Éxito, multitud y un peligro silencioso: perder la esencia
Las fiestas son demasiado valiosas como para que su identidad se pierda entre botellas
El día en que al alcalde de esta ciudad se le ocurrió crear una red de peñistas para que protagonizaran las fiestas patronales, parió una ... de las mejores ideas para que esta ciudad se revitalice durante unos días. Es cierto. La de 2025 han sido una de las fiestas patronales más participativas de los últimos años. Siendo todo esto una radical verdad, no se debe obviar que la necesidad de regular correctamente estos eventos masivos evitará que el éxito no camine hacia su decadencia.
En Torrelavega sabemos montar fiestas. Basta con darse una vuelta en agosto para comprobar que la ciudad bulle de música, peñas, color y juventud. Hasta aquí, todo perfecto. El problema llega cuando la fiesta se convierte en excusa, y el verdadero protagonista pasa a ser el botellón. Porque lo que debería ser tradición compartida acaba pareciendo un gigantesco supermercado de bebidas a cielo abierto. Vinos de tetrabrik, mochilas cargadas y altavoces portátiles: la versión low cost de la verbena. Basta un paseo a primerísima hora de la mañana durante los días centrales de las fiestas para comprobar que es necesaria una corrección en positivo. Las fiestas de Torrelavega son demasiado valiosas como para que su identidad se pierda entre botellas de plástico. Aún estamos a tiempo de elegir: ¿Queremos una ciudad que brille por sus peñas y su tradición, o un after improvisado al aire libre?
La Virgen Grande convierte la ciudad en un hervidero de música, peñas, pasacalles y tradición. Y, sobre todo, en un imán para miles de jóvenes que llegan atraídos por el ambiente. Esa masiva asistencia es un síntoma de vitalidad, pero también plantea un reto: cómo evitar que la fiesta muera de éxito. El alcohol en la calle se ha vuelto casi un ritual. Es barato, libre, social y, para muchos, inevitable. La fiesta corre el riesgo de ser recordada más por los restos de botellas en el suelo que por el desfile de peñas y sus actividades comunitarias que en muchos casos, unen a un par de generaciones. La paradoja es evidente: cuanto más gente acude, más se desdibuja el sentido original de la celebración. Si el consumo desmedido ocupa el centro, la tradición se difumina y la convivencia se resiente. Ese es el verdadero riesgo de morir de éxito: confundir multitud con calidad, cantidad con identidad. No se trata de criminalizar a la juventud —al contrario, su presencia es la mejor prueba de que la fiesta sigue viva—, sino de preguntarnos qué modelo de ocio estamos construyendo. Si lo único que ofrecemos es un escenario barato para beber, no nos sorprendamos de que la resaca dure más que la música. El futuro de las fiestas de Torrelavega dependerá de encontrar un equilibrio entre diversión y convivencia, entre la juventud y quienes ya abandonaron esa edad dorada hace tiempo.
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