Inmigración y empleo: el riesgo de la hipocresía política
Las recientes declaraciones sobre la deportación de inmigrantes del líder de Vox, Santiago Abascal, exigen una reflexión profunda y urgente tanto por su profunda inhumanidad ... como por la flagrante contradicción económica que implican en un país como España, cuyo mercado laboral enfrenta una escasez crónica de mano de obra. La agricultura, la hostelería, la construcción e incluso el cuidado de las personas mayores y dependientes dependen cada día más del trabajo de las personas migrantes. No es una opinión, ni una preferencia ideológica, sino una necesidad estructural que sostiene la viabilidad de miles de empresas y garantiza servicios básicos para la ciudadanía. Ignorar esta realidad es vivir de espaldas a la economía productiva, a la realidad de la calle y a la experiencia de empresarios, trabajadores y familias.
En este contexto, la postura del PP merece también un análisis crítico. Tras haber roto en varias comunidades autónomas y ayuntamientos el llamado 'cordón sanitario' a Vox, el PP se encuentra hoy en una incómoda contradicción: ¿cómo es posible que un partido que se precia de defender los intereses de la empresa y la creación de empleo pueda convivir o siquiera tolerar discursos y propuestas que, de materializarse, dejarían a vastos sectores productivos sin el personal necesario para funcionar?
Porque la necesidad empresarial de contar con trabajadores suficientes y cualificados choca frontalmente con la retórica antiinmigración. Al acercarse a las posiciones más extremas de la ultraderecha, el PP asume una responsabilidad directa sobre las potenciales consecuencias de una política migratoria restrictiva y deshumanizada. Y esto no es solo una cuestión de principios; es un riesgo económico tangible, ante el que hay que preguntarse cuál es la auténtica prioridad del Partido Popular: la conveniencia de sus alianzas políticas o la viabilidad de nuestro tejido productivo y la estabilidad de miles de empleos.
Las políticas de deportación masiva, además de su evidente coste humano y ético, generarían un vacío laboral imposible de cubrir a corto y medio plazo. La evidencia económica muestra que los puestos que hoy ocupan mayoritariamente trabajadores migrantes no son fácilmente reemplazables. Solo hay que mirar quién recoge las cosechas, cuida a nuestros mayores o sirve en bares, hoteles y restaurantes. El impacto de la desaparición de esos trabajadores sería devastador para la cadena de producción y un freno al crecimiento económico que pocos sectores pueden asumir.
Pero no es solo una cuestión económica. Más allá de los números y las estadísticas, las propuestas de la derecha fracturan la cohesión social. Fomentan el miedo, la desconfianza, la discriminación y la división precisamente en un momento en el que más que nunca necesitamos unidad, cooperación y sentido común. La dignidad de las personas no puede ser una herramienta política, ni la migración el chivo expiatorio al que responsabilizar de problemas que son estructurales y cuya solución requiere rigor, no populismo.
Las personas migrantes son vecinos y vecinas que contribuyen a nuestra sociedad, que trabajan, consumen, pagan impuestos y ayudan a sostener los servicios públicos. La realidad es que España, y Cantabria en particular, ya sufren las consecuencias de la despoblación y el envejecimiento. La llegada de personas migrantes no solo responde a necesidades inmediatas de mano de obra, sino que es también una oportunidad para rejuvenecer nuestra población y revitalizar nuestras comunidades.
Como secretaria de Igualdad del Partido Regionalista de Cantabria, pido a la clase política sensatez y responsabilidad. Es imperativo que la realidad social y económica prevalezca sobre cualquier cálculo partidista. El futuro de España, la prosperidad de nuestra economía y la dignidad de todas las personas que contribuyen día a día a nuestra sociedad dependen de decisiones valientes y consecuentes, lejos de esos discursos que nos alejan de una sociedad justa, cohesionada y productiva.
No hay espacio para la demagogia cuando están en juego los derechos de las personas y la estabilidad de nuestro país. Las soluciones no pasan por expulsar a quienes ya forman parte de nuestro presente y son fundamentales para nuestro futuro. Las soluciones pasan por regularizar, por integrar, por garantizar condiciones dignas para todos los trabajadores y por reconocer que somos interdependientes.
Es hora de que quienes tienen responsabilidades políticas dejen de utilizar a las personas migrantes como munición electoral. España necesita políticas responsables y eficaces que reconozcan la contribución imprescindible de quienes vienen a trabajar y a construir aquí su proyecto de vida.
Las empresas lo saben, las familias lo saben, los ayuntamientos lo saben. Solo parecen no saberlo quienes prefieren el aplauso fácil de un mitin a la realidad incómoda de gestionar con responsabilidad. Y esa irresponsabilidad la acabamos pagando todos.
Hoy, más que nunca, debemos recordar que nadie es más que nadie y que ninguna sociedad puede avanzar castigando a quienes más la sostienen. La igualdad, la dignidad y la justicia social no son valores negociables. Son el camino hacia una España y una Cantabria mejores para todos y todas.
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