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Los avances de la civilización se han producido por la aplicación del ingenio humano para mejorar la agricultura, la ganadería, las artes y, en suma, ... poner la naturaleza al servicio de las personas. En esa evolución, la energía ha sido el elemento central. Desde los inicios de los asentamientos se han creado infraestructuras para regar y más adelante aparecieron los primeros generadores de energía para moler el grano o llevar agua donde se fuera preciso, los molinos de río y de marea y las primeras presas han dejado un patrimonio de gran interés en Cantabria.
Con el invento de la máquina de vapor la industria se convirtió en el eje del desarrollo, con un cambio estructural profundo. La energía pasó a ser la clave del crecimiento y el bienestar. El carbón fue la fuente principal de la invasión de las máquinas, más adelante el petróleo y la electricidad. El consumo de materias fósiles produjo contaminación y alarmismo sobre su posible agotamiento.
El talento humano logró avances increíbles: por una parte, la perfección de las máquinas ahorró combustible y redujo emisiones y por otro las centrales nucleares abrieron una posibilidad de producir electricidad de forma estable y sin emitir gases.
Finalmente se regresa al origen y aparecen las energías renovables que utilizan los viejos métodos de aprovechar la fuerza del viento o la luz solar para convertirla en electricidad.
A lo largo del siglo XX, especialmente en su segunda mitad, apareció el movimiento ecologista que trata de frenar el uso de los minerales para transformarlos en energía eléctrica. En occidente, en los países libres y democráticos, crecen con fuerza las asociaciones y partidos políticos que se oponen al uso de las materias primas que producen gases de efecto invernadero y ponen en riesgo la vida en el planeta tierra.
Finalmente, la presión del ecologismo ha permeado en la sociedad y así se han cerrado –solamente en los países democráticos– las centrales de carbón y se reducen las movidas por petróleo o gas. Los avances de la ingeniería han alcanzado la meta de generar electricidad mediante el viento o de la luz solar. Con esa solución se alcanzaba el sueño de producir energía procedente de dos fuentes inagotables y sin contaminar la atmósfera. Los sistemas tradicionales de quemar carbón quedaron fuera de uso y se redujo la aportación de las centrales movidas por gas o petróleo.
La energía nuclear que no contamina la atmósfera y produce energía de forma constante, fue el objetivo prioritario del movimiento ecologista que logró que esa tecnología quede fuera de uso, en el plazo de unos años, en Alemania, España y otros países. De nada ha servido que la UE declare las centrales nucleares como una forma verde de abastecer de energía. El movimiento ecologista no acepta el criterio de los científicos.
Ante ese avance de la ingeniería todo indicaba que se iniciaba una etapa en la historia de la humanidad mucho más esperanzadora, sin la amenaza de la contaminación atmosférica. Pero no, apareció el bucle ecologista que se ha vuelto contra sus propios planteamientos, al denunciar los parques eólicos, la instalación masiva de placas solares o generar alarma por el peligro de incendio de las baterías de los coches eléctricos.
En Cantabria asistimos a una verdadera campaña para impedir la creación de parques de energía eólica porque agreden el paisaje. Los mismos conservadores que exigían poner punto final a las centrales de carbón, fuel y uranio para sustituirlas por el viento y el sol presentan una riada de alegaciones contra los parques eólicos y contra los proyectos de grandes extensiones de placas solares, como el incipiente proyecto del pantano del Ebro.
Con este bucle de oposición a cualquier tipo de fuente de energía, porque todos tienen algún aspecto negativo, se destapa un hecho que, pese a las denuncias de muchas personas durante las últimas décadas, estaba oculto: la influencia de los países totalitarios para obstaculizar el progreso en Occidente. China sigue quemando carbón y tiene en marcha nuevas centrales nucleares. Rusia explota su carbón y su gas y mantiene una producción nuclear importante, pese al desastre de Chernobyl que demostró la fragilidad de su tecnología y las deficiencias en el mantenimiento de los centros de producción.
Las personas, todos los habitantes de la tierra, necesitan utilizar la electricidad para alcanzar una aceptable calidad de vida. Pese a esa videncia grupos minoritarios, pero muy activos e influyentes, actúan para frenar el desarrollo.
¿Por qué? Quizás para que no quede en evidencia la diferencia de nivel de bienestar entre los países capitalistas y democráticos y las dictaduras comunistas.
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