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Ginés Marín toma aire en Santander

Pese al desfondado juego del feo encierro de Núñez del Cuvillo, los dos extremeños del cartel cumplieron con parte de las expectativas

alfredo casas

Lunes, 25 de julio 2016, 18:38

Desde que Ginés Marín tomara la alternativa el pasado mes de mayo en el coliseo de Nimes, sus paseíllos se podían contar con los dedos de una mano. Y aún sobran. Su primera corrida en suelo español fue en Córdoba, sustituyendo al maestro Morante de la Puebla. Por derecho le anunciaron en Badajoz. En ambos festejos tocó pelo, aunque no logró abrir la puerta grande. El que fuera líder indiscutible de los novilleros estaba parado. Hasta el domingo por la tarde. Confió el Consejo de Administración en el bisoño torero. Y, por lo visto en el ruedo santanderino, acertó de pleno. Reconocido queda.

De pelo jabonero fue el primer toro de su lote, el ejemplar del encierro de más propicias hechuras para embestir hasta el infinito y más allá. Ni con esas. Tras ser marcado en su único encuentro en el caballo de picar, se hizo presente el torero extremeño para estremecer al respetable con un comprometido quite por saltilleras. Menudo fue el cambio de pitón del primer embroque. El ay se escuchó hasta en la playa de El Sardinero. Quedaba clara la decidida actitud y severo compromiso del debutante.

Llegó entonces el tercio de banderillas en el que Javier Ambel fue el encargado de bregar al toro. Se recreó el lidiador en exceso provocando una innecesaria voltereta del cuvillo poco antes de que su matador comenzara la faena metido entre las dos rayas y de hinojos. Tras los dos primeros muletazos, sorprendió Ginés a los tendidos ejecutando una arrucina que encendió la mecha. Dos series duró el desfondado astado. Dos estructuradas tandas en las que el torero retrasó los embroques y corrió la mano sin dejarse topar las telas. Quizá le faltó tirar de las embestidas. Con el toro rendido, el extremeño acortó las distancias y porfió tan generosamente que, en un seco derrote, el morlaco le desgarró la taleguilla. Cambiado el estoque simulado por el acero, Ginés toreo por solemnes y ceñidas manoletinas. Pinchó arriba antes de cobrar una estocada casi entera y ser premiado con una oreja.

Completó el desigual y desfondado encierro de Núñez del Cuvillo un toro voluminoso, alto de cruz, pelín zancudo, sin apretar y modestamente armado que no tardó en mostrar su aquerenciada condición. Buscó los terrenos donde no lo molestaran y se escupió de peto a peto para terminar saliendo de najas. Corroborada su mansa condición, Ginés Marín logró sujetar a su huidizo oponente en una gobernada e inteligente serie en redondo. Después comenzó un incesante carrusel de idas y venidas frente a las que el diestro exhibió capacidad, desparpajo, frescura, recursos y una firme determinación de aprovechar su oportunidad. El poder de la convicción. Dos orejas mayoritariamente demandadas por el entregado respetable y puerta grande.

Encabezó cartel Morante de la Puebla que consintió un desproporcionado trancazo de Aurelio Cruz a su primero. Tal fue el castigo que el toro salió del peto entregando la cuchara. No dio para más. Bueno sí, para que José Antonio se recreara en la ejecución de la suerte suprema. Al César lo que es del César. Frente al cuarto, fatigado, encogido y sin vida tras el tercio de banderillas, Morante apenas pudo trazar media docena de ceñidos y pulseados derechazos, a los que imprimió su gracia torera.

Devuelto a los corrales el segundo de la tarde, saltó al ruedo un feo y desagradable sobrero de díscola y afligida voluntad y descompuestas acometidas con el que Alejandro Talavante no acertó al plantear la estrategia de su labor. Con todo, no volvió la cara a un ejemplar que sacó malas pulgas por el pitón derecho y nunca terminó de soltarse de los vuelos por el lado izquierdo. A cámara lenta cobró una magnífica estocada que quedó sin premio.

Entre el deslucido comportamiento de los cuvillos, el corrido en quinto lugar pareció hasta bueno. Y un carajo. Cierto es que se movió y que duró algo más que sus hermanos, pero nunca quiso ir para adelante de verdad. Aunque se empleó a distintos ritmos, Talavante le cuajó tres series de templados naturales rematadas con variedad. Para el recuerdo dejó un cambio de mano profundo y cadencioso que arrebató a los paladares más exigentes.

Sucedió entonces que Alejandro acortó las distancias provocando que el toro se violentara hasta tropezar las telas en reiteradas ocasiones. Aún así no cejó el diestro en su empeño de satisfacer a los incondicionales que finalmente le premiaron con una oreja. Sería por su entrega.

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