Adiós a las Hijas de la Caridad de Polanco tras 123 años de «amor, educación y fe»
Las religiosas, trasladadas a distintas comunidades, cierran su capítulo en el colegio La Milagrosa con una misa al calor de varias generaciones de alumnos
123 años llevaban las Hijas de la Caridad en Polanco, desde que esta comunidad fundó el colegio La Milagrosa a inicios del siglo XX. ... Su marcha a otras comunidades repartidas por Cantabria y Vizcaya puede considerarse un hito histórico en lo religioso, pero su despedida ayer en la iglesia de San Pedro Advíncula trascendió esas fronteras. Para sorpresa de nadie, la iglesia se quedó pequeña y decenas de personas abarrotaron el templo y sus inmediaciones durante el adiós que se celebró en forma de misa, conteniendo lágrimas y derrochando palabras de cariño y gratitud durante toda la ceremonia. Vecinos mayores, de mediana edad, familias jóvenes, chavales, críos... Después de más de un siglo de historia, «educación, acompañamiento, amor y un testimonio de fe» cargado de «alegría y sencillez», no hubo generación de alumnos que quisiera faltar.
A caballo entre la alegría y la pena, contener la emoción fue difícil. Laura Villegas, vecina de Requejada, lo intentaba. «Son parte de todos nosotros», explicaba, reconociendo «tristeza» y a la vez esa «alegría» que siempre inspiraron sor Mari Luz, sor Neluca, sor Margarita, sor Puri, sor Isabela, sor Adelaida y sor Vicenta. Todo el mundo expresó gratitud ayer. También Alejandro Sánchez, otro polanquino de 17 años y que hacía cola entre la multitud para darle un abrazo a las monjitas: «Gracias por haberme enseñado tan bien y por tantos recuerdos».
Esos recuerdos, como las batallas y referencias a la niñez fueron constantes. «¡Hombre!», «dame un abrazo», «¡pero cómo no me voy a acordar!», irían compartiendo unos y otros con las siete hermanas, cuando no intentaban inmortalizar el momento, regalar flores o directamente fundirse en un abrazo. Mucha tristeza, sí, pero también felicidad por todo lo vivido y aprendido.
A las hermanas tampoco les fue fácil llevar el adiós. Con la voz quebrada por momentos y con alguna lágrima, sor Mari Luz Rodríguez se significó así antes de recibir una ovación cerrada y llena de cariño: «Ya sois parte inseparable de nuestra historia y nuestra vocación. Gracias por abrirnos las puertas de vuestras casa, por hacernos parte de vuestras familias. Aunque físicamente partidos, la titularidad -del colegio como centro vicenciano- sigue».
Seguirá con Daniel Ursuguía como director del colegio. «A partir de ahora, vamos a seguir trabajando con la humildad y la vocación de servicio que siempre nos demostraron», dijo, subrayando la labor «educativa y también social» desempeñada por las hermanas.
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