Los fuegos de la víspera de Santiago se han lanzado este jueves por la noche, pero empezaron muchas horas antes. Por la mañana, miles de personas ya estaban en ello. Repitiendo miradas al cielo y al móvil. Hacia arriba, para ver si estaba lloviendo. Y hacia abajo, para ver si iba a llover. Son las cosas de un verano en Santander. De unas fiestas en Cantabria (que se lo digan a los de la Maya de Silió). De una noche de fuegos entre este mar y este cielo tan de aquí. Al final aguantó y se lanzaron. Y la noche, algo fría, volvió a ser parecida a las de cada mes de julio.
Duraron algo más de doce minutos –la previsión exacta, por ser concretos, era de veinte segundos por encima de la cifra–. Puestos a dar datos, doscientos kilos de material y 18 tonalidades cromáticas diferentes. Los que saben hablaban de «cuatro principios digitales», algo así como secuencias de disparo de derecha a izquierda, con silbatos. Como si sonidos y luces bailaran agarrados, porque bailar de lejos no es bailar. Eso, y «un trueno hermético y potente hacia el final». Ese retumbar duro.
Pero las noches de fuegos van mucho más allá de tecnicismos y de números. Son un hueco en el álbum de recuerdos de chavales que salen hasta tarde por primera vez, de parejas que se van de vacaciones cuando aún les queda romanticismo y de padres que hacen con sus hijos lo que sus padres hicieron con ellos. El atasco, buscar sitio, ver los fuegos, gritar asombros con cada estallido, dejarse un dinero en las ferias porque un día es un día y a los críos no hay quien los pare...
Este jueves, como siempre, hubo desesperados al volante en busca de un sitio y cuerpos apretados en autobuses que nunca son suficientes pese a los refuerzos. Hubo miles de personas. Por todos los rincones (aunque las obras de Piquío lo pusieron un poco más difícil). Hubo buenos ratos. También ese que dice que le encantaron y ese otro que se queja porque, para él, cada año son peores. Fue otra noche de fuegos. Eso es lo que importa.
Como cada año, miles de personas abarrotaron los alrededores de la Segunda playa de El Sardinero para disfrutar de los fuegos artificiales de Santiago.
El cielo de Santander se tiñó de hasta 18 colores diferentes.
El espectáculo de luces sorprendió durante exactamente doce minutos y veinte segundos.
Muchos disfrutaron del espectáculo desde la propia playa.
Este año se han lanzado 200 kilos de pólvora para poner color a la noche de Santiago.
Como cada año, miles de personas abarrotaron los alrededores de la Segunda playa de El Sardinero para disfrutar de los fuegos artificiales de Santiago.
Las noches de fuegos son un hueco en el álbum de recuerdos de chavales que salen hasta tarde por primera vez, de parejas que se van de vacaciones cuando aún les queda romanticismo y de padres que hacen con sus hijos lo que sus padres hicieron con ellos.
Los que saben hablaban de «cuatro principios digitales», algo así como secuencias de disparo de derecha a izquierda, con silbatos. Como si sonidos y luces bailaran agarrados, porque bailar de lejos no es bailar. Eso, y «un trueno hermético y potente hacia el final». Ese retumbar duro.
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