Algo chiquitito
Los columnistas de provincias somos gente pequeña que vive alejada del cogollo de la ideología
Los columnistas de provincias somos gente pequeña. Alejados del cogollo de la ideología (que nace en el centro del país y extiende su perversidad hacia ... la periferia), regurgitamos opiniones de los gigantes de la militancia o las casamos con la bahía y la grúa de piedra. Nuestra elección de vida pasa por anclarla definitivamente a una comunidad de terrazas y carreras populares.
En este contexto, cuando uno de Madrid dice algo relacionado con la actualidad, acogemos mansamente la palabra con el 'nihil obstat' del poder. Si, por ejemplo, el presidente del Gobierno afirma que Israel es un «Estado genocida», el columnista de provincias aporta su voz al canto general para sostener lo mismo, y al mismo tiempo, pero desde los Campos de Sport. «Que no se crean que enmendamos la plana a los de la capital», que diría el inolvidable José Sazatornil, Saza, en 'Amanece que no es poco'.
El autóctono arranca su artículo con una notita de color y despacha lo de Eurovisión con la imagen de un millonario que se atiborra de lujos mientras aplasta a sus víctimas, lo que evoca –estamos convencidos de que involuntariamente– el espíritu de aquellos carteles de la Europa de entreguerras: el judío pérfido que prospera sobre la miseria de la buena gente. Esta vez no es la «puñalada por la espalda», sino la decepción al ver cómo el judío se infiltra en nuestras romerías. No nos podemos creer que a esa escena que dibuja le sigan otras como las que proliferaron durante el nacionalsocialismo: desde las poblaciones «libres de judíos» al horno crematorio. Nos negamos a pensar que el columnista pretenda colocar rótulos en las localidades cántabras avisando al foráneo de que penetra en un pueblo «de eurofans sin israelíes».
Señala nuestro autor que la palabra exterminio «dejará de ser exclusiva del régimen de Hitler». Es la forma posmoderna de decir que debemos quitarnos las ancestrales culpas; que los judíos, al fin y al cabo, son lo mismo que los nazis (¡o peores!). Y remata el texto afeando la decisión de que la cantante israelí fuese, precisamente, Yuval Raphael. Una «burla», dice, al respecto de una intérprete que sobrevivió de milagro a las matanzas del 7 de octubre. Eso sí, ninguna referencia a los rehenes que continúan en manos de Hamás, ni a la conversión de Gaza en un centro de operaciones yihadista para el ataque permanente a Israel. Ni a la conclusión más razonable para esta guerra: la rendición de los terroristas y la liberación de los secuestrados. Esto reflejaría una preocupación real por la suerte de los habitantes de la Franja, pero no se ha dicho en Madrid. Así que, chitón.
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