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Vistas de la reserva natural del Saja-Nansa, donde se desplegaron los foramontanos. / REPORTAJE FOTOGRÁFICO: JAVIER ROSENDO

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Vistas de la reserva natural del Saja-Nansa, donde se desplegaron los foramontanos. / REPORTAJE FOTOGRÁFICO: JAVIER ROSENDO

El Saja: del monte al valle

La marcha de los árabes permitió a los pobladores de la montaña ocupar un territorio rico en paisajes que hoy alberga aldeas con encanto y atractivos museos

IRATXE LÓPEZ

Viernes, 8 de junio 2018, 19:33

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Sucedió en el alto medievo, por culpa de la necesidad. Grupos de pobladores que habitaban hasta entonces las peñas de la cornisa cantábrica abandonaron la seguridad de estos promontorios para poblar la llanura. Descendían temerosos, como quien se reconoce incapaz de predecir el futuro. Confiaban en que, abajo, la vida sería menos ruda una vez que los musulmanes habían abandonado el territorio. La historia, incapaz de analizar lo que no lleva nombre, bautizó a aquellos migrantes como foramontanos. Tomaba prestados los vocablos latinos 'foras monte' para hablar de los de fuera de la montaña.

Descender no fue fácil. Caminar cuesta abajo por una senda resulta sencillo pero las pendientes vitales implican normalmente contrariedad. Armados de coraje, trabajando demasiadas horas, convirtieron tierras baldías en extensiones de cultivo fértiles. Araron el futuro del lugar suavizando con sudor y lágrimas las extrañezas de un territorio rebelde. Una ruta en coche muestra su viaje a pie. Preciosos rincones que otearás desde la ventanilla sabiendo que hace siglos otros debieron recorrerlos sin más ayuda que la de algún animal de carga y la determinación por sobrevivir.

Elegantes palacetes

La senda de los foramontanos suma unos 50 kilómetros que pueden -y deben- extenderse a 70 para quienes decidan continuar hasta Bárcena Mayor. Cada cual conoce su punto de partida pero todos han de llegar, a través de la autovía del Cantábrico A-8, hasta Cabezón de la Sal, donde los romanos extraían el preciado elemento.

Casonas blasonadas como el palacio de La Bodega, levantado a fines del siglo XVIII por el linaje de los Cevallos, adornan el lugar. También salpican sus callejas palacetes de influencia inglesa y francesa mandados construir a finales del XIX por los condes de San Diego o la compañía Real Asturiana de Zinc. El patrimonio eclesiástico reserva hueco a la iglesia de San Martín, terminada entre los siglos XVII y XVIII en estilo barroco montañés, así como a la ermita advocada a San Roque (XVIII). Como peculiaridad vale la pena acercarse al amurallado Poblado Cántabro en la cumbre de El Picu la Torre.

Desde allí, por su vía principal, se toma la carretera autonómica primaria CA-180. El fluir del río Saja acompaña el viaje hasta Carrejo, sede del Museo de la Naturaleza de Cantabria, alojado en una casa-palacio del siglo XVIII declarada Bien de Interés Cultural. Cerrado por obras hasta mediados de verano, según previsiones, da cobijo a animales disecados, mapas, fósiles, dioramas, minerales y especies vegetales se arremolinan en sus dependencias, entre las que destaca una recreación del jardín con los cinco ecosistemas cántabros principales: encinar costero, alcornocal, rebollar, bosque atlántico y bosque de ribera (Plaza Pedro Igareda s/n. 942701808).

Es hora de atravesar el puente de Santa Lucía. Altas lomas vigilan la ruta. Pertenecen a las estribaciones de la sierra del Escudo que divide Cantabria en dos, a un lado la franja costera, 'la Marina', al otro los valles interiores, 'la Montaña'. Uno de ellos, el de Cabuérniga, se abrirá imponente, recordando que te encuentras en un rincón del planeta hermoso pero difícil, que debió ser domesticado.

Un lugar encantador

La Cantabria rural late con fuerza a ritmos de antaño. Pastos y vegas aguardan los pasos del ganado autóctono, de la vaca Tudanca que tan buena carne ofrece sobre el plato. La tradición impregna el ambiente con ese sosiego de quien se sabe asentada por el correr de siglos. Pueblos. Arquitectura. Campos. Incluso el carácter de los lugareños. Las vistas simulan un cuadro mil veces dibujado, mantenido por el tiempo a pesar de la inevitabilidad del cambio. Entre esa calma uno es capaz de imaginar épocas antiguas, de soñar futuras regidas por la quietud que hoy impregna todo.

Tras acceder a la altura del pueblo de valle hay que continuar recto en el cruce por la carretera autonómica secundaria CA-280. Salpicada a los lados por leves poblaciones rurales, la más inconfundible y preciosa de todos ellas es, sin duda, Bárcena Mayor. Para visitarla es necesario tomar desvío por la carretera local CA-817. Nadie se sorprendería al descubrir sobre sus calles empedradas a brujas y seres de cuento.

Obviando sueños para atender a realidades, el rústico emplazamiento late como corazón de la reserva del Saja. Pequeñas colinas abrazan su caserío de fachadas fernandinas orientadas al mediodía, al Oriente, distinguidas por coquetos balcones. Un placer para la vista declarado Conjunto Histórico-Artístico.

Valles y bosques

Admirados sus encantos es momento de regresar por la misma carretera, de retomar la ruta mientras subimos al espacio natural del Parque Saja-Besaya. El objetivo pasa por conocer el Centro de Interpretación ubicado en una antigua casa forestal tras superar Saja. Exactamente en el kilómetros 13 de la CA-280 (Cabezón de la Sal-Reinosa), al comenzar la ascensión al puerto de Palombera, en el municipio de Los Tojos. Ojos extasiados contemplarán la ruta entre hayas enlazadas en bosques. El agua persigue juguetona nuestro progreso. Podrá verla el turista a través de los pasos de corrientes.

Ya en el Centro de Interpretación, comprobará la oferta de datos sobre los valores ecológicos y rasgos de identidad cultural de las sociedades rurales en el entorno. Tendrá también la posibilidad de apuntarse a visitas guiadas o audioguiadas. Recuerde el lector hacer parada en el Mirador de la Cardosa, con el fin de observar sin prisa los bosques y valles recorridos. Tras coronar los 1.260 metros del puerto de Palombera surgen las brañas de alta montaña y la dentada sierra.

Hora de descender hasta Espinilla por lindes campurrianas. En este municipio de la Hermandad de Campoo de Suso acaba la interesante ruta de aquellos foramontanos que desde aquí se extendieron tenaces hasta el Duero. Buscando agua que calmara la sed de sus campos, alimento con el que saciar la hambruna de sus hijos.

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