El grupo alucina en Altamira, pero sigue con sus 'ofensas' gastronómicas
Su admiración por lo que tiene más de un siglo no se extiende al txakoli...
El grupo alucina en Altamira, patrimonio de la Humanidad, y en Santillana del Mar... pero sigue con sus pecados gastronómicos
La de Florida me ha ... contado un chiste. «¿Cómo se llama a una persona que habla tres idiomas?... Trilingüe. ¿Y a una persona que habla dos? Bilingüe. ¿Y a la que solo habla uno? Americano». Se parte, yo también. Siempre me ha parecido sana la gente capaz de hacer autocrítica y que sabe reírse de sí misma, es un signo de inteligencia. Para hacerle sentir mejor, le digo que en España tampoco es que podamos alardear de plurilingüismo, pero no me cree. Busco el dato. Aproximadamente un 27-30% de la población habla inglés con cierto grado de competencia, según el Eurobarómetro y estudios como el EF English Proficiency Index. La carencia puede suplirse con gestos y buena voluntad por parte de quien trata de contar algo y quien se esfuerza por entenderlo. Practico la fórmula durante el viaje, y aunque cuerpo y ánimo no transmitan los matices de una conversación hablada, ayudan a la convivencia, una de las razones principales de esta aventura, además de disfrutar del lujo, el confort y la cultura.
Hoy las visitas arrancan en Altamira. Teniendo en cuenta el furor que causaban los monumentos medievales (recuerden: ¡oh!, ¡ah!), tengo ganas de ver las reacciones al conocer la Capilla Sixtina del arte cuaternario, Patrimonio de la Humanidad. Ya nos han comentado que accederemos a la réplica hecha con idénticos materiales y procedimientos que las pinturas originales –escanearon por completo la real para reproducirla fielmente–. El efecto es «amazing!», eso les parece, asombroso de verdad pensar que hace tantos años alguien pintara algo así. Ya lo decía Miró, después de Altamira todo el arte es decadencia.
«Game over»
Caminamos imaginando un mundo en el que los abuelos tenían 30 años y después «game over», expresa con precisión quirúrgica el guía. Las mujeres vivían menos por problemas con embarazos y partos, la mayoría de la población eran adolescentes y adultos jóvenes. El culebrón histórico es interesante. A Marcelino Sanz de Sautuola, abogado aficionado a la arqueología, un pastor le contó en 1875 que existía la cueva, así que allá se fue. Recogió restos arqueológicos de la superficie. Años después, en 1878, acudió a la Exposición Universal de París, donde observó piezas prehistóricas del sur francés y se dio cuenta de la similitud con lo hallado. Regresó junto a su hija María y fue la niña quien localizó el tesoro. Más bajita, podía mirar al techo, donde se encontraban las pinturas, mientras su padre caminaba encorvado, a veces un detalle tan simple revoluciona el rumbo de la historia. Pero la comunidad científica no estaba por la labor de reconocer el hallazgo, menudo ojo el suyo.
Hablando de ojos, «mirad ese, parece pintado por Picasso», comenta el guía y todos se ríen (por fin conocen a un español, estaba empezando a sudar por empatía con los cicerones). La visita hace pensar. Cómo es posible encontrar representaciones de manos a lo largo de un mundo en el que la relación por entonces era imposible. ¿Somos los humanos tan diferentes como algunos se empeñan en remarcar? En la exposición posterior leo, junto a un cuadro que representa a África como una calavera coronada por una Europa convertida en bóveda craneal: «Somos africanos más o menos despigmentados; todas las personas que actualmente poblamos los cinco continentes formamos una misma y única Humanidad». Como resumen de lo visto sobre el pasado me vale, como recordatorio social y político sobre el presente, nos debería servir.
En Santillana del Mar, nuestra siguiente parada, abrimos el paraguas. Por supuesto, tienen listo uno para uno nada más descender del bus. Nos malcrían, regresar a mi vida de adulta después de haber sido tratada estos días como la niña mimada de casa será difícil. Los palacios construidos entre los siglos XIV al XVIII de este Conjunto Histórico-Artístico continúan maravillando al personal. La de Michigan lo explica bien: «Cuando en América vemos algo del XIX, ya exclamamos, ¡oh, qué antiguo! Por eso esto es tan emocionante para nosotros». Especialmente si el legado luce como recién salido de una operación estética, joven para siempre.
El Steven Seagal de la Edad Media
Curioso que un lugar tan bello no consiguiera atraer al principio a quienes acudían a visitar la cueva. Aquellos turistas descendían hasta las tripas de la cavidad, pero tras ascender, marchaban. Para evitarlo, María Luisa, la fundadora de Casa Quevedo, inventó una leyenda: quien no se tomase un vasuco de leche y una porción de bizcocho en su local, no se casaría. En una época en la que el matrimonio era casi la única opción para muchas mujeres, la amenaza funcionó. Hoy día, si el negocio sigue no será por el miedo a quedarse para vestir santos.
De esos hay unos cuantos en la Colegiata de Santa Juliana, maravilloso ejemplo de arte románico. Los capiteles del claustro son como un cómic. Uno muestra a un caballero con la malla tallada al detalle atravesando el cuerpo de una bestia. «El Steven Seagal de la Edad Media», bromea el guía, y a este, sí, todos le conocen.
Comemos en el tren, porque esta noche cenaremos fuera tras la visita panorámica a Santander. Una pena no poder patear la ciudad, aunque estoy segura de que a varios componentes de la expedición les hará felices no emplear las piernas. Esto es un no parar, cómodo porque no caminas excesivamente, pero son bastantes las visitas y traslados. Este no parar a ciertas edades, si el cuerpo ha sufrido magulladuras, cuesta. No soy de practicar la arraigada costumbre de la siesta, pero ahora mismo me echaría una cabezadita. Como tengo que cubrir mi puntual cita con ustedes y hacer la maleta, sobreviviré a base de té mientras trato de digerir otra copiosa comida como la boa que engulle un elefante.
Pecados gastronómicos
Tres pecados gastronómicos han vuelto a acontecer para cuyo perdón exigiré bula papal. Estamos a las puertas del País Vasco, mi casa. Parados en la localidad de Cabezón de la Sal, donde hemos pasado la noche, a punto de partir hacia la capital de Cantabria. Por cercanía, tocaba comida vasca y han servido tres elecciones de mi tierra: txakoli, pastel de pescado de roca y porrusalda. Primer pecado. El txakoli es un vino blanco que tradicionalmente se elaboraba en los caseríos para consumo propio, por eso no era, digamos, excelso. Hace ya tiempo que su consumo se extendió y ha mejorado muchísimo… Pues solo yo lo he elegido como maridaje. El rechazo ha herido este sensible corazoncito.
Segundo pecado. Pastel de pescado de roca en honor al 'kabrarroka' que Arzak ideó en los 70. Hace poco leí un reportaje en el que contaban que se lo habían preparado al chef para celebrar su 80 cumpleaños y su hija, Elena, quien codirige el restaurante donostiarra Arzak con tres estrellas Michelin, se preguntaba a quién no le gusta este pastel... aquí varios lo han dejado.
Tercer pecado. Al llegar la crema de porrusalda, cuyo componente principal es el puerro, alguien ha exclamado, «Ah, good, ¡una sopa de patatas!». ¡¡¡No, no, no!!! This is not a potato soup!!! Puedo decirlo más alto, pero no más claro, no mezclemos conceptos. Como a estas alturas del viaje ya se les aprecia, 'ego te absolvo in nomine Patris...', pero una más de esas y la tenemos. Me han tomado la medida porque me llaman «mi amiga bonita», igual que a una madre a quien sus hijos vacilan cuando les riñe, pero esto es muy serio. Voy a tener que empezar a aplicar unas normas para la reeducación culinaria de esta pandilla. Por cierto, hoy tenemos fiesta de despedida… «Party!». Mañana les cuento.
El imprescindible queso de Tresviso
Hoy comemos en el tren. Durante toda la travesía han ofrecido en las cenas la mejor cocina del norte de España, basada en productos locales y regionales. Lo más aplaudido, el ravioli con salsa de queso de Tresviso y jamón de Tudanca.
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