¿Podemos aportar algo a los jóvenes de hoy?
A los jóvenes hay que enseñarles la importancia de cultivar la voluntad como se cultivan los músculos
En la era de las inteligencias artificiales en la que todo se nos presenta como rápido, fácil y directo, se hace imprescindible recuperar «el valor ... del esfuerzo, del dolor, de la disciplina de la voluntad, ligada, para decirlo de una vez, no a aquello que place, sino a aquello que desplace» (E. d´Ors). La tentación de la facilidad siempre es una peligrosa sirena para los jóvenes navegantes.
Al adolescente y al joven le son propios un ímpetu y una rebeldía que, con frecuencia, resultan estériles por estar sometidos a su propia pereza. La enorme cantidad de estímulos audiovisuales que los bombardean a cada instante deterioran hasta niveles inimaginables su capacidad para concentrarse. Así se pierden aquellas realidades que podrían seducirlos hasta encontrar su futura vocación. Y sin vocación no existe el heroísmo. A los jóvenes hay que enseñarles la importancia de cultivar la voluntad como se cultivan los músculos. Porque no hay mayor señorío que el de uno sobre sí mismo ni mayor libertad que la del que no es esclavo de sus pasiones.
Sabemos que los desafíos y las adversidades sacan a flote lo mejor de la persona. En cambio la desgana y la excesiva comodidad, la vuelven flácida y, por tanto, presa fácil de las ideologías perversas y de los instintos viles.
Si sabemos darles a los jóvenes lo mejor de nosotros mismos, el encuentro puede ser fecundo
Cuando uno observa la sociedad, no puede menos de constatar que está dañada… ¡pero no está perdida! Hay una esperanza. Y la Iglesia tiene un papel importante que desempeñar por su capacidad para ver las grietas y dificultades y por su patrimonio moral y espiritual. No podemos limitarnos a criticar y a lamentarnos respecto a lo adolescentes y jóvenes. No podemos quedarnos en una lógica triste y fatalista frente a la sociedad, sino activa y creativa, para encontrar salidas frente a las situaciones de bloqueo.
Los jóvenes necesitan guías. Han conocido el vacío espiritual, pero no son hostiles a la Iglesia, porque la desconocen. Más aún, tienen una sana curiosidad por conocer la religión, sus tradiciones. ¿Por qué las iglesias? ¿Por qué los curas? Un sacerdote que celebra misa en una iglesia se ha vuelto para muchos algo exótico… Hemos de asumir nuestra responsabilidad, sabiendo que, más allá de nuestras estrategias, es el Espíritu Santo quien guía la Iglesia.
La sociedad nos provoca, en el sentido noble del término. La Iglesia debe aportar su visión del ser humano, en particular a las familias, porque la educación comienza en la familia. El objetivo es transmitir solidez e identidad a los adolescentes y jóvenes. Muchos de ellos necesitan una columna vertebral humana y espiritual. De lo contrario, navegarán en aguas turbulentas. La Iglesia debe responder aportando a Jesús, camino, verdad y vida. Porque lo que propone Jesús no es una ideología, sino un ideal.
Si sabemos darles a los jóvenes lo mejor de nosotros mismos, el encuentro puede ser fecundo. Podemos ayudarles a comprender su propia vida. No quieren necesariamente coaches, con consejos técnicos y ajenos a ellos mismos, sino orientaciones hacia su felicidad; hacia el vivir, de forma gratuita, buscando su bien. El objetivo de un acompañamiento espiritual no es dominar ni manipular, sino orientar a una persona hacia su felicidad y su libertad.
La verdadera aportación empieza por el interior: el corazón. Es la sede de la identidad y de la unicidad del ser humano. Para mejorar la sociedad, primero hay que sanar el corazón del hombre. Para eso, debemos tener corazones de carne, y no de piedra, llenos de compasión, de misericordia, con comportamientos amables.
Lo propio del Reino de Dios es el amor que libera las conciencias y las inteligencias. San Gregorio Nacianceno hablaba de Dios como de «un Padre y un piloto». Es muy hermoso. En nuestra vida humana y cristiana, necesitamos un piloto, un GPS interior para avanzar y dejar que Cristo tome posesión, si se puede decirlo así, de nuestra vida, para que seamos liberados.
Dios, por naturaleza, no se impone. Como aparece en el libro del Apocalipsis, «está a la puerta y llama». Llama a la puerta de nuestra libertad. Y los jóvenes, como está apareciendo hoy día, se plantean cada vez más preguntas sobre Dios.
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