¿Dónde estabas entonces cuando tanto te necesité?
EN PRIMERA PERSONA ·
«Lo que ocurrió esos días supera cualquier ficción. Jamás habíamos sentido tanta impotencia»CRISTINA SÁNCHEZ ENFERMERA DE LA UCI DEL HOSPITAL MARQUÉS DE VALDECILLA
Jueves, 30 de abril 2020, 07:26
Teníamos derecho al miedo, teníamos derecho a estar enfadados, teníamos derecho a quejarnos, pero también teníamos derecho a defendernos y así lo hacemos desde entonces ... con todas nuestras armas: mascarilla, buzo, gorro, guantes, pantalla, calzas y una actitud extraordinaria.
Llegamos a una Unidad de Cuidados Intensivos nueva, fabricada con mucho esfuerzo y poco tiempo en la sala de Reanimación del hospital Marqués de Valdecilla, porque en cuestión de días no había donde recibir a pacientes graves diagnosticados con coronavirus: se había superado cualquier previsión.
Y allí me presenté, con ocho enfermeros más y dos auxiliares de enfermería, perdidos y sin brújula, desconocidos, algunos sin experiencia suficiente en cuidados críticos, en una sala falta de uso, ante una enfermedad más contagiosa que la risa (¡qué cosas eh!), la preocupación de nuestras familias a la espalda y un uniforme de trabajo nuevo 'modelo espacial'.
Lo que ocurrió esos días supera cualquier ficción, recibíamos pacientes de dos en dos, hombres, mujeres, jóvenes, de mediana edad (en cualquier momento podía ser tu hermano o tu padre) todos muy graves, las tareas se amontonaban, era imposible abarcar la carga de trabajo y la impotencia crecía como mala hierba: jamás habíamos sentido tanta.
Y entonces llegó la transformación, entrabas a la sala disfrazado con lo mejor de ti, priorizando, concentrado, sin quejas, trabajando en equipo y usando la comunicación como nunca antes. A veces parecía que volabas, lo único importante era cuidar la vida.
Salías tras cuatro, cinco, seis horas de ese infierno donde se respiraba instinto de supervivencia, abatido, como si acabaras de correr los 10.000 del Soplao, buscando agua y un abrazo que no pudo ser.
Compañeros enfermeros y auxiliares de enfermería de todas las salas de Cuidados Intensivos del mundo y, me vais a permitir, en especial a todos los que no nombro, pero ellos saben bien quienes son, gracias, gracias por escoger el camino de piedras, por trabajar con más de dos manos, por no rendirte y gritar «¡Vamos!», por enfrentarte a tus miedos y dejarte literalmente la piel, por esas palabras acertadas, por guiarme cuando la pantalla se humedecía, por las risas capaces de difuminar la tristeza contenida.
Lo hicimos, vaya si lo hicimos. Y seguimos ahora, pero más sabios, saltando piedras conocidas, sin impotencia y con más ganas de aplausos que latan al unísono del corazón que sale por la puerta de la unidad, orgullosos por el ser humano que ha ganado seguramente su batalla más dura.
Gracias por estar cuando os necesitaba, es sencillo y humilde, pero uno de los más sinceros y eternos que daré en mi vida.
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