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Recomendación sonora para acompañar la lectura: 'Insurrección', de El Último de la Fila.
Mientras escribo estas líneas me viene a la cabeza la icónica canción de El Último de la Fila que arranca con un evocador «¿dónde estabas ... entonces cuando tanto te necesité?». Cómo no tratar aquí el 'oscuro' tema del apagón de hace unos días que nos devolvió fantasmas y miedos del pasado. Allá por el año 2020 andábamos acomodados en una relativa –y engañosa– calma. Unos años en los que tras la caída de las Torres Gemelas, el doloroso 11M, la disolución de ETA… navegábamos tranquilos por el calendario con calma chicha, sin tempestades a la vista. Aunque la historia nos habla de lo contrario. La tranquilidad y la humanidad –aunque riman– nunca se han llevado bien. De hecho somos el resultado de todas esas sacudidas.
Llegó la pandemia, a mí me pilló en un camerino de Bilbao. Hacíamos bromas con cómo se las gastan en China y demás gilipolleces, mezcla de ignorancia y despreocupación. Luego lo que se nos vino encima fue tan tremendo como inesperado. La archifamosa Filomena me cayó en Madrid y, aunque de menor gravedad, también resultó algo histórico y excepcional. Al principio también mucha coña, recuerdo que me reía, «en Reinosa nieva mucho más»… El patrón parece repetirse: primero humor, luego temor. Y cuando uno piensa que ha gastado el cupo de momentos históricos que contar a los nietos en futuras sobremesas mientras ellos bostezan se nos apagó el país. Así, literal.
Es curioso que recordemos perfectamente las localizaciones donde nos encontrábamos en cada uno de los acontecimientos trascendentales de nuestra época actual. Ese día histórico donde la electricidad que damos por asegurada y merecida nos metió el susto en el cuerpo yo estaba en un estudio de grabación junto a unos amigos. Creando y grabando música. Estrenábamos semana, y para mí el lunes es el domingo del músico, con lo cual no suelo hacer nada que no sea estar con mi gente y descansar de los conciertos del fin de semana. Pero tenía esa sesión agendada semanas atrás, como si algo así me tuviera que volver a sorprender tocando música. Todos los equipos se apagaron. Al suponer un corte de carácter zonal –y al estar en un sitio recóndito–, seguimos componiendo la canción en la que estábamos inmersos registrando nuestros avances con el grabador del teléfono móvil. Ahí nos dimos cuenta de que tampoco había internet. Horas después, al detenernos para almorzar algo, seguíamos sin electricidad ni comunicación posible con el exterior. Pasaba el tiempo y ya empezamos a pensar en los nuestros: ¿estarán a salvo?
En esas primeras horas, lo que más te inquieta es perder la hiperconexión a la que estamos habituados, más aun que los otros inconvenientes de la ausencia de electricidad. Llegó un momento en que sentíamos que teníamos que abandonar el lugar para ir al encuentro de nuestros seres queridos, y de alguna certeza. Vivimos tiempos tan convulsos que no nos da por pensar bien, nuestra mente se va al mal pensamiento. Este último sobresalto me ha hecho dudar de seguir riéndome cuando nos sugieren adquirir un kit de supervivencia. Y también me hace pensar sobre cuándo y qué será lo siguiente. Ahora que todo es pasado, conspiraciones y miedos aparte, ¿dónde estabas tú?.
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