: «Aprovecha el día, confía lo menos posible en el mañana». Y, precisamente, el hashtag #carpediem acompaña estos días millones de posts en Instagram y TikTok con imágenes de viajes, de platos de comida, de bebidas con paisajes de fondo y la promesa de aventuras o momentos personales estimulantes. Pero la vida moderna no ha sido fiel al sentido clásico ni filosófico del texto de Horacio, tergiversando el significado de la frase original y equiparándolo a vivir intensamente y disfrutar del momento.
Mucho tiene que ver en este malentendido una famosa escena de la película 'El club de los poetas muertos' en la que el profesor Keating (Robin Williams) exhortaba a sus alumnos a pensar por sí mismos y rebelarse creativamente contra la rutina para hacer de su vida algo extraordinario. Pero no era ese sentido hedonista el que tenía en mente Horacio al escribir el poema, sino otro mucho más estoico-epicúreo: dado que el futuro es incierto, debemos ser plenamente responsables del momento, aprovechando el presente sin depender de lo que vendrá: «No te duermas en los laureles». «No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy». No era hedonismo, era lucidez. Cosecha hoy. Siembra hoy.
Así lo ven también los chinos, porque para ellos el tiempo no es lineal, ni finito o limitado, como lo era para Horacio. De tal manera, su acción y propósito vitales, tampoco son hedonistas. Por eso, muchos chinos se sorprenden (y a menudo se frustran) al toparse con nuestro 'agosto' de empresas cerradas, clientes o proveedores que no contestan emails o instituciones que demoran días o semanas sus respuestas.
En su mentalidad de 'si paras, pierdes', los chinos interpretan como una debilidad estructural y competitiva del sur de Europa esta 'manía' nuestra por descansar y parar a leer libros junto al mar durante días, mecernos a pierna suelta en la brisa estival, contemplar cómo se desdibujan los horizontes en una infinita paleta de azules o, sencillamente, dormir con las ventanas de par en par escuchando a los grillos… hasta que llega septiembre, ese volver a empezar, con olor a forro de libro de texto, con sus correos acumulados y la resaca de haber sentido —aún sólo por un instante— que la vida puede tener otro ritmo, que el tiempo no se gana, se vive, que existe un lugar mágico, fabricado con treinta y un días benditos pero improductivos, inútiles pero necesarios. Ante ese vértigo, nos queda el consuelo de saber que el próximo agosto está solo a once meses de distancia.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión