José Ignacio Pardo de Santayana
La instalación, que está cerca de cumplir cinco décadas abierta, se está recuperando de un «bache» estival gracias a un apoyo popular «impresionante»
Han pasado cerca de cinco décadas desde que José Ignacio Pardo de Santayana (Torrelavega, 1945) abriera lo que hoy considera su casa. El Zoo de ... Santillana del Mar, una de las instalaciones turísticas emblema de Cantabria, ha pasado un verano difícil, un «bache» del que aún se está recuperando. Cuando una empresa es la «vida» de sus dueños, una mala racha puede afectar más allá de lo económico. Pero Pardo de Santayana no se resigna. Se planteó, incluso, la posibilidad de vender el zoo al Gobierno de Cantabria, pero tanto él, como su mujer, se decidieron por el 'no' y apostaron por seguir al frente del proyecto junto a sus dos sobrinas, que serán el «futuro» del zoo.
–Una vez pasado el verano, ¿cómo está el Zoo de Santillana?
–Han sido baches importantes julio y agosto porque son meses cruciales en nuestra supervivencia. Y cuando uno se hace mayor, se vuelve más débil y las cosas afectan más, pero eso está superado. Este mes llevamos más visitas que el año pasado en septiembre, estamos haciendo una etapa mejor. Lo que ocurre, además, es que un zoo tiene muchos gastos, así que hemos cerrado un poco el grifo, porque gastábamos con mucha alegría. Pero hemos salido adelante con un apoyo popular impresionante.
–¿Cómo vivieron la posibilidad de tener que vender el zoo?
–Nuestra idea era que alguien participase, no deshacernos del recinto. No queríamos que alguien se quedase con todo sin darnos más explicaciones y que hiciese lo que le diese la gana, porque eso, ni loco. Antes cierro el quiosco. Pensábamos que el Gobierno de Cantabria, al tener Cantur, era una buena opción y nos podía ayudar. Lo contrario a lo que han hecho hasta ahora. Pero nosotros estábamos dispuestos a dejar que participen en un 30% o un 40%. Cuando entendimos que las intenciones eran otras, mi mujer y yo tuvimos claro el 'no'. A nadie le gusta vender un hijo.
–Entonces, creen que no han recibido el suficiente apoyo de las administraciones...
–Han hecho lo contrario a apoyarnos, porque no busques un anuncio del zoo en ningún folleto de Cantur, ni en ningún sitio. Y no busques señales de tráfico en las carreteras, porque no están, no nos dejaron ponerlas. Dijeron: hay que taparlos y que desaparezcan. Y esto viene desde hace 48 años. Pero hemos sobrevivido e, incluso, mejor: hemos tenido dos ofertas más de unos franceses que querían comprarnos después de lo del Gobierno.
–¿Y del Ayuntamiento?
–Al Ayuntamiento de Santillana no le pedimos dinero, tengo buenas relaciones y llevo 45 años invitando a todos los vecinos del municipio a que vengan gratis durante cuatro días en las fiestas de Santa Juliana. 600 o 700 personas multiplicado por 45 años. Aún así, hay gente de Santillana que no conoce el zoo. Es curioso.
–Al final, decidieron no vender, ¿Qué planes tiene para el zoo?
–No nos interesó porque no he estado trabajando toda mi vida para no saber qué va a pasar con el zoo ahora. No sabíamos si querían poner un campo de deportes, un camping o una cafetería. Así que decidimos que no teníamos necesidad de deshacernos del recinto. Además, tengo dos sobrinas, una que está en Cantabria y dirige el zoo desde hace 23 años, y otra, que vive en Estocolmo, que se hace cargo de la sociedad. Creímos que lo mejor era que siguiera en nuestras manos. Porque, aunque tengo 80 años, es mi vida y llevo más de tres años casi sin salir de aquí.
–¿Y cómo se plantea el día de mañana para el zoo con ellas al mando?
–Más que hablar de 'mañana', con cómo están las cosas, prefiero hablar de 'dentro de unas horas' y dentro de unas horas, viviremos. El futuro es incierto, la estabilidad mundial no me gusta un pelo, pero lo bonito de esto es el día a día. Unas veces son días muy felices y, de vez en cuando, te llevas un día infeliz. Eso sí, seguimos animados y con proyectos para transformar el recinto.
–¿A qué se refiere con transformación? ¿Qué novedades tiene preparadas?
–Siempre queremos traer animales diferentes. A corto plazo, estamos esperando a que lleguen unas capibaras, que son roedores y a mí, por lo general, me gustan mucho. Las cobayas, los conejos, los ratones... Son lo mismo, pero a lo bestia, ya las vi en América. Pretendemos dejarlas un espacio, en el que ahora tenemos desechos vegetales, que llevan ahí 10 o 15 años y que trasladaremos a otras zonas donde el terreno sea peor. Nos va a quedar un espacio de 80 metros cuadrados, que dotaremos de un estanque y será su lugar. Además, a los niños les encantan las capibaras. También esperamos otro leopardo de las nieves, que llegará pronto, porque solo está a falta de un documento para empezar el traslado hacia Santillana. Por otro lado, en un zoo siempre hay cosas que mejorar y que reparar en el recinto, cuando surge algo así, hay que trasladar a los animales e ir jugando con el espacio sobre la marcha.
–Siempre ha dicho que la principal motivación del zoo es poder acercar los animales a los niños. ¿Cree que el futuro que le espera a la instalación, de la mano de sus sobrinas, cumplirá el mismo objetivo?
–La juventud está a falta de contacto con los animales. Ya casi no ven vacas, cabras, conejos... No saben lo que se siente al mirar a un cristal, tener a 10 centímetros una orangutana, que se siente humana como tú, y mirarla a los ojos. Estar presente cuando un niño descubre esa sensación... da escalofríos. Creo que el zoo es un lugar donde se aprende, donde hay mucha educación ambiental. Por ejemplo, ahora tenemos una actividad que se llama 'Cuidador por un día' donde los niños vienen a pasar una jornada completa dando de comer y cuidando de los animales. Tenemos monitores que les explican las características de cada uno de ellos y muchas familias prueban y repiten. Ahí vemos que necesitamos más educación ambiental.
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