Un huerto en el patio del IES Valle de Camargo
El Jardín de Epicuro. 'Plantando se entiende la gente' es la iniciativa con la que los profesores intentan «romper con el dominio del fútbol» en el recreo
Encontrar una motivación para que los alumnos vayan a clase es fundamental. Muchas veces, ese empujón se escapa de las aulas y aparece en los ... patios. Pero para quienes el fútbol no es una opción en el recreo, los centros pueden convertirse en un entorno hostil. A esa conclusión llegaron los profesores del IES Valle de Camargo que, tras años utilizando una metodología tradicional, con horas sentados, libros y pizarra, pensaron que llevar a los alumnos más desmotivados a los huertos municipales podía reavivar las ganas de ir al instituto cada mañana. En el curso 2014-2015, con un grupo de alumnos de Diversificación que no encontraba su pasión en las aulas, plantaron una semilla que hoy ha germinado y está más que asentada en el centro. Imaginaron el huerto como una actividad que ayudase en la educación ecosocial y descubrieron que, más allá de lo competencial, podía ser muy positivo en lo emocional.
«'Plantando se entiende la gente'» -bromea Alejandra Gómez, jefa de Estudios del IES- es el nombre del proyecto, pero también una gran verdad». El Jardín de Epicuro (el huerto escolar), en el Valle de Camargo, es el «oasis particular», como lo define Laureano Gerona, alumno de Primero de la ESO, uno de aquellos estudiantes que no encontraban su lugar en el patio. Una de las muchas alternativas que ofrece el centro para que los alumnos tengan recreos activos. Y para Raúl, Deva, Laureano, Álvaro y David su actividad favorita. «Es un sitio que relaja mucho y desde el que puedes ayudar a los demás», cuenta Laureano, «y hace que sea muy fácil querer colaborar».
Fomentar el trabajo en equipo es precisamente uno de los principales objetivos del profesorado al frente del proyecto. Alejandra Gómez, Alba Santamaría, José Luis Martín y Lourdes González son los responsables de que el huerto escolar funcione, además de otros docentes que colaboran habitualmente en el mantenimiento de la plantación. Para ellos, la actividad supone un esfuerzo extra pero, como aseguran Lourdes y José Luis, «cuando ves la emoción de los chavales, cómo hablan del proyecto, lo que progresan educativamente y las ganas que tienen de seguir ayudando y viniendo a clase, compruebas que merece la pena».
Las enseñanzas que surgen del trabajo diario en el huerto van más allá de las ciencias naturales. «Es una herramienta integrada en lo que ya se ha convertido en un proyecto educativo al completo en el centro», confiesa la directora, María Paz Fernández. De hecho, es uno de los engranajes de un mecanismo mucho más complejo. «El mantenimiento del huerto lo hacemos en base a las mediciones de los alumnos en el programa Meteoescuela (una iniciativa promovida por Aemet); ellos deciden -por ejemplo- cuándo y cómo debemos regar. Cuando recolectan las verduras que plantan, las venden en el centro para autoabastecer el huerto, comprando más semillas o reponiendo las herramientas rotas». También mantienen un bosque comestible e, incluso, fueron los estudiantes de Formación Profesional «quienes diseñaron e instalaron un sistema de regadío automático para las jardineras».
Todo un centro involucrado en un proyecto que, en sus inicios, «como cada vez que se propone una novedad», fue difícil de incluir en sus dos funciones: como aula, donde estudiar plantas y vegetales, y como recreo activo. «Antes de la pandemia, que la calle sirviera como lugar donde aprender chocaba», asegura Lourdes González, «pero poco a poco todo el centro se ha visto involucrado y respeta el espacio; cuando, excepcional y no intencionadamente, nos cae un balón, nos piden disculpas y nos ayudan a recoger y reponer los daños». Ella junto a Charly -un antiguo profesor de quien ahora lleva nombre el espacio y un naranjo del patio- fueron los precursores. Y gracias a «sus ganas y lo que creyeron en el proyecto», hoy sigue adelante.
Estas jardineras son el verdadero paraíso para algunos alumnos. Gracias a la actividad, «hemos encontrado un grupo de amigos y gente con intereses en común». Unos eligen regar, «otros preferimos vender a los profesores las lechugas», se van dividiendo las tareas para mantener el huerto en un ejercicio de autogestión y coordinación. «A veces hay cosas que no nos gusta hacer», cuenta Raúl Palomino, de Primero de la ESO. «El primer día que participé en el huerto me pusieron a recoger hierbas a mano, con guantes», no le gustó mucho y pensó en dejar de pasar sus recreos allí, pero descubrió -como apunta su amigo David Quiñones, de Segundo- que «con paciencia nuestro trabajo da sus frutos». Es parte de la esencia del proyecto. Hacer un seguimiento, ver día a día cómo crecen las verduras, disfrutar del tiempo en compañía y aprender sobre las distintas plantas y sus cuidados.
Forman parte de una iniciativa que, además, pueden compaginar con otras actividades. «Aunque muchas veces -matiza González- priorizan el cuidado de los vegetales». Algunos participan en el huerto durante sus recreos y otros en las clases relacionadas con su cuidado. Especialmente los voluntarios están muy involucrados en el cuidado de las jardineras. Incluso, cuando tienen un examen, quieren pasar su tiempo libre estudiando y no pueden trabajar en el huerto, «utilizan las mesas de alrededor para repasar, viendo cómo el resto de los compañeros continúa el mantenimiento». Un compromiso firme de los alumnos, pero también del equipo directivo y docente.
«Si podemos evitar que los patios se vuelvan un entorno hostil, donde haya alumnos que no encuentren su sitio, cualquier esfuerzo extra merece la pena», sentencia la directora. Y así, con todas las iniciativas que realizan y muchas veces proponen los propios alumnos. «Cuando ven que el equipo directivo y los profesores estamos dispuestos a dejarles hacer se vuelven muy activos. Como con la dana de Valencia, que nos plantearon hacer un envío de recursos». En lo que hacen, ponen todas sus ganas. Al igual que participando en este reportaje: «¡Nuestro huerto va a ser famoso!», celebra Deva Marín.
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