Metecos digitales
La actual ciudadanía digital, cuanto más conectada y globalizada está, más genera «exclusión social» en un entorno en el que se desea y persigue justo lo contrario
Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre esa extendida y repetida idea de que nuestros chavales más o menos jóvenes se manejan maravillosamente ... con todo tipo de dispositivos, desde muy pequeños, gracias a que son «nativos digitales». La expresión es muy descriptiva, aunque los términos que la componen se compadezcan mal: «nativo» se refiere ante todo al lugar donde uno nace o del que es originario; y «digital» alude al modo de creación, transmisión, almacenamiento o reproducción de contenido mediante combinaciones de bits o dígitos binarios. Pero bueno, se entiende que es una metáfora para decir que son criaturas nacidas en un entorno digital que les es del todo familiar, sin que les sorprenda nada de lo que a los más veteranos nos resultaba increíble hace tan solo unos años.
Pese a no ser «nativos digitales», es población adulta la que, sin embargo, ha ido creando e implementando poco a poco en nuestras vidas toda esa maraña de novedades a las que nos hemos ido acostumbrando. Hoy no entendemos las relaciones familiares, sociales o laborales sin contar con todos los productos de la digitalización y, en particular, de internet y derivados suyos como el correo electrónico, la mensajería instantánea, el teletrabajo, las redes sociales, juegos, aplicaciones diversas, etc.
El problema, con todo, de esas invenciones modernas es que no llegan a todas las generaciones anteriores, sencillamente porque, a partir de ciertas edades, la mente y la voluntad dejan de estar abiertas a mundos extraños que, por muy útiles y sencillos que parezcan, se hacen difíciles, hostiles e incluso imposibles. Eso convierte a una parte de la sociedad, cada vez mayor, en extranjeros digitales o, quizá más exactamente, en 'metecos digitales', es decir, en extranjeros en su propia tierra, incapaces de acomodarse a las exigencias de tiempos y artilugios nuevos.
Esas exigencias pasan por que, por ejemplo, para poder mantener una cuenta en un banco, ver tu saldo o disponer de tu dinero, debas tener una línea de teléfono móvil y que este sea inteligente; solo así podrás hacer operaciones que ya casi no se hacen en las cada vez más escasas oficinas bancarias. Si tienes cierta edad y tu teléfono no es listo, tendrás que ir a un cajero automático con tu tarjeta, si sabes usarlo, o tirar de voluntariosos familiares que te hagan el favor de hacer esas operaciones por ti. Y si esto es así en una ciudad, imagínate vivir en un pueblo, donde ya no existen bancos ni cajeros y al que solo algunas entidades llevan de vez en cuando oficinas móviles. Para que luego se hable de evitar la 'España vaciada': ¿te sorprende que se vacíe?
Pero lo del banco no es sino una traba de las muchas que encuentran los metecos digitales. Si no tienes internet en casa, no eres nadie en el mundo. ¿Quieres ver algo específico en la televisión, como cine, series o fútbol? Pues entonces tendrás que contratar los correspondientes servicios con una compañía del ramo. Una de las tareas más habituales entre hijos y nietos es la de «configurar» el mando a distancia de la tele o la de enseñar al meteco cómo demonios funcionan ese mando y el otro adicional que te proporciona la compañía que te presta los servicios.
Gracias a la conexión de internet de casa muchos podemos comprar entradas para espectáculos, billetes de transporte, noches de hotel, comida a domicilio... Casi siempre se necesita el móvil inteligente para hacerlo o para confirmar tu identidad y cargar en tu cuenta bancaria el producto. Pero claro, ¿y si no tienes internet ni ese teléfono? ¿Crees que podrías ir a ventanilla a comprar esas entradas o que encontrarías habitación en un hotel sin comprobar antes su disponibilidad, como se hacía antes? ¿A la oficina de qué compañía aérea acudirías a comprar tu viaje?
Podríamos seguir así hasta el infinito con cosas cotidianas para las que precisamos usar nuestros dispositivos inteligentes, como escanear el código QR impreso en la mesa de un restaurante para verla carta, matricularte en un curso de lo que sea, moverte por una ciudad desconocida, comprar cualesquiera caprichos o necesidades, buscar piso de alquiler o para comprar, leer prensa o libros, pagar facturas, alquilar una bici o un patinete de tu ciudad, transferir o regalar dinero…
Todas estas actividades cotidianas no las pueden realizar los metecos digitales, aislados cada vez más del mundo. Se da así la paradoja de que la actual ciudadanía digital, cuanto más conectada y globalizada está, más está generando «exclusión social» en un entorno en el que pretendidamente se desea y persigue justo lo contrario. Algún día, sin embargo, esos hoy ciudadanos digitales serán también metecos de otro tiempo, cuando los presentes medios queden rancios: ¿ya te has familiarizado con las inteligencias artificiales?
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