Toma castaña
Todos los hombres excepcionales dan personalidad a lo que tocan, y Camilo José Cela no fue una excepción
En estos días en que visitamos las terrazas más que a la familia, a pesar de la distancia de seguridad es muy difícil en ... ellas evitar escuchar o ser escuchado en una conversación, un pequeño pago al socializar sin socializar del todo. Tiempos difíciles llenos de contradicciones.
Ayer, sentado en una de ellas escuché repetidamente una frase vulgar y contundente de forma inevitable, a pesar de que no hay cosa que más deteste que oír a un desconocido en su intimidad: «si estás en España, toma castaña» decía, repitiéndolo tantas veces en voz alta, que estaba claro que se trataba de un minimitin compartido en voz alta con intención. Obviamente se refería a la vacunación de estos días y la yenca de los protocolos de administración que no tenían su bendición como se puede imaginar fácilmente.
Pero si menciono esas palabras no es para analizar o recomendar como médico en este momento tal o cual vacuna o procedimiento, ni para criticarlo, que se hace fácil, es simplemente porque trajo a mi memoria a un personaje peculiar, inteligente e inusual salido de esa misma España singular. Dicho excepcional sujeto pronunciaba muchas veces casi calcada tal expresión oral o escrita y coincide que estos días me han hecho el entrañable regalo de un libro que acaba de ser editado con lujo por la Universidad Camilo José Cela (UCJC) sobre su patronazgo. Precisamente, es Cela el tal personaje a quien quiero referirme y el objetivo de nuestro relato y del libro.
Me reconocí monárquico y Cela sorprendido me decía «cómo no lo ven, cómo no lo ven»
La UCJC, con 20 años de prestigioso recorrido, sale de un período de ciertas tensiones y manipulación de su buen nombre a cumplir el cometido de una noble misión fundacional con ambicioso proyecto, profesorado joven e ilusionado y con la dirección experta e inmaculada de su rector Emilio Lora Tamayo, que la recondujo a su lugar de prestigio. Qué injusto el cese de Lora Tamayo en la UIMP y cuánto tiempo regalado para su desarrollo, tal y como los hechos demuestran, perdiendo trenes de modernidad, afectada por la pandemia y precaria en lo económico. Malo cuando la política toca a la universidad.
El libro alberga una antología y análisis de los manuscritos de Cela que se conservan y se titula 'El color de la mañana', que uno disfruta al ver en lo escrito su letra pequeña, mínima y ordenada, con manejo de la palabra siempre técnica y gramaticalmente perfecta y adornada por tachones armónicos tan frecuentes como limpios y aclaratorios que tal parecen dibujos del texto. Cuando tacha una palabra o una frase de su escritura lo hace con finas líneas de dirección que acompañan más que oscurecen lo escrito. Todos los hombres geniales dan personalidad a lo que tocan y él no fue una excepción, algo que ya conocíamos aquí en Cantabria gracias a sus manuscritos repetidos de 'La familia de Pascual Duarte', después del lío con acuerdo por su propiedad. Extrañas circunstancias que llevaron a una extraña solución aunque así se paladee dos veces su obra más conocida.
Disfruté de sus textos autógrafos sobre Arrabal, Umbral el snob eterno y Bonald o de sus comentarios sobre los premios literarios o la loa de la niebla como anglófilo y gallego que era o sobre Iria Flavia, cuna de su fundación, donde la tradición dice que llegaron los restos de Santiago el Mayor, Apóstol, portados por sus discípulos Teodoro y Atanasio en barca de piedra.
Conocí a Cela hace muchos años, yo con 18 queriendo comer el mundo y él con muchos 18 andaba ya en su digestión. En ese momento decía y no había que creerlo mucho, que él ya no pretendía el dinero ni la controversia, ni el fomento del listado de enemigos y sólo deseaba «paz para escribir y de lo demás bueno de todo». Fue muy amigo de mi primo Fernando Arenas, librero de pro. Él y nuestro querido Valeriano García-Barredo dominaban en España el mundo de la exposición de la cultura en todas sus formas en aquel momento y modernizaron el placer de la lectura. Si no me equivoco, ambos presidieron la sociedad que agrupa a los libreros a la que dieron un gran impulso siendo muy respetados en el mundo editorial. Fue siempre hermano mayor y consejero en mi vorágine lectora de aquellos años y se empeñó en que conociera a don Camilo a sabiendas de que no era mi autor preferido e hizo de aquella jornada un día inolvidable de charla de horas con mesa y mantel de tres asientos, con vino de Betanzos en taza y priorato en porrón en mezcla adecuada de caprichos de mar y ambiente lógicamente animado y distendido.
Se mostró como era, aún reconociendo que en ese justo momento estaba más valorado y conocido en lo social, que no rechazaba -y padecimos en el restaurante-, que en lo intelectual, después largamente reconocido y premiado. En la tertulia de la sobremesa en la que tuve el valor de decirle que como escritor no estaba entre mis preferencias jugándome el tipo, se mostró tal y como esperaba: voz ponderada y contundente, poca improvisación, ironía gallega, cierto paternalismo inevitable por la diferencia de edad, además de lo esperado, elocuencia mordaz con sus enemigos, que los había, y escatológico, curiosamente con cierto refinamiento buscado. Tuvimos una coincidencia que salvó nuestra sobremesa. Me reconocí monárquico y él, que lo era, se sorprendió de tal confesión en aquellos tiempos de un joven universitario. «Cómo no lo ven, cómo no lo ven», decía, «cómo no lo ven, cómo no lo ven», toca decir ahora. Evidente, pero no avanzamos. Tengo que decir que más tarde reforcé mi admiración por su figura y su obra con 'Madera de Boj' que falta me hacía.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión