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Popole Misenga pasea vestido con su judogi por las calles de la favela Brás de Pina, donde vive.
El refugio del judo en la favela
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El refugio del judo en la favela

Con 9 años, Polpole Misenga huyó de una matanza en su Congo natal. Aprendió a luchar en un orfanato y desertó en Brasil para buscar un futuro que le ha llevado a los Juegos

koldo domínguez

Domingo, 21 de agosto 2016, 19:53

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Siempre tuvo que huir. De la guerra, del hambre y de la muerte en el Congo, del horror de un entrenador sádico... Un presente sin promesa de futuro. Se salvó gracias al judo, «que me enseñó todo lo que sé» y que aprendió en un orfanato. Pero para Popole Misenga todo cambió hace tres años, cuando llegó a Río, ciudad donde descubrió que la vida y el deporte eran algo más que dolor y sufrimiento, y donde ahora se ha convertido en uno de los héroes de estos Juegos.

Nacido en 1992 en la ciudad de Bukavu al este del Congo, junto a Ruanda, con 8 años vio como su madre era asesinada y sus tres hermanos desaparecían. La guerra asolaba su país y él mismo tuvo que huir de su casa para escapar de las matanzas que las milicias rebeldes. Su único refugio fueron las sombras de la selva, por donde vagó durante más de una semana sin comida y agua.

Fue rescatado por unos soldados, que lo llevaron a un centro de menores en la capital, Kinshasa. Allí compartió desesperación con otros 'niños de la guerra' pero también descubrió el judo. Con un físico portentoso pronto comenzó a destacar y llegó a ser campeón nacional y a formar parte de la selección. Pero lejos de ser una liberación, el deporte se convirtió en un infierno. Sus entrenadores le instruían a base de golpes y castigos. Si perdía, le encerraban en una jaula y le obligaban a vivir durante semanas a base de café y pan. De nuevo obligado a huir.

Tan dramática era su situación que en 2013 no dudó en aprovechar el Mundial que se celebraba en Brasil para dejar todo atrás y de nuevo buscó el refugio de las sombras. En esta ocasión, de las calles de Río.

Se fugó del hotel en el que estaba concentrado mientras sus entrenadores se emborrachaban. Se fue junto a una compañera, la también judoca Yolanda Mabika que también ha competido en los Juegos en el equipo de refugiados. Sin pasaporte, sin dinero, sin saber hablar portugués... durante meses malvivieron en las calles, hasta que recalaron en la favela Brás de Pina, donde se congrega una comunidad de refugiados congoleños. Allí comenzó a revivir. Obtuvo el estatus de refugiado político, se casó y ya tiene una hija, y gracias a la ayuda de Cáritas contactó con el Instituto Reaçao, una entidad fundada por el exjudoca Flávio Canto bronce en Atenas donde recuperó el judo. Allí ha entrenado tres días a la semana junto a varios integrantes del equipo brasileño. Cada jornada tardaba dos horas en ir hasta el gimnasio y otras dos en volver a casa, un trayecto muy corto para quien ha estado huyendo 15 años.

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