Crisis de comunicación
Ni siquiera en el ámbito familiar manifestamos nuestra interioridad, hablamos de cosas muy superficiales y no compartimos nuestro mundo afectivo
Actualmente estamos inmersos en una sociedad frenética, competitiva y también muy egoísta e individualista. Buscamos la satisfacción de nuestras necesidades de manera inmediata y esto ... acarrea no tener momentos para 'encontrarnos' con los demás, para compartir, para reírnos, para hablar, para expresar nuestros sentimientos. Todo esto repercute muy sensiblemente en nuestra vida familiar.
También se piensa equivocadamente que expresar las emociones y los sentimientos supone mostrar nuestra vulnerabilidad. Ni siquiera en el ámbito familiar manifestamos nuestra interioridad confiando en los más allegados. Hablamos de cosas muy superficiales y no compartimos nuestro mundo afectivo. Por eso experimentamos que los progresos tecnológicos no logran eliminar la sensación de soledad. Vivimos una crisis de valores, de fe, de vida espiritual y esto redunda en una crisis de identidad y en una ausencia de amor como entrega al otro.
Hay muchos matrimonios rotos o con dificultades en la comunicación, tanto en la manera de relacionarse entre ellos como en la forma de educar a los hijos. Por eso abundan en los hogares adicciones, problemas con la alimentación, situaciones de ansiedad y bajo estado de ánimo, problemas sexuales… No podemos resignarnos y no afrontar estas dificultades.
Con la ayuda de profesionales, es necesario comprender la razón de las heridas afectivas en los miembros de la familia. Hay que integrarlas, procesando los impactos emocionales negativos, para que la persona pueda ser protagonista de su propia vida. Hay que mirar a cada persona en lo que es y en lo que está llamada a ser. Porque el ser humano es mucho más que sus síntomas. Y ha de crecer y madurar en las cuatro dimensiones de la persona (espiritual, psicológica, biológica y relacional). Hemos de ayudar a cada uno a desplegar todas sus potencialidades. Todos los afectos hablan de sí mismo, de su historia y de lo que anhela. También los que hacen sufrir. Hay que aprender a sostenerlos y procesarlos para que contribuyan a la realización de la persona concreta.
La persona está abierta al exterior y cuanto acontece le afecta. Uno de los mayores impactos nace de los valores que profesa, de los encuentros y desencuentros interpersonales vividos en la familia. Trabajar psicológicamente el perdón, la confianza, la humildad, la gratuidad, la libertad y la apertura son de gran ayuda en muchos procesos terapéuticos.
Cuando ayudamos a las personas a ser lo que están llamadas a ser, se transforma su vida y empieza a mejorar su bienestar, disfrutan de las relaciones positivas con los demás, recuperan a su familia, encuentran el sentido profundo a su existencia. Solamente en la donación a los demás la persona encuentra el sentido último a su vida. No olvidemos que Gramsci propuso que la institución a batir era la familia porque es un espacio donde hay capacidad de resistencia, donde se echa raíces, y por eso todos los totalitarismos han tratado de erradicarla, y ahora también se trata de eliminar la figura del padre. Esto se percibe en la legislación que va surgiendo poco a poco.
Lo vemos en el relativismo imperante, en el nihilismo, sobre todo en el materialismo… Somos sociedades frías, estamos anclados en la desesperanza, en la soledad, no hay ya ideales. Las certezas han sido demolidas.
Recuperemos la familia, lugar del amor: es esencial que los padres se amen y que los hijos sean amados, de lo contrario la familia se desmorona. El amor familiar ha de ser un amor sin preferencias. El amor entre padres e hijos se basa en la paternidad misma y no en afinidades afectivas.
La familia es el lugar de la primera educación: el niño nace de un proyecto responsable de los padres que le procuran los cuidados necesarios para su desarrollo como persona. Antes que educadores son padres y no tienen que educar sólo a un niño, sino a un hijo. Educadores más competentes y entregados que los padres harían del hogar un excelente orfanato, no una familia. De tanto preocuparnos de los deberes de los padres, se nos olvida lo que es ser padre y madre. Estos no pueden ser nunca reemplazados por el educador experto.
La familia es el lugar del respeto a las libertades: los padres como educadores ayudan a fortalecer la autosuficiencia y a promover la autonomía del hijo. La familia es el lugar del don y la acogida incalculable de una vida que se despliega con nosotros y, a la vez, sin nosotros. Por ello, la familia es el fundamento carnal de la apertura a la transcendencia en el ser humano.
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