Mira que en España hay fiestas raras de narices. Es una reflexión que me asalta después de ver corriendo por Pamplona a los mozos delante ... de unos toros cuya cornamenta no invita precisamente a bromear. Supongo que ya tenemos interiorizado lo del chupinazo, así que los encierros de San Fermín nos parecen algo normal, como los de Ampuero, sea dicho de paso. Pero en serio, ¿cómo es posible que haya gente que se divierta de esa manera?
Claro que lo de San Fermín no es la única locura de fiesta. ¿Qué me dicen lo de pasarse meses y meses creando figuras artísticas para luego exhibirlas y quemarlas en las Fallas de Valencia, entre ensordecedores ruidos de la mascletá?
¿Y lo del concurso de castillos en Tarragona? A ver, que eso de subirse uno encima de los otros para construir torres humanas y alcanzar el cielo es una cosa muy romántica y simbólica, pero los castañazos para bajar de tanta altura no se los quita nadie.
Pero la verdadera manía de las fiestas de nuestra España, como ocurre en la política, es la polarización y el enfrentamiento. Lanzarse toneladas de tomates unos a otros es la manera de divertirse en Buñol (Valencia), en la famosa Tomatina. El vino también es instrumento armamentístico de primer orden en Haro (Rioja), donde miles y miles de litros sirven para atacar a los vecinos sin protocolos de brindis, mientras que en Ibi (Alicante) se pelean lanzando harina, huevos y algunas verduras en la fiesta de los Enharinados. Menos mal que en Laredo son más refinados y se recrean batallando con flores.
El colmo de las fiestas raras, raras, raras es sin duda la procesión por las calles de Santa Marta de Ribarterme (Pontevedra), donde los vecinos cargan ataúdes con sus familiares ¡vivos!, como si fueran a practicar para cuando llegara el funeral. Eso sí que es amargar la fiesta a cualquiera.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión