'Dinosaurios' o por qué los fascículos coleccionables siguen marcando el verano
De cuando 'Jurassic Park' convirtió en paleontólogos a toda una generación de niños
El verano de 1993 pasó a los anales de la nostalgia como el de la fiebre jurásica. Aunque la exitosa adaptación cinematográfica de Steven Spielberg (' ... Jurassic Park') no llegó a nuestros cines hasta finales de septiembre, su estreno estadounidense en pleno junio hizo que millones de españolitos se convirtieran en apasionados de los dinosaurios. Para cuando sus padres los acompañaron a la proyección, ya contaban con innumerables artículos de 'merchandising' en su haber: pegatinas, figuras y trastos varios obsequiados con la 'Super Pop' o el 'Bollycao'.
Tampoco extrañó ver las playas convertidas en improvisadas excavaciones paleontológicas: tiranosaurios, triceratops y diplodocus imaginarios eran desenterrados para alborozo de unos chavales que semanas más tarde acudirían en masa a los quioscos atraídos por una serie de fascículos coleccionables ('Dinosaurios', editada por Planeta DeAgostini).
El éxito de la colección fue tal que se amplió en dos ocasiones, hasta las 104 entregas, lo que cobra más relevancia considerando que muchas de estas iniciativas editoriales eran canceladas a la mitad. Aquellas páginas desgranaban todas las especies de dinosaurios descubiertas e incluían atractivas imágenes tridimensionales (de las que te obligaban a colocarte unas horteras de gafas de cartón, con 'cristales' de color verde y rojo). Como gancho, se acompañaban de cartas, fósiles recreados y piezas de plástico fluorescente que, una vez ensambladas, conformaban los esqueletos de algunas de las criaturas más feroces del jurásico.
Aunque la venta de coleccionables ha decaído durante las últimas décadas (es otra manifestación de esa erosión de la cultura en formato físico que ha traído lo digital), siguen constituyendo una tradición impepinable cada septiembre, justo cuando los niños encaran la vuelta al cole y sus padres no tienen otra que visitar la papelería de turno para agenciarse material escolar. Es ahí donde los retoños descubren toda clase de coleccionables: fascículos con regalo enmarcados por voluminosos (y coloridos) trozos de cartón, que muchas veces terminan viniéndose a casa «para que el niño esté contento».
Unn desembolso útil
Además de los obsequios en sí, las editoriales juegan con un precio de lanzamiento irrisorio, momento a partir del cual confían en habernos 'pescado'. Tras reunir dos o tres piezas de la casita de muñecas, el coche de 'Regreso al Futuro' o la efigie de Darth Vader, ¿quién se atreve a dejarlos a medias? Para entonces es muy probable que el precio por entrega se haya multiplicado considerablemente y, en último término, podemos gastarnos entre mil y dos mil euros para hacernos con la colección completa.
La idea de empezar el nuevo curso con cierto sentido de propósito (aunque sea tan nimio como vislumbrar un centenar de lomos correlativos expuestos en la estantería) también remó a favor de otros coleccionables propios de nuestra infancia y adolescencia. Algunos estaban diseñados en tono educativo, para convencer a nuestros padres de que su desembolso revestía utilidad: 'Inglés con Muzzy' o 'Magic English' nos instruyeron en la lengua de Shakespeare; el 'Curso IBM de informática junior' nos acercó a los ordenadores y 'Érase una vez el cuerpo humano' nos descubrió las partes de nuestro organismo mientras construíamos una escalofriante maqueta transparente.
Pero ojo, porque también nuestros progenitores cayeron en la tentación de pasar semanalmente por el quiosco para aprender a tocar la guitarra, ampliar su repositorio de cintas VHS con los clásicos de Hollywood, presumir de culturetas reuniendo la 'Biblioteca Pérez Galdós' o quitarse una espinita de la niñez con la última remesa de muñecas Mariquita Pérez. Un juguete que, vale, quizá no sea tan antiguo como los dinosaurios del jurásico, pero también da una cifra considerable si lo sometemos a la prueba del carbono 14.
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