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Encuentro estos días a la gente frenética, en continuo movimiento, como si estuvieran buscando una mesa coqueta en terraza de moda. Inquieta, disfrutona –pero sin ... disfrute–, y además apelotonada. Parece como si las colas y los gritos fueran el objeto de sus deseos y siempre acaban enganchados a alguna de ellas y además generalmente de las largas, que en los de lugares de éxito son interminables. Esta sociedad ha decidido desde la pandemia divertirse a toda costa, como sea, y ese es un principio equivocado. Para divertirse deben de estar el cuerpo serrano con ganas de fiesta y tener cerca la compañía adecuada. Si no, corremos el riesgo de gastar las energías y el dinero sin rédito alguno.
Es que hay fechas para todo y existe una gran confusión sobre cuál es la orientación en cada caso. Probablemente, si tuviésemos eso en cuenta no nos llevaríamos tantas decepciones y no volveríamos a casa tan apesadumbrados.
Desde luego la Semana Santa no es para la diversión bulliciosa, más bien lo es para el silencio, el rezo del cristiano, o la meditación del que no lo sea, y si cabe el aprovechar la naturaleza en los primeros estallidos primaverales de su belleza, de su hermosura, que son visibles precisamente en esas fechas.
Sin necesidad además de ser carcas, aunque uno lo sea un poco, como decía Umbral con cariño de Pemán después de morirse su mujer: «Necesita estar más cerca de Voltaire que de las monjas oblatas y hacer un volteranismo de derechas». Algo así.
Estos días, cuando piso la calle, poco, y observo el jaleo, la masificación y las caras de la gente, no se ve alegría, más bien apuro para poder decir 'he disfrutado', sin ser cierto.
Hay otras fechas para la verbena, el dislate y la romería mientras dejamos escapar unos días perfectos para el descanso y la lectura.
Tampoco son propias para la inquietud gastronómica y la playa, sino más bien para el ayuno y el bacalao viudo y así no nos obligaríamos a hablar durante todo el día sobre las previsiones del tiempo meteorológico, precisamente el que no está en nuestras manos casi siempre indeciso y cabroncete.
Ni el hostelero es feliz al completo en medio del agobio y las previsiones del clima mientras tiene que mirar a la vez las nubes y al libro de reservas.
Lo dicho, si se hubiera ido más a los Vía Crucis, a las procesiones y a visitar las iglesias y sus monumentos, ni tendríamos ahora depre, ni kilos de más en la vuelta a casa. Hay que reservarse para el verano que ya está ahí y haber cultivado mejor el espíritu y la naturaleza, nuestros mejores tesoros hoy abandonados. De todo se aprende.
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