¡Son como niños!
Los líderes políticos no nos están dando los números reales que obran en su poder, sino los que les conviene que creamos a medida que progresan las circunstancias
Ni siquiera los niños son como dicen ser los niños. Mi mayor experiencia de abuelo ha sido comprobar, un día tras otro, cuánto más maduros ... son los niños de la idea preconcebida que tenemos de ellos. Pero, como los adultos no aceptamos el desaire que supondría tal reconocimiento, solemos llegar a la conclusión de que lo que pasa es que nuestros peques son muy inteligentes. Llegamos así a esa absurda estadística tantas veces comprobada de que el 80% de los niños son más inteligentes que el promedio... a juicio de sus parientes. Primero nos quedamos cortos y luego nos pasamos de rosca, el hecho es que casi nadie semeja estar realmente interesado en conocer los verdaderos datos. Pues bien, los políticos en general parecen repetirse todos los días ante el espejo este aleluya: ¡Son como niños! No encuentro mejor explicación a esa súper extendida costumbre de decirnos lo que quieren que pensemos, en lugar de darnos los datos reales. No digamos ya, lo que ellos realmente creen o piensan, o sea, sus verdaderas intenciones.
La demoledora pandemia del Covid no ha hecho sino exacerbar esa hipertrofiada querencia en nuestros líderes políticos y civiles. Nos tratan como niños, un día sí y otro también, de modo que no hay manera de saber cuáles son los números que realmente obran en sus manos; quizá poco exactos, dado que es un proceso en continua evolución, pero que en todo caso son los datos que ellos manejan para, a continuación, filtrarlos de modo que los interpretemos según más les conviene. En absoluto parecen interesados en que nos forjemos nuestro propio criterio. ¡Quia! necesitan un criterio unificado y dictado desde arriba porque si no ¿quién es capaz de manejar esta crisis?
El caso más escandaloso es el de Trump. Hablaré de él porque, por sus excesos, es más fácil desentrañar el mecanismo; pero que nadie piense que se trata de la excepción y no de la regla. Trump empezó minimizando el tamaño y la naturaleza de la pandemia porque: ¡son como niños! bambis asustadizos que salen corriendo en cuanto oyen el chasquido de una rama. Esto es lo que Trump quiere que sus colaboradores piensen, para que le permitan seguir haciendo de su capa un sayo; pero lo que quiso que pensáramos los ciudadanos de a pie es que se podía seguir currando sin mayor riesgo ¿Por qué?
Daré dos razones. Una: porque es más importante salvar la economía que los seres humanos, (así de crudo), después de todo el 80% de los muertos son jubilados, elementos pasivos que cuestan dinero y no generan ningún beneficio, ni siquiera como consumidores son un factor significativo si exceptuamos la medicina; que es precisamente lo que, junto a las pensiones, paga el estado. Dos: porque después de conquistar el poder lo más importante para un político es perpetuarse en él, si el límite son ocho años no se conformará con cuatro y, en todo caso, intentará descaradamente que el sucesor sea uno de los suyos. Un descalabro económico le pondrá la reelección cuesta arriba. A continuación viene la segunda fase. Una vez se ha hecho pública la dimensión y la gravedad de la pandemia, y por tanto no puede seguir ocultándose, viene la fase de reconocimiento de los hechos. ¿He dicho reconocimiento? ¡Qué más quisiera! En realidad viene la exageración que más le conviene a Trump. De cara a sus colaboradores el mismo razonamiento: son como niños y ahora, al contrario que en la primera fase, debemos meterles el miedo en el cuerpo para que se avengan a poner en práctica las medidas que consideremos oportunas. De cara a los electores, digámosles que los muertos van a oscilar entre 100.000 y 200.000, que llegarían a 2.5 millones si no se hace nada. Los números que realmente están en manos de Trump no podemos saberlos, pero es razonable sospechar que los muertos no llegarán a 50 mil; nos da aquellos números para poder alardear después de que salvó a dos millones o, comparativamente con otros países, un mínimo de 150.000. A ver quién de la oposición puede ganarle.
No, sufridos lectores, lamentablemente no nos están dando los números reales que obran en su poder, sino los números que les conviene que creamos a medida que progresan las circunstancias. No podemos formarnos nuestro propio criterio y, lo que es peor, el criterio de nuestros dirigentes no sólo está filtrado en función de sus intereses particulares, sino que como demasiadas veces ha ocurrido puede estar trágicamente equivocado. La última y más sonada ocurrencia, la gran crisis de 2008. El resultado es esta horrorosa desconfianza que acabo de poner de manifiesto. Desconfianza de los dirigentes hacia los escarmentados ciudadanos y desconfianza de los escarmentados hacia sus cada vez menos confiables dirigentes. Una tragedia, porque un mínimo de confianza mutua es el eje sobre el que gira la sociedad abierta, la democracia. Su falta nos lleva de cabeza a la autocracia ¿Se entiende mejor ahora la preocupación que vengo manifestando últimamente?
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