Cuando las cámaras desechables (¡amadas ahora por los influencers!) asaltaron las playas
Cuatro décadas después, las ópticas de usar y tirar vuelven a las tiendas
Para toda una generación, pensar en los veranos de la adolescencia trae a la mente una sucesión de tardes de sol y playa pasadas entre ... amigos, empeñados en capturar cada momento para transformarlo en un trozo de papel. Lo hicimos, mayormente, con las cámaras desechables que se pusieron de moda durante la primera mitad de los 90: ópticas con carrete encapsuladas en un cuerpo de cartón, vendidas a precio económico y diseñadas para que hasta el menos entendido pudiera usarlas con solo apretar un botón.
Aunque la primera de estas cámaras surgió en Japón de la mano de Fujifilm (QuickSnap, allá por 1986), Kodak fue su principal impulsor en el resto del mundo. La firma fundada en Rochester contestó a su rival con su primera descartable, la Kodak Fling de 1987, aunque el modelo más popular no llegaría hasta dos años después.
Tal fue el éxito de la Kodak FunSaver (vendida por apenas mil pesetas) que surgieron infinidad de variantes: más compactas, con flash a pilas e incluso a prueba de inmersiones. En España comenzó a utilizarse de forma masiva durante el verano de 1994, hasta el punto de que las tiendas de fotografía no daban abasto para revelar la ingente cantidad de recuerdos almacenados en aquellos aparatos de usar y tirar.
Indudablemente, eran otros tiempos: las tomas en ráfaga de los 'smartphones' quedaban muy lejos, tanto que ni siquiera se imaginaban, y tan sólo contábamos con una treintena de intentos (siendo generosos) para obtener las mejores fotos. La pobreza técnica de estas cámaras también provocaba que, inevitablemente, algunas capturas se echasen a perder: estampas desenfocadas o movidas, fotos involuntarias de manos y pies... ¿Quién no recuerda pasarse horas colocando a toda la familia frente a una puesta de sol para terminar obteniendo una instantánea velada?
Sea como fuere, todo formaba parte de la magia que envolvía a aquella forma de preservar recuerdos: el gusanillo por recoger el taco de imágenes e irlas revisando (entre el estupor y la carcajada) tenía algo de adictivo. Por el contrario, la democratización de lo digital hizo que de algún modo las fotos fuesen perdiendo valor: nos limitamos a replicar encuadres en las localizaciones más virales de las redes sociales, sin volver a reparar en ellos una vez compartidos en nuestro perfil.
Declive y resurrección
Las cámaras desechables tuvieron una vida comercial relativamente corta: pasamos de verlas en los principales destinos turísticos y en los banquetes de boda (repartidas por los novios para que sus invitados ejercieran de fotógrafos) a considerarlas una pieza de coleccionista conforme llegaron las cámaras digitales y los primeros 'smartphones'. Esto mismo hizo que compañías como la propia Kodak pasasen del podio al ostracismo, al basar la mayoría de sus ingresos en la venta de carretes.
A lo anterior se sumaron las preocupaciones medioambientales que llevaban aparejadas: este tipo de aparatos no remaban precisamente a favor de la sostenibilidad, lo que intentó capearse con un programa de reciclaje. Las tiendas de revelado devolvían las cámaras usadas a Kodak para que volviese a ponerlas a la venta tras reemplazar las piezas oportunas, lo que le permitió aprovechar 1.500 millones de componentes previamente fabricados.
Pero la salvación de Kodak radicó más bien en la nostalgia: igual que los vinilos han desterrado al CD, en una inesperada venganza al cabo de los años, las míticas Polaroid experimentan una segunda juventud y las cámaras de un solo uso están volviendo a las estanterías de los comercios. De hecho, la última versión de la clásica FunSaver despierta furor entre los llamados 'influencers' y sus jóvenes seguidores, atraídos por los particulares colores y el tono granuloso de las fotos resultantes. Como sus padres y abuelos, están descubriendo el atractivo de tocarlas y almacenarlas en álbumes o cajas de cartón.
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