Santander, comercio y nostalgia
Los cambios no han afectado únicamente al biotipo comercial, también lo ha hecho al resto de la capital de Cantabria
Tras leer, en este periódico, la noticia del cierre del comercio Pico, una tienda centenaria, he sentido una punzada de nostalgia. La emoción que describe ... a la perfección el diccionario de la Real Academia Española: 'Tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida'. La pérdida de aquellos escaparates navideños, con belenes que causaban admiración, la ausencia de no volver a mirar los regalos que se presentaban como si fueran mágicos, el adiós a otro de los comercios que han quedado en la memoria. Dicen que la patria es la infancia. Si es así, el paisaje de la patria son esas tiendas que ya no existen.
Dejarse llevar por la nostalgia es algo personal. Seguro que cada cual, en razón de su edad, sus vivencias y su forma de entender la vida atesora las imágenes de los establecimientos sumidos solamente en el recuerdo. Pico pasa una de las últimas páginas del Santander nacido tras el incendio de 1941.
Los santanderinos de determinadas generaciones han sido testigos del ocaso de firmas emblemáticas: La Librería Estvdio y la Hispano Argentina en las que primero comprábamos los libros de texto y después los libros que han alimentado y formado la mente de muchos de nosotros. Nombres que han quedado en la historia como la joyería Presmanes o Mafor, cafeterías que ocupaban lugares preferentes en el trazado urbano y que han sido relevadas, como California, Sonderklas, Fripsya, La Austriaca, Lisboa, San Siro y una extensa lista de nombres que evocan tertulias, encuentros y jirones de la vida pasada. Especial mención a Lago, que trajo a Santander un revolución arquitectónica y decorativa.
La identidad comercial de Cantabria se ha transformado completamente. Las nuevas formas de vida y la tecnología han dejado atrás establecimientos que duraron un siglo pero que les ha llegado el momento del relevo. Si retrocediéramos unas cuantas décadas más, comprobaríamos que siempre ha sido así. Nada queda de los cafés en los que celebraban la tertulia Menéndez Pelayo, Pereda, Pérez Galdós…, nada de principios del siglo XX resiste en pie. Es una mutación universal, agravada en Santander por el incendio del año 1941.
Esa metamorfosis ha sido global. Los cambios no han afectado únicamente al biotipo comercial, también lo ha hecho al resto de la capital de Cantabria. El puerto donde los pescadores descargaban sus capturas se trasladó al fondo de la bahía y nació en barrio Pesquero, los astilleros de Corcho han dejado paso al Palacio de Festivales, las vías del tren que cruzaban la ciudad desaparecieron, entre las calles Castilla y Marqués de la Hermida nació un barrio que cuenta con más habitantes que algunos pueblos de la región, de tamaño mediano.
El recuerdo de los antiguos comercios y de la periclitada geografía santanderina debe preservarse como parte de la historia, pero junto a ese regusto de los paraísos perdidos es imprescindible mirar hacia el futuro. Y hacerlo con realismo y datos. En contra de los agoreros que vaticinaban que la apertura de grandes centros comerciales erradicarían el pequeño comercio, los hechos han demostrado que no solamente no ha sido así, sino que ahora hay muchas más personas trabajando en el sector del comercio y que es perfecta la convivencia entre las macrotiendas y el comercio tradicional.
Si sumamos los empleados de los grandes complejos comerciales ubicados en la zona de Nueva Montaña a los muchos trabajadores en diferentes cadenas de hipermercados de tamaño medio, podemos concluir que suman tantos dependientes como los que tenían las tiendas tradicionales. Y a ellos se deben añadir las muchas personas que trabajan en establecimientos del centro de la ciudad.
Conservar los recuerdos es necesario, oponerse a los cambios una actitud estéril. Desde Heráclito de Éfeso sabemos que la vida es un constante cambio. La melancolía no conduce a mejorar las situaciones difíciles. Santander y Cantabria, en su conjunto, poseen valores para crecer y ofrecer a las nuevas generaciones puestos de trabajo que aporten valor, añadido, bien remunerados. También es una tierra idónea para promover la iniciativa de forma que sea posible ofrecer un marco atractivo, social, económico y cultural a los emprendedores, a quienes tienen proyectos de futuro.
La transformación del comercio santanderino es consecuencia de la evolución social. Refugiarse en los recuerdos, pensar que el presente es peor que el pasado supone un grave error. España, y el resto del mundo, han evolucionado hacia un mejor nivel de vida, con avances espectaculares en el ámbito tecnológico, sanitario y social. Cantabria tiene la obligación de asumir los cambios y aprovechar las ventajas que ofrecen.
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