Urbandemia
Estamos viviendo, y superando con mucho esfuerzo, una pandemia que ha sido especialmente cruel en las ciudades o urbes, algo lógico ya que en estos espacios se concentran las mayores densidades de vivienda, población y actividades. Al anunciarse las fases de la 'desescalada', tras el confinamiento severo, se advirtieron dos realidades territoriales contrapuestas, la de la España rural y de los municipios con menos de 5.000 habitantes en donde la 'desescalada' es más flexible, frente a la de las principales urbes del país y sus áreas de influencia, en donde por el contrario, no han visto aliviado este confinamiento al no superar los criterios de valoración para el cambio de fase definidos por el Ministerio de Sanidad.
Durante estos 50 días de confinamiento, nos hemos tenido que acostumbrar a permanecer muchas horas en el interior de nuestras casas o apartamentos, que en muchas ocasiones no cuentan dentro de su organización con espacios exteriores que incrementan la calidad de vida y las condiciones de vivienda saludable tales como terrazas, balcones o jardín. El largo confinamiento ha sido, por lo general, más llevadero para quien poseía una casa o vivienda con posibilidad de disfrute exterior, respecto de quienes no tenían la posibilidad de uso de estos espacios. Nuestras casas, en definitiva, se nos hacían pequeñas. Se generó una necesidad, la de salir al exterior, que hasta ahora quedaba minimizada porque quien no poseía estos espacios exteriores privados, siempre podía hacer uso y disfrute de los espacios públicos de su pueblo o ciudad.
Durante las primeras fases de la 'desescalada', tras el confinamiento, se ha podido comprobar y todos lo hemos visto en los medios, como esa necesidad de disfrute en espacios exteriores ha causado un auténtico boom de la práctica de ejercicio al aire libre. Hábitos muy saludables que han resultado en la utilización multitudinaria del espacio público, bien para dar paseos o bien para el desarrollo de diversas prácticas deportivas (bicicleta, running, patinar, etc.). Unas rutinas para las que además hay que cumplir una serie de condicionantes entre los que se señala una distancia mínima entre personas de 1,5 m y la práctica de deporte de manera individual y sin contacto físico con otras personas. Y, en este sentido, hemos asistido a que en no pocas ciudades o aglomeraciones urbanas los espacios públicos dedicados al peatón o al deportista (plazas, parques, aceras, carriles peatonales o de bicicleta), se revelaban pequeños e insuficientes impidiendo cumplir las distancias aconsejadas entre personas.
Es decir, no están preparados ante estas situaciones de pandemia. Este déficit, hasta ahora aparecía disimulado por la preferencia a la práctica deportiva en espacios 'indoor' (pabellones, gimnasios, piscinas, etc.) bien sea por las comodidades de estos equipamientos, por las propias tendencias deportivas y también porque las instalaciones deportivas públicas pasaban de moda, son poco atractivas o no estaban lo suficientemente conservadas.
Vivimos un periodo de cambio en el que vamos a asistir a una adaptación vertiginosa del espacio público. Tal es así que en Barcelona o en Madrid, se han cerrado avenidas y calles principales (Diagonal o Gran Vía) a la circulación rodada y se destinan ahora al peatón o al ciclista, o en Santander se han ampliado en anchura los pasos de peatones y señalado mediante flechas los sentidos, organizando pasillos de circulación de viandantes que ayudan a respetar las distancias mínimas y disminuyen el riesgo de cruzarse frente a frente. En las playas, se idean sistemas que organizan y acotan los espacios de estancia para un uso y disfrute seguro, reduciendo eso sí sus aforos. Igualmente los establecimientos hosteleros ven reducidas sus terrazas y es probable que necesiten un mayor uso del espacio público para espaciar sus mesas. Se habla incluso a nivel gubernamental de implantar un estándar (m2/hab.) de calles peatonales por municipio.
Se prevén nuevos episodios de confinamiento, probablemente habrá otras pandemias y las ciudades han de adaptarse y anticiparse a estas nuevas situaciones resolviendo las nuevas necesidades que surgen de esta pandemia. Uno de los retos en el ejercicio del urbanismo, tras la 'desescalada', es replantearse y adaptar el diseño de núcleos y ciudades, desde una perspectiva en la que se otorgue un extraordinario valor y dominen los espacios libres públicos amplios y equipados: mediante la peatonalización de calles, el diseño de calles con aceras más anchas, planteamiento de nuevos kilómetros de carriles bici, áreas biosaludables y equipamientos deportivos atractivos al aire libre (canchas, gimnasios, etc.) que consoliden la tendencia al alza de estas prácticas saludables como fortaleza tras la pandemia, ya que, es probable que al menos en un primer momento existan reticencias a la práctica deportiva en espacios cerrados.
Se necesita redistribuir el espacio, y éste es finito. Por ello el urbanismo y sus responsables han de gestionarlo con maestría, implantando un modelo de ciudad que priorice el uso peatonal, frente a modelos de ciudad orientados a la circulación y el estacionamiento del vehículo privado. Vehículos que habrán de ubicarse en aparcamientos disuasorios distribuidos estratégicamente en las entradas de los núcleos y en los grandes centros de trabajo. Un modelo de ciudad con altos estándares en calidad de vida, de sobra conocido, y que ya se viene implantando en numerosas ciudades europeas y españolas, en un proceso que, tras la pandemia, se consolidará y acelerará en su implantación.