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El escritor y articulista, que fuera presentador de 'La Mandrágora', falleció a los 43 años de un paro cardiaco. :: J. MARTÍN
Apurar la vida, como Félix Romeo
CAVEAT LECTOR

Apurar la vida, como Félix Romeo

JAVIER MENÉNDEZ LLAMAZARES

Viernes, 18 de noviembre 2011, 01:41

Casi sin querer, uno se entera enseguida de las malas noticias. La prensa, una llamada inesperada o un comentario en el café te ponen al corriente, quieras o no, de aquello que menos te apetece saber. Como la muerte. No recuerdo cómo me enteré de que había fallecido Félix Romeo; no soy amigo de esas efemérides morbosas -dónde estabas cuando los atentados de Atocha, qué hacías el 23-F o si lloraste mucho a Chanquete-, pero sí que recuerdo que en aquel momento tenía sobre la mesa la reedición de los 'Escritos pornográficos' de Boris Vian. El prólogo corría a cargo de Romeo.

Con la misma inercia con la que consulto el correo electrónico y los resultados deportivos, abrí también mi cuenta de facebook. Y de pronto recordé que, entre mis 'amigos', se encontraba también Félix Romeo. Desde noviembre de 2010, en concreto.

Si la 'amistad', en la vida cotidiana, es un concepto bastante flexible, en las redes sociales es algo tan difuso que puede oscilar desde la mayor intimidad hasta el absoluto desconocimiento, más allá de un cruce puntual con más bits que epidermis. Y mi caso era este último. Cierto que había leído alguno de sus libros, decenas de sus artículos y que, sobre todo, tenía grabada su imagen post-punk de su época televisiva. Pero poco más.

Al correr de las horas, su muro de facebook comenzó a cobrar vida. Decenas, centenares de personas empezaron a escribir en la página; algunos le enviaban mensajes personales, de añoranza, otros le hablaban como si aún siguiera vivo. Sobre todo había cariño, mucho amor de los que seguro habían sido sus amigos. Yo, que no le conocía, me quedé extrañado contemplando en las fotos las cicatrices que marcaban cruelmente su cara. ¿Quién era en realidad aquel hombre al que todos querían? Tenía que ser mucho más que una voz que recomendaba libros en la radio.

Cuerpo de vikingo

Hojeo de nuevo las fotos de Félix Romeo, y no puedo evitar coincidir con algunas de las semblanzas publicadas con motivo de su fallecimiento en la prensa y en la red. «Vikingo», se dice muy a menudo. Yo sólo tengo un recuerdo televisivo, y se me antoja pelirrojo, enorme, excesivo, vestido de negro. Con boina y actitud provocadora. Explosivo, apasionado, temperamental. Cuentan que sólo era rudo su aspecto, que tras la voz ronca sólo había bondad. Todas las ciudades, todas las literaturas, necesitan de alguien así, salvaje y cariñoso. En León tenemos a Felipe Zapico, por ejemplo, que bien podría ser su primo, por el físico, y su álter ego, por espíritu.

Vencido ya por el afán de conocerle, sigo investigando sobre él. Y descubro que las cicatrices que cruzaban su cara se debían a un accidente de tráfico: su amigo Chusé Izuel estrelló el coche contra una farola, desconozco en qué circunstancias.

Alma de rock

En algún lado leí que Romeo, antes de ser escritor, quiso ser rockero. Claro que también leí que lo suyo no era la afinación, ni dar con el tono. Supongo que esa aspiración -y aún más esa incapacidad melódica- es algo generacional: la sufríamos muchos en los años de la Nueva Ola. Aquellos años de leyendas y tribus urbanas estaban llenos de consignas callejeras; entonces no sabíamos que eran clichés, y todavía nos servían de algo. «Vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver», garabateaban los estudiantes en sus carpetas. 'Too fast to live too young to die', profundizaba en la idea Robert Gordon. Seguro que más de una vez lo cantaría también Romeo, en una ciudad donde hervía el rock al ritmo de Mauricio Aznar y sus Mas Birras, o de Ángel Petisme, o de John Landis Fans. Pero al joven Romeo le dio por frecuentar, entre otros, a José Luis Rodríguez, un escritor secreto e inmenso, y ya nunca podría librarse de la fiebre literaria. Aunque el verdadero desencadenante de su explosión literaria estaba por llegar, y habría de ser traumático.

A su manera

Cuando Félix Romeo se instala en la Residencia de Estudiantes, en 1990, en la maleta carga ya con una buena colección de artículos y pequeñas publicaciones. Había empezado con las reseñas en la revista El Bosque, cuando sólo tenía diecisiete años. Más tarde, continuaría con la crítica en El Día, junto a Manuel Vilas.

Después de matricularse en Filosofía y Letras en Zaragoza, y comprobar que el corsé académica le resultaba demasiado estrecha, llegó a Madrid con una beca de creación literaria bajo el brazo, cortesía del Ayuntamiento, para escribir un libro de poemas. Un año más tarde, había terminado 'El anís', aunque nunca llegó a publicar ese poemario. A pesar de ello, su estancia en Madrid le sirvió para llenar la ciudad de amigos y empezar a colaborar en prensa y radio.

Pero si hay un punto de inflexión en esta historia, lo encontramos en Barcelona, en febrero de 1992. Romeo comparte piso con uno de sus amigos más íntimos, el escritor Chusé Izuel. Tras un desengaño, se quita la vida, arrojándose por una ventana. A Romeo también se le rompe algo dentro; tardará años en recomponerlo, y tendrá que hacerlo a través de la literatura.

L a condena

Cuando su firma empezaba a ser habitual en las páginas de crítica, su nombre saltó a las páginas de actualidad por motivos extraliterarios: tras negarse a cumplir el servicio militar y la prestación social sustitutoria, es condenado a dos años, cuatro meses y un día por insumisión. En febrero de 1995 es recluido en la cárcel de Torrero, a pesar del apoyo de importantes figuras de la cultura del momento, como Labordeta o Bernardo Atzaga.

En prisión, compartirá celda con un nieto del alcalde republicano de Zaragoza, Santiago Dulong, cuya historia personal también convertirá más adelante en materia literaria: al parecer, había asesinado a su esposa, y no sentía el más mínimo remordimiento.

Pronto conseguirá el tercer grado, además de llamar la atención del cineasta Fernando Trueba, quien recogerá su historia en un cortometraje; a modo de actualización de la primera grabación cinematográfica española, la 'Salida de misa de doce del Pilar', rodada por los hermanos Jimeno en el siglo XIX, Trueba filmará la 'Salida de la cárcel de Torrero del insumiso Félix Romeo' en 1996, que formará parte de una película colectiva internacional, con motivo del centenario de la invención del cinematógrafo.

La inmensa minoría

A ella se dirigía una cadena de televisión, La 2, cuando todavía quería ser innovadora. Y así resultó el programa que dirigió para ella Romeo entre 1996 y 2001, 'La Mandrágora', un boletín cultural para noctámbulos que revolucionó el modo de tratar la cultura en los medios, tanto por su estética rompedora como por la calidad de contenidos.

Ya nunca abandonaría esta labor periodística, en la que combinaba la atención a los grandes nombres con el descubrimiento de nuevos talentos. Algunos de sus proyectos fueron 'Poetas de fin de siglo', en TVE, o 'El placer de la lectura', su recomendación diaria de lecturas en Radio 3 durante los últimos cinco años. Paralelamente, escribió teatro, guiones de documentales como los que hizo para Gaizka Urresti, y tradujo al castellano 'Sagitario', de la italiana Natalia Ginzburg; 'Biblioteca', del portugués Gonçalo Tavares, y 'Y si mañana el miedo', del angoleño Ondjaki. Pero, sobre todo, escribió novelas.

La vida de papel

Su debut, en 1994, fue con 'Dibujos animados'. Con un estilo sincopado y a ritmo de constantes repeticiones, traza una recreación de su adolescencia en el barrio de Las Fuentes: filias y fobias personales, rock y cultura popular.

En 2001 da el salto a Anagrama, donde aparece 'Discothèque', una novela coral de intenciones paródicas, que retuerce el realismo hasta el delirio. Fue muy sonada la presentación pública, en el mítico Casa Emilio, con un número de strip-tease.

'Amarillo' (2008), su tercera novela, supone su particular homenaje a su amigo Chusé Izuel. Para componerla utilizó textos del propio Chusé, sus artículos y esbozos de novela. Y en el cajón ha aparecido su último trabajo, una novela inédita en la que recrea su paso por la cárcel y reconstruye, a golpe de memoria y hemeroteca, la historia de su compañero de celda. Llevaba el título provisional de 'Noche de los enamorados'.

El adiós

De improviso, como siempre sucede, Félix Romeo falleció hace ya más de un mes, el 7 de octubre. Qué rápido pasa el tiempo. En casa de su amiga Aloma Rodríguez, en Madrid, celebrando el décimo aniversario de la revista 'Letras libres', en la que colaboraba. Su corazón, donde guardaba a todos sus amigos, sus lecturas, su pasión por los viajes, por la gastronomía, por la novedad y el descubriendo, por el Real Zaragoza y por la libertad, no resistió más. Hay quien prefiere la vida a la literatura, y quien hace de su vida pura literatura. Te echaré de menos, 'amigo'.

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