Mayorcitos, estafados y acoquinados
La confusión que aporta siempre el progreso, requeriría una fase de adaptación para los mayores que ahora mismo no existe
¿Cómo está el número de casos de mayorcitos, estafados y acoquinados a través de artilugios digitales sobre sus cuentas corrientes? «¡Abarrotado!», diría juntando los ... dedos el Dúo Sacapuntas, aquellos humoristas geniales de hace años.
Añadiríamos, si me permiten, que ese grupo de jubilados es muy numeroso –su mayor fortuna– además de antiguo o vintage, pero nunca casposo, como se dice con desprecio algunas veces. Pero tienen la obligación de vivir en este mundo nuevo, digital y cambiante, casi siempre solos, sin ayuda y pleno de incomprensiones y navajas, en un ambiente propicio para el ladrón que gravita, con malas intenciones, en ese mar embarullado y proceloso de las nuevas tecnologías.
Todo favorecido por leyes incomprensibles, buenistas y protectoras para el delincuente. La confusión que aporta siempre el progreso, requeriría una fase de adaptación para los mayores que ahora mismo no existe.
En medio de esa vorágine porque «las cosas han cambiado», como dice algún anuncio, mucha de esta gente busca un escudo que se convierte en camino equivocado y se hacen negacionistas.
Negacionismo ante los consejos, muchas veces interesados, del ambiente o del Gobierno, y lo que es peor, negacionismo a todo lo digital ante su falta de protección. Todo lo que huela a moderno: ¡fuera! como premisa.
Un error monumental… aunque uno a veces sea capaz de comprenderlo en su desesperación y la defensa de un pasado que desde luego no fue mejor, pero tampoco oscuro, aunque diferente. Y desde luego más sosegado y seguro donde, eso sí, se respetaba a la persona, sobre todo al mayor, y la propiedad privada era sagrada.
Uno de esos mayorcitos que yo conozco, muy nostálgico de esa época, se ha hecho también militante anti-digital y me quiso dar argumentos para justificarse: «Cuando yo me enamoré mis sentimientos no eran informáticos», me dijo en su defensa, copiando en parte una antigua reflexión de poeta (Benedetti. 'El mundo que Respiro') que en su caso añadía «te urjo amor a que cambies de formato». Buen consejo también para que él tuviera en cuenta.
Comprendiéndolo todo, le expresé sentenciando y con cariño «pero eso está bien que se quede en la literatura, no en tu vida».
«Es que lo analógico ya no es una opción», añadí, dado que su adopción a ultranza supone la muerte social «que cuando arremete, es que ya no queda muy lejos de la otra, de la de verdad». «Pues eso»… respondió escuetamente y con tristeza.
Me niego a aceptar el abandono de esa gente, porque habrá que explicarles bien que lo analógico y lo digital podían convivir y alternarse sin chirriar hace unos años, pero ya no. Y como siempre sucede con el progreso, se trata de un vehículo sin marcha atrás. No la tiene.
Igual que cuando se inventó la imprenta o llegó la luz o surgió la revolución industrial, o cuando apareció rodando el automóvil y también al descubrirse los antibióticos o apareció la radio o la televisión.
Ya sabemos entonces lo que sucede y que cada impulso, cada ciclo, necesita una adaptación y claro, eso requiere gobernantes adaptadores que hoy no existen que además sean generosos y patriotas, también listos… y honrados (mira que tener que pedir eso). Pero escasean. Porque, ¿qué dificultad habría para tratar de protegerlos?, ¿qué gran problema tiene el propósito de ayudarles como sea? ¿Cómo no se legisla para su cuidado?
Lo malo es que todo seguramente llegará tarde para mi amigo el vintage, el analógico, el equivocado, que sigue teniendo un okupa, un inquiocupa, que hay que hablar con propiedad –la que a él le usurpan– que vive en la casa donde invirtió sus ahorros, su casa, mientras él sigue pagando la luz, el agua, la comunidad, las basura y la hipoteca cada mes en acto heroico en este país pleno de leyes protectoras y buenismo… para el sinvergüenza.
No quiero entenderlo, pero lo entiendo cuando dice enajenado: «Yo lo que quiero es dirigir el país»… y no parece tan descabellado…
Si algo pudo tener de bueno el apagón de días pasados, fue el observar solo en un instante lo susceptibles que somos. Algo parecido a lo que sufren nuestros mayores pero a lo bruto.
Fue, paradójicamente, un calambrazo a nuestras conciencias para poder entender en segundos que a lo mejor estamos corriendo demasiado: un poco desbocados, un mucho enloquecidos, un tanto desconcertados.
En ese caso, si paramos un poco mirando alrededor: ¿qué sería de nosotros sin el mundo digital que construimos?, ¿qué sería de este mundo sin luz?.
A lo mejor, si lo meditamos, ya podemos entender mejor a nuestros jubilados y comprenderíamos a nuestro amigo, que no parecería tan loco. Y también entenderíamos que así no.
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