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«¿Qué tal todo por ahí?». El mensaje de wasap llega a media mañana, a una hora espléndida y simple, con la luz encendida, el ... portátil respondiendo al teclado, la máquina de café emitiendo gorgoteos al fondo de la oficina y la tienda pesando manzanas, imprimiendo tiques de compra. De repente la normalidad resulta tan convencional que parece mentira que el apagón sucediera, que nos haya trastocado de esta manera nuestra fe en la magia de los voltios y los gigas. Contesto al mensaje que todo bien, que por aquí, en Cantabria, hay total normalidad, sin embargo, este recelo que se ha instalado en nosotros desde el lunes me obliga a poner tres puntos suspensivos a mi respuesta.
El mensaje es de mi hermana. Me escribe desde Madrid. Allí se han quedado colgados de repente, porque el suministro va y viene, dice. En su caso serán solo unos minutos, pero eso ella aún no lo sabe, se lo dirán más tarde, que el apagón se cargó el cuadro de fusibles de su edificio y que tendrán que repararlo. En ese momento no sabe cuándo volverá la luz y, al leerla, su voz por escrito suena como si cogiera aire antes de meter la cabeza para sumergirse de nuevo en la oscuridad: no sabe cuánto va a durar, de la misma manera que ninguno sabemos si puede volver a pasarnos este dislate. «Aquí normalidad… por ahora», escribo en una nueva línea de mensaje, y le doy a enviar.
¿Cuánto tiempo pasará hasta que volvamos a confiar en lo invisible, en ese orden íntimo que hace funcionar el engranaje social y nuestras neveras, los trenes, los buses, el cargador del móvil? Llevo toda la semana pensando en esa palabra, normalidad: ¿qué es la normalidad sino los semáforos cambiando de color y los críos yendo al colegio y los árboles mutando hacia verdes fluorescentes en el paisaje que ves desde la oficina, o desde el coche, o desde casa? Este lunes, cuando nos quedamos a ciegas, se encendieron paradójicamente muchas luces que nos hicieron ver lo que nunca miramos; nuestra dependencia energética, sí, pero también nuestra dependencia de los demás. Radios compartidas, velas, camping gas, colas en los hiper para hacerte con pilas. En mi pueblo, a mediodía, en pleno apagón, olía a barbacoa compartida entre vecinos. Ahora que ha vuelto la normalidad, me pregunto cuánto tardaremos en fiarnos de ella.
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