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En el suelo de la pasarela también dejaron un ‘tag’. Su firma

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En el suelo de la pasarela también dejaron un ‘tag’. Su firma FOTOGRAFÍAS:

Las 50 firmas que están por todas partes

Santander ·

Enrolados en grupos, algo más de medio centenar de grafiteros están activos hoy en día en Santander

Álvaro Machín

Santander

Lunes, 9 de octubre 2017, 07:17

Debieron tardar unos diez o quince minutos. El cromado en color plata es una buena fórmula para rellenar y darse prisa. Para que no te pillen. Es un 'platas'. En un buen sitio, además, para que todos los conductores que pasen por la autovía 'se lo coman' -o 'se lo zampen'-. Allí, en la nueva pasarela de Nueva Montaña, recién estrenada, no podrá pintar nadie más que ellos hasta que tapen sus piezas con una mano de pintura gris o hasta que el tiempo les pase demasiada factura. Códigos internos. «Va de ocupar y de hacerte ver. Con tu firma, y más en un sitio nuevo. Va de 'desvirgar'», cuenta alguien que conoce este mundo por dentro.

Hoy en día, en Santander, hay algo más de cincuenta firmas reconocibles. Muchos son chavales. Incluidos en grupos como SNT, TPMS, CNS... Son sólo algunos nombres, pero hay más. Dejan su huella para que el resto sepa que han sido ellos. El 'tag' ('tageo'), la firma rápida -para buena parte del resto del mundo, el garabato- que está por cada esquina, o el nombre en una pieza mucho más grande y colorida (como las de la pasarela, con su trazo -contorno-, su 'power line' -que lo rodea- y sus 'nubes' -que envuelven el diseño-). En letras un tanto ilegibles, reconocibles, básicamente, desde dentro. «El grafiti -dice uno de los cincuenta- es para grafiteros».

«Va de ocupar y de hacerte ver. Con tu firma, y más en un sitio nuevo. Va de desvirgar»

En lo que va de 2017, el servicio de limpieza de la ciudad ha realizado unas ochocientas actuaciones sobre alrededor de 3.000 metros cuadrados. «Casi todo lo que limpiamos son firmas. Siempre son los mismos y si no aparecen todos los días, casi todos», explica un operario. Hasta octubre, se han tramitado 21 denuncias.

Las cifras son menos llamativas que hace años. En 2010, la limpieza tuvo que actuar sobre 10.000 metros cuadrados. En 2014, hasta octubre, las denuncias llegaron hasta las 81. Hubo, incluso, una unidad especial de la Policía Local con una base de datos que permitía reconocer los 'antecedentes' en las paredes de los autores para imputarles por toda su colección (las multas oscilan entre los noventa y los trescientos euros). Hoy esa brigada se ha integrado en el equipo de protección del medio ambiente, creado en abril de 2016. «La edad activa, a la que se empieza, es a los 14 o 15. Con 18 o 19 la gente empieza a irse a estudiar fuera. Vuelven y cambian». Sí que siguen pintando, en ocasiones. Aunque casi siempre en lugares 'legales', para los que obtuvieron permiso hace años -da igual que esos papeles ya no existan-. Allí no hay problema y más de uno les ha agradecido como han decorado la zona.

«Se suben a tejadillos y hasta a cajas del aire acondicionado. Cada vez más alto»

En los muros de Diputación, la pista de la Peña del Cuervo, de Polio, de Valdenoja (cerca de la Obra San Martín)... Pero esos sitios ya tienen dueño. Allí pintó, por ejemplo, el icono. Okuda, hoy una estrella internacional, es uno de ellos. Una generación que, en muchos casos, ha evolucionado hacia las bellas artes, el diseño, la fotografía... «Respecto a esos años, el relevo artístico, por decirlo de una manera, ha sido pequeño. Pero sí ha habido un relevo del 'grafiti castigo'». De la firma casi obsesiva por todas partes, de la pieza oculta, ilegal, lo que para muchos es puro vandalismo... Lo explica un especialista en arte urbano. Y con la rapidez que ahora impera en todo, con esa cultura de usar y tirar a base de vídeos de Youtube, a muchos no les da tiempo ni siquiera a pasar del 'tageo'. A evolucionar. Esa firma sirve para coger trazo, para ir aprendiendo antes de pasar a los 'platas' o los 'blanqueos' o de ser capaces de pintar murales. «Hay incluso chavales que van de litros, compran unos botes en un chino, que antiguamente no los había -el material habitual sale a 3,50 el bote, pero estos son más baratos-, y les da por hacer eso una noche aunque no tengan nada que ver con el grafiti».

ALGUNOS DATOS

  • La ordenanza El importe de las multas va de 90 a 300 euros.

  • Si te pintan Se puede comunicar al teléfono del servicio de limpieza de Santander (900 714 715), en el correo electrónico info@cuidasantanderestuya.com o en la pestaña de contacto de www.cuidasantanderestuya.com.

  • El año pasado La Policía Local tramitó 26 denuncias por pintadas. En 12 se identificó a los autores

Hasta la percepción social y de las instituciones ha cambiado. «Se dice menos grafiti y más arte urbano. Se ha secuestrado para llevarlo a las galerías de arte, se encargan murales...». Con curiosidades. Como el concurso para grafiteros organizado cuando Santander era candidata a la Capital Europea de la Cultura en paralelo a una campaña en los autobuses municipales: 'Las pintadas, ni en pintura'. «Hay cursos públicos para aprender y, a la vez, no hay espacio para pintar», comentan desde una asociación artística. Pero ellos mismos se contestan diciendo que no tienen nada claro que muchos grafiteros acudieran a las paredes que pudieran cederles. «Para algunos soy un rey y para otros un vendido», explica un veterano, acostumbrado ahora a recibir encargos. Porque la esencia, para muchos, está en la ilegalidad, en la rebeldía...

Un servicio que cuesta 90.000 euros al año

«Pintadas de las clásicas. De antisitema o de gente que protesta por algo aparece una cada seis meses. Lo que más limpiamos son firmas», explica Luis Antonio Aja. Es miembro de un equipo formado por un peón especialista con furgón con máquina quita pintadas y de un peón especialista con furgón y pintura. «Este servicio tiene un coste anual de alrededor de 90.000 euros», explican desde el Ayuntamiento.

«Cuando los miembros del servicio de limpieza detectan las pintadas en espacios públicos, incorporan esos trabajos a la programación prevista, mientras que, para el caso de espacios privados, es necesario contar con la autorización por parte de sus propietarios para poder proceder. Todas las que se pueden eliminar sin dañar la pintura de la fachada se hacen con la máquina quita pintadas. El resto, pintando sobre ellas», relatan sobre la labor del equipo. «Sí que cuesta quitarlas. Y no es lo mismo un bote de esos que compran en los chinos que pinturas que no salen. En las paradas de autobuses, por ejemplo, lo que parece pintado de blanco es ácido y no se quita. Hay que cambiar el cristal», precisa Aja, que recuerda que durante unos meses un grafitero estuvo trabajando con ellos como condena tras ser pillado. «Hay firmas que llevan más de veinte años en el mismo sitio», cuestiona uno de los cincuenta que siguen pintando hoy en día.

¿Dónde está el límite? ¿Entienden que a muchos esas firmas les parezcan una acto de vandalismo, una guarrada? «Claro que lo entiendo, y más dependiendo del sitio en el que sea. Pero yo llevo mi rotulador en el bolsillo, tengo mi enfermedad, y no puedo a veces evitar dejar mi firma», explica un grafitero. Él habla de una puerta oxidada con otras firmas, no de una pared recién pintada. Es una idea más 'racional'. «En un solar, en una pared derruida, sin uso... Es un lugar para que un artista al que le guste expresarse pueda hacerlo. Si lo piensas, Altamira, el origen, era eso». Siente, además, que al encontrarse con el 'tag' de un colega «es como si me encontrara con él». Y le gusta esa estética. Pero admite que existe una visión mucho menos legal o respetuosa en muchos casos. «Lo que tiene el grafiti es ego. Poner tu nombre en una esquina, en todas las alturas. Gran parte es imponer». A los lados de las autovías, en señales de tráfico, en fachadas bien visibles... Que se 'la coman' sin querer es la prioridad. Por eso, el éxito al pintar un vagón de tren es 'que rule'. Si va directo a cocheras o a la limpieza no sirve. El último del convoy, que se dé un buen 'rulo' y lo vean desde otros trenes, desde la carretera, en las estaciones...

«Hace un tiempo, en la iglesia de San José Obrero, se subieron a unos andamios de una obra en la fachada e hicieron una pintada como a diez metros de altura. Que yo esté detrás de ello para quitárselo no les gusta. Ahora hacen muchas en alturas porque saben que ahí no podemos actuar. Se suben a tejadillos y hasta a las cajas del aire acondicionado. Cada vez más alto». Eso lo cuenta Luis Antonio Aja, uno de los operarios de la limpieza en Santander.

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