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Nacho Vigalondo, en una imagen promocional de 'Tribute'. R. C.

'Tribute', la historia del videojuego a través de Nacho Vigalondo

«A medida que me hago viejo, he conseguido que la implicación en todo lo que hago sea real», asegura el cineasta, que estrena este jueves un documental

Iker Cortés

Madrid

Martes, 9 de septiembre 2025, 00:32

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No es el ego de Nacho Vigalondo (Cabezón de la Sal, 1977) lo que se desborda en 'Tribute', el documental que el cineasta estrena este jueves en Prime Video, sino una argucia de guion para llevar a buen puerto una pieza de poco más de 35 minutos de duración que hace un fugaz repaso a la historia del videojuego español a través de la experiencia y los ojos del cineasta, desde sus inicios hasta este presente de inteligencias artificiales y realidades virtuales donde ser jugador ya es una profesión.

«Cuando te proponen hacer un documental pero, con la propuesta, te dan la duración, el truco de la perspectiva autobiográfica es lo que nos permite reorganizarlo todo a un marco en el que no hace falta contarlo todo y convertir el discurso en algo más imperfecto, pero más real, sincero y emocional», explica Vigalondo que inicia este viaje en el tiempo con su primer recuerdo como jugador en el piso superior que el mesón El Paraíso, ubicado en el centro del pueblo, había habilitado como sala de máquinas, antes de saltar al Spectrum ZX de 128K, el ordenador con el que ya se convirtió en jugador.

A lo largo del documental, Vigalondo charla con importantes actores de la industria del videojuego. Ahí está Pablo Ruiz, uno de los hermanos responsables de Dinamic, el estudio de joyas como 'Army Moves', 'PC Fútbol' o 'Dustin', o Paco Pastor, el cantante de Fórmula V, que a la postre fundaría Erbe Software, una de las principales desarrolladoras y distribuidoras de videojuegos durante la llamada edad de oro del software español, responsable en su día de rebajar los juegos de 2.000 a 875 pesetas para atajar la piratería, pasando por el papel que jugaba la prensa dedicada al medio, con Sonia Herranz como responsable de publicaciones como 'Hobby Consolas' o 'Playmanía', su conexión con el cine, el juego online, los cibercafés o la distribución digital. Todo ello sin olvidar la guerra de consolas, que aún hoy continúa con los fans de Sony, Nintendo y Microsoft.

Reconoce, «con vergüenza», Vigalondo que él también fue parte activa de aquella batalla. «Hubo un momento en que yo, como tenía una Mega Drive en vez de una Super Nintendo, estaba a favor de Sega y es una cosa de la que me burlo y que lamento porque siempre me ha parecido que es la expresión más pobre de nosotros mismos como consumidores: cuando, en vez de ser críticos con lo que consumimos, caemos en la tentación de convertirnos en portavoces de una multinacional», apunta.

A su juicio, es la misma discusión que plantean los seguidores de Marvel y los de DC, «como si tuvieran acciones de las empresas». «La única cósa legítima es sentir atracción por autores y por voces. Imagínate que en vez de decir: 'Me interesa Paul Auster', dijera: 'Me interesan los libros de Alfaguara o de Alianza Editorial'».

-Bueno, con Blackie Books sí que sucede.

-(Risas) Hay que decir que es mérito de ellos. Es verdad que han conseguido eso. ¿Pero te imaginas? Alguien con una camiseta de Plaza & Janés. «¡Yo solo leo Plaza & Janés!».

La crítica del videojuego

Como muchos otros jugadores, el cineasta dejó de jugar durante unos años. «Creo que es una inercia en la que interviene cierto descreimiento. Hay un valor que no consigues darle porque no ves que alguien le esté dedicando una reflexión que esté por encima de la nota de prensa informativa», explica.

Fue entonces cuando encontró páginas como Mondo Pixel, el extinto blog de Pedro Berruezo (John Tones), o la todavía activa Anait, con referentes como Víctor García (chiconuclear) o el añorado Fran Pinto (pinjed), que, siguiendo la estela de publicaciones prestigiosas como la británica 'Edge', hacían una crítica del videojuego más sesuda e interesante, conectándola con nuestro presente y el resto de expresiones artísticas.

Pedro Berruezo (John Tones) y Nacho Vigalondo.

Pone un ejemplo: «A lo mejor yo estaba jugando a 'Half-Life 2' y aunque estaba recibiendo un torrente de estímulos y fascinado, como nunca había leído ni escuchado a nadie expresarse de una manera diferente a la crítica ramplona, pues no reparaba en ello. No se trata de validación pero sí de necesitar saber que existe algo en videojuegos con la reflexión que conlleva la crítica cinematográfica», reconoce quien ha dedicado este verano a jugar los tres primeros 'Resident Evil' que salieron en la primera PlayStation, en los noventa. «Me he vuelto loco. Se me ha ido la cabeza. Los he jugado, pero el 50% del placer para mí está en ir a YouTube y encontrar cientos de horas de análisis, que es algo que el cine ya no tiene. El videojuego le ha comido la tostada al cine en ese sentido y creo que por eso dejé de jugar, porque no sabía que existía esa otra parte, que para mí es oro».

Dedica unos minutos a hablar con Illojuan y BaityBait, dos de los 'streamers' con más seguidores del momento, un fenómeno que, confiesa, no acaba de entender. «Que sean capaces de generar ocho horas de contenido diario, me perturba y preocupa, pero no lo digo como algo negativo, sino siempre en favor de ellos. Si haces tantas horas en directo, es tan fácil dejar ver cosas de ti que no quieres que nadie vea y cagarla... Además en los medios tradicionales siempre tienes un equipo de gente pendiente de lo que haces para intentar barrer los trozos antes de que nadie los pise, pero los 'streamers' están solos y muy explotados por las plataformas para las que trabajan», comenta.

Faltan, ya lo había avanzado él, un montón de datos e información. Vigalondo no tuvo ordenador de 16 bits, aunque sí que accedió a aventuras gráficas como 'Loom', que ni se mencionan, a través de los ordenadores de sus amigos, pero es que uno de los retos del documental es que «estamos todo el rato evitando hablar de cosas que no podemos enseñar», aclara sobre la pieza casi de guerrilla que ha coescrito con Rubén Ajaú. «Lo que estoy consiguiendo, a medida que me hago viejo, es que la implicación en todo lo que hago sea real. O sea, que no sea todo lo malo que asociamos a la idea del proyecto de encargo», concluye.

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