Hagan juego
Tres estrategias conviven en un escenario geopolítico sin árbitros
Hace algunos años conocí a una hermosa mujer rusa que, durante una larga etapa de su vida, había trabajado como croupier en un transatlántico de ... lujo. Me contó que en la mayoría de las travesías jugaba con los pasajeros al blackjack, al póker o al baccarat, pero que siempre que la tocaba navegar por Asia, un cocinero taiwanés la retaba a una partida al ajedrez y otra a las damas chinas. Al parecer, ella siempre le ganaba al ajedrez, pero nunca en las 'damas'.
No pude evitar acordarme de ella cuando, hace poco, escuché la brillantísima comparación que el profesor de la Universidad de Columbia, Jeffrey Sachs, hacía de las tres diferentes lógicas que emplean Vladimir Putin, Donald Trump y Xi Jinping en sus interacciones geopolíticas. Según Sachs cada una de las tres potencias está jugando una partida 'global' distinta: Rusia al ajedrez, EE UU al póker y China al Go. Esta bien traído el símil porque las dinámicas, ritmos, reglas, estrategias y procesos de toma de decisión en cada uno de estos tres juegos son reveladoramente distintas.
En concreto, que Donald juega al póker es evidente pues él a menudo espeta a socios y rivales que no disponen de las 'cartas' adecuadas. Lo que caracteriza a este juego es que el azar resulta un factor decisivo, lo cual obliga a cada actor, a través de engaños y creencias probabilísticas, a interpretar psicológicamente el comportamiento del contrario, especulando apuestas, a partir de gestos y ritmos. Gana quien logra 'leer' la mente del contrario. En el ajedrez, en cambio, la información es completa: ambos contrincantes ven el mismo tablero, disponen de las mismas piezas colocadas en exactamente el mismo orden, el azar no juega un papel protagonista y la victoria se logra evaluando objetivamente posiciones estáticas y dinámicas, intentando anticipar y neutralizar los planes del contrincante.
Es un juego de ataque frontal, sin faroles, empleando planificación estratégica y lógica combinatoria. Por su parte, aunque de dinámica algo más sencilla que el Go, las damas chinas comparten con el ajedrez la lógica espacial, sistémica y que en ninguno de ellos la 'suerte' es relevante. Sin embargo, mientras en el ajedrez hay que 'resolver un problema', en ambos juegos asiáticos –Go y damas chinas – no se trata tanto de eliminar a un enemigo directamente como, en cambio, de 'diseñar' un ecosistema, controlando el territorio, hasta acorralar al rival.
La comparación de Sachs parece ajustarse como un guante a la mentalidad de los tres líderes de marras: Donaldo, impulsivo, emocional y orientado a demostraciones de fuerza, se siente cómodo en la incertidumbre y la negociación, cree en su intuición y emplea la teatralidad como herramienta para descolocar al rival con movimientos rápidos. Rara vez sigue un plan fijo, prefiere la impredecibilidad y prioriza victorias visibles sobre estrategias sostenidas. Un 'todo o nada': eso es Trump. Un promotor inmobiliario del Brox.
Ni más ni menos: cara dura y golpes de efecto intimidatorios, imprevisibilidad calculada manteniendo el suspense. Sube la presión (amenazas arancelarias, ultimátum de defensa, etc) para buscar el guiño o el temblor de un rival. ¿Y Vladimiro? Frío, analítico, calculador, cruel y despiadado, está especialmente entrenado en este tipo de lides donde la lógica táctica y el análisis de fuerzas conducen al jaque. No es el tipo que apuesta todo de inmediato, ni el que busca un golpe de efecto. Más bien es el que mueve la torre, luego el alfil, observa al rival, espera, prepara sacrificios, pequeños y grandes (Ucrania, energía, disuasión nuclear, acciones híbridas), con rostro impasible, controlando territorio, reteniendo iniciativas y sacrificando peones cuando hace falta. El tiempo juega a su favor: el desgaste es la victoria. Xi Jinping, en cambio, busca algo muy distinto a los otros dos 'jugadores'. Metódico y extremadamente paciente, cree en el control del espacio político y económico más que en la confrontación directa, buscando configurar el entorno global para que el resultado sea inevitable.
Rodear sin atacar, ampliando el 'territorio de influencia' con un patrón en mente: más que una 'jugada maestra', teje redes, acumulando pequeñas ventajas competitivas (dependencia comercial, financiación, infraestructuras, diplomacia, control narrativo, estándares globales o tecnología) que van concediéndole la victoria de manera silenciosa, sin sacrificios inútiles, moldeando tendencias para que el éxito sea una consecuencia natural de unas condiciones sistémicas en las que los rivales quedan atrapados en sus propios errores.
Si Trump plantea la dinámica de la ruptura y Putin la lógica de la contención estratégica, Xi impulsa el reordenamiento del tablero sin disparar un tiro. Da pavor saber que las tres jugadas conviven en un escenario sin árbitro y que lo que hay en juego no es ningún juego. Las fichas no son de plástico, ni de papel o madera: es el destino de un mundo que se parece cada vez más a un casino. Inquieta intuir que, mientras ellos tres juegan, en Europa seguimos discutiendo el reglamento interno de una partida a la que nadie nos ha invitado.
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