Turismofobia
Me pregunto si esas personas que tanto se quejan del turismo viajarán alguna vez, si se sentirán como intrusos más que como visitantes
Venía yo cavilando, de vuelta ayer a casa, sobre lo difícil que puede llegar a ser la convivencia vacacional con los vecinos habituales del lugar ... al que te desplazas esos días de asueto que te puedes permitir. Es un clásico recurrente de todos los veranos que se plasma en la llamada turismofobia, o sea, esa animadversión que experimentan los lugareños de una localidad hacia los turistas que les visitan, porque sienten que estos los invaden y alteran sus costumbres y bienestar habituales, y que, a su vez, hace que los visitantes sientan que no son bien recibidos, a tenor de ciertas actitudes hostiles que perciben en aquellos.
Yo llevo más de 30 años yendo al mismo lugar, una villa marinera de Galicia, y durante este tiempo he visto cómo el fenómeno se manifiesta cada vez más nítidamente. Y tengo que reconocer que muchas veces la turismofobia está más que justificada, cuando ves conductas de visitantes difícilmente aceptables: ora exigen ser atendidos en un restaurante de modo inmediato y montan un pifostio si tienen que esperar; ora colonizan hectáreas de playa a tu lado esparciendo bártulos y chismes, como si necesitaran tu espacio para ellos; ora conducen sus coches por las calles como si fueran de rally y no se te ocurra pitarles o decirles algo, porque siempre tienen preferencia; ora deambulan con inusitada prisa por los supermercados quejándose de lo que hay o no hay; ora reclaman como obligatoria una tapita con cada consumición en el bar... Se trata de un género de turista al que en Galicia, y creo que ya también en otras partes de España, llaman «fodechinchos», con sus expresivas variantes «jodechinchos» y «pijochinchos». La primera parte de la palabra se entiende bien; la segunda se refiere a los jureles, una variedad de pescado que en Galicia llaman «chinchos», muy barata, y que distingue al foráneo, porque, junto con las «xoubas» o parrochas, los piden en pescaderías y restaurantes.
Pero claro, esos comportamientos inapropiados no justifican otros comportamientos igual de inapropiados de quienes ven en todo visitante un «fodechincho», siendo así que la mayoría es gente normal que acude a pasar unos días de descanso y que también sufre a los «fodechinchos».
Algunos de estos comportamientos inapropiados, que puedo narrar por experiencia propia llegan a ser delictivos, como cuando dejé el coche en la plaza de un pueblo no especialmente vacacional y, al recogerlo, me encontré con un rayonazo intencionado de lado a lado. Lo habitual, sin embargo, son comentarios ofensivos, como el del cliente local que en la cola de cualquier establecimiento se queja en voz bien alta al dependiente de lo que tiene que esperar en estas fechas; o los de otros que aseguran delante de ti, para que te enteres, que hasta septiembre no irán a la playa, cuando ya no haya tanta «xente de fora»; o el de la vecina que se queja a su peluquera, mientras peina a una cliente extraña, porque atiende a esta y no a ella... También son comunes actitudes humillantes, como la del camarero de cualquier bar o restaurante que pasa a tu lado cinco veces sin mirarte, como si fueras transparente, sin decirte buenos días o un ahora vengo; o la de ese otro que afirma no tener mesa para ti, pero sí para el conocido que llega a continuación; o la del aparcacoches que asegura que no hay sitio para tu vehículo, pero sí para el que viene detrás...
Podría contarte muchas experiencias de este tipo. Por suerte, junto a esta clase de personas, también hay muchas más, la mayoría, que están agradecidas de que estés allí, orgullosas de que hayas elegido su pueblo y que se esfuerzan por que tu estancia sea de lo más agradable y feliz: ellas hacen que vuelvas una y otra vez.
Me pregunto, con todo, si esas personas que tanto se quejan del turismo viajarán alguna vez; si notarán miradas reticentes; si oirán comentarios por su acento o murmullos a su paso; si alguna vez se sentirán como intrusos más que como visitantes, aunque no se comporten como auténticos «fodechinchos».
Y, por otro lado, me pregunto si las notables mejoras que año tras año se observan en su pueblo (calles, parques, iluminación, fiestas, rehabilitaciones, etc.) y la instalación de múltiples servicios nuevos, públicos y privados (hoteles, restaurantes, comercios, guarderías, centros sociales, etc.) habrán florecido gracias a la iniciativa y dinero de los propios vecinos o si habrán tenido algo que ver, quizás principalmente, los molestos turistas, con todo lo que gastan y todos los impuestos que generan y pagan allí durante su estancia.
En fin, los «fodechinchos» pueden chinchar mucho, desde luego, pero no les andan a la zaga muchos «fodeturistas» que en el mundo habitan.
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