«Aún no me explico cómo es posible que terminara contagiado del covid»
CONVERSACIONES AL SOL ·
En Corvera de Toranzo, Antonio Escudero, a sus 87 años, es muy conocido por haber sido Toño, el camarero del desaparecido café Victoria. Pero Cantabria ... le recuerda por haber sobrevivido al covid y haber salido por la puerta grande del Hospital de Valdecilla tras 51 días ingresado. Él fue el único caso detectado en el barrio El Gatón, de Alceda, donde vive, y aún hoy sigue sin explicarse cómo pudo contagiarse. Ni la gripe, ni la guerra -asegura- han dejado tanta huella en él como este virus. Por eso, desde entonces, cada día celebra poder seguir contando que salió de dos neumonías y no reprime su emoción al recordar cómo su familia le recibió en su domicilio a su vuelta a casa.
-¿Cómo se encuentra?
-Estoy muy bien. Aunque con algún que otro defecto que me ha quedado como secuela.
-¿A qué se refiere?
-A que no soy el mismo de antes. Previo al covid me levantaba, tomaba café, marchaba una hora por ahí, mañana y tarde. Ahora, no puedo llevar esa vida inquieta que siempre he tenido. En cuanto me muevo mucho me agito y me falta la respiración. Perdí dieciocho kilos: pesaba 70 kilos y me quedé con algo más de 50. Imagínese. La verdad es que prefiero dejar todo eso que pasé atrás. Hasta he tirado todo lo que recibí en Valdecilla, esas muestras de cariño y de apoyo, precisamente por eso. Todo, menos el cartel de mis nietos. Al fin y al cabo he salido y me considero un privilegiado, y es con eso con lo que me quiero quedar.
-Ha salido del covid y por la puerta grande, batiendo el récord de ingreso en Valdecilla.
-Sí. Tengo que agradecer la labor de los médicos y enfermeras, que se portaron conmigo fenomenal durante todo ese tiempo. De hecho, una de las enfermeras me visitó recientemente para ver cómo me encontraba. No la conocía sin el traje aquel con el que me atendía. Eso de venir hasta aquí, no lo hace nadie. Me hubiera encantado darle un abrazo, pero la situación es la que es. De verdad que estoy muy agradecido a todo el personal que me cuidó, y ojalá algún día pueda visitarles a todos ellos. Si le soy sincero, no me explico todavía cómo salí de aquello. Ni siquiera cómo es posible que yo me contagiara y que fuera el único de la zona que tuviera covid. Solo yo. ¡Cómo es posible si mi vida era muy normal aquí en el pueblo! Le aseguro que no le deseo ni a mi peor enemigo lo que he vivido con este dichoso virus. Por eso quiero decirle a la gente a través de estas líneas que tenga mucho cuidado. Que esto no es ninguna broma.
-Pero sí puede presumir de haberle ganado la batalla al covid...
-La verdad es que no puedo explicarlo. Pensé que era imposible aguantar aquello. Literalmente, me ahogaba. He pasado todas las gripes, incluso la guerra. Pero esto no se lo deseo ni a un perro. La verdad es que he dado siempre con muy buena gente por cualquier parte del mundo que he ido. Marché con doce años a Madrid y me tuve que defender solo. También allí me ayudó la gente.
-¿Siente que la vida le ha sonreído... una vez más?
-Sí. Soy un privilegiado. O así me siento. El día que pude volver a casa no me tenía ni de pie, pero no se imagina la emoción que sentí al ver a mi familia esperándome en la puerta de mi casa. Mis hijos, mis nietos...
-Y a día de hoy se sigue emocionando... Ahora puede llorar ¡de alegría!
-Sí. De eso lloro. De alegría. Lo que he pasado allí no lo saben más que los médicos y las enfermeras. El virus me dañó el hígado, la vesícula, el corazón, las articulaciones... Tuve que venir a casa con oxígeno y hacer ejercicios para abrir los pulmones; ser constante. Eso creo que fue lo que me ha ayudado tanto.
-Usted ha sido el camarero del café Victoria, pero también ganadero de la zona. Habrá quien piense que esa manera de ser suya y la vida que ha llevado le han convertido en un hombre duro, con una salud de hierro.
-Yo, trabajar, he trabajado más que un burro. Desde niño. Pero he sido feliz trabajando y criando a mis seis hijos, dos de ellos con estudios superiores, por cierto. Mi vida siempre ha estado aquí, trabajando la tierra y cuidando las vacas. Y he sido muy feliz. Nunca he sentido envidia de nadie, porque siempre me he preocupado de lo que tenía, no de lo que tenía el otro.
-¿Qué me dice de su pueblo y de sus aguas curativas?
-He visto muchos casos. Recuerdo a una niña de ocho años, de Zaragoza, que me sorprendió muchísimo. Yo estaba trabajando en la cafetería y un día llegó ella con su madre. Le aseguro que la pequeña tenía la cara deformada, llena de eccemas. Venían al balneario para probar si en sus aguas podía curarse de aquello que tenía en la cara y que ningún médico había logrado corregir. No las volví a ver hasta al cabo de dos meses. Conocí a la madre y vi que la niña tenía la cara limpia, sin marcas. No pude evitar preguntarle a la madre si ésa era la niña que traía hace un par de meses, y ella me respondió que la habían llevado a todas partes y que resulta que fue allí, en el balneario, donde se ha curado la niña Aquello se me quedó grabado.
-¿Qué echa en falta de los veranos aquí en Corvera?
-Pues le diré que aquí se han hecho cosas muy injustas, la primera de ellas, que quitaran el ferrocarril para hacer un carril bici. El servicio que hacía el tren a los pueblos era muy importante. Aquí conectaba con Vega de Pas, Luena, San Pedro... Toda la mercancía y toda la gente venía por el ferrocarril y eso daba mucha vida al pueblo.
-El ambiente del café Victoria también será otra de las cosas que eche de menos...
-Pues sí. Me da mucha pena verlo cerrado. Me tiré todos los veranos allí y todos los domingos y festivos durante 42 años. Conocí a mucha gente. A buena gente. Y me sentía querido. No sé si tengo algún enemigo, pero si le tengo, no lo conozco.
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