El concierto catalán desafinado
Algunos sostienen que lo de Cataluña no es un concierto económico, sino una mera mejora técnica en la acústica fiscal. Pero no nos engañemos: cuando ... un territorio pretende recaudar todos sus impuestos y, después, decidir cuánto transfiere al Estado por los servicios generales, lo que está exigiendo no es un simple ajuste técnico, sino disponer de su propio violín en la orquesta del Estado. Y, a ser posible, afinado según su propia partitura, sin que nadie desde Madrid le marque el compás.
El régimen de concierto –esa fórmula jurídica tan precisa como exclusiva que practican el País Vasco y Navarra– no es un ideal replicable, sino una excepción constitucional cuidadosamente delimitada. Se diseñó para territorios con derechos históricos y forales propios, reconocidos en la Constitución. No fue concebido como modelo extensible a otras comunidades, ni mucho menos como moneda de cambio en negociaciones políticas con aroma de urgencia.
Presentar ahora una «financiación singular» para Cataluña es como decir que un Ferrari es un coche sostenible porque circula a treinta por hora. No se le llama concierto, pero se le parece tanto que desafina con la idea de igualdad entre comunidades autónomas. La trampa está en camuflar una cesión política como si fuese una solución técnica inevitable.
Y cuidado: si cada comunidad busca su propio modelo fiscal independiente, acabaremos con una orquesta sin director, sin armonía ni partitura común. El resultado no será más autonomía, sino menos cohesión y mayor desigualdad territorial.
Porque en el fondo, lo que está en juego no es solo la financiación. Lo que se discute realmente es quién compone la música, quién dirige la orquesta… y, sobre todo, quién controla la taquilla al final del concierto. Y si cada uno afina por su cuenta, lo que nos espera no es una sinfonía de progreso, sino una cacofonía de privilegios.
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