Es posible que las siguientes líneas puedan herir la sensibilidad de los lectores que no soportan referencias escatológicas. Así que, para los que se animen ... a continuar, anticipo mis disculpas por lo fétida de algunas palabras.
Cierto es que la caca es un elemento marginado y objeto de múltiples eufemismos para evitar los malos olores lingüísticos. Y aunque tiene utilidades muy aprovechables, entre ellas la de nutriente para los vegetales y generador de energía, su uso más habitual es la de ventilar ofensas cuando la mostramos desnuda y descarnada, como verdadera mierda que es. Mentar a nuestros seres queridos como depositarios de tales sustancias es síntoma evidente de mala leche y de enconado enfrentamiento. Pero claro, una cosa son las palabras, por muy cargadas de excrementos que sus significados contengan, y otra la repugnante escena de la evacuación en un lugar tan inapropiado como una piscina.
Lo digo por los tontos, tontos, muy tontos que, además de las pocas luces que alumbran sus seseras, han sumado a sus discapacidades mentales la de defecar en el agua de las piscinas sin que pueda yo deducir, por más que rebusco, qué tipo de satisfacción o mérito puede encontrarse en tales retos virales, excepto la de fastidiar al prójimo y poner en peligro la salud y el recreo de los usuarios de las piscinas de Reocín, Torrelavega y Los Corrales que estos días han sufrido las consecuencias.
Se me remueve la indignación y las ganas de pillar a esos cagones para que alguien les dé una buena lección. Recuerdo que en la película 'Criadas y señoras', la empleada doméstica, Minny Jackson, preparó con sus heces una tarta que regaló a su maltratadora señora. Qué dulce venganza cuando después de comerse unas rebanadas, la explicó su composición. No creo que esos infractores lleguen a probar esos postres, pero sí les deseo que en los momentos más críticos del WC se queden siempre, siempre, sin papel higiénico.
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