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Los amigos de los espeleólogos perdidos esperan noticias en el restaurante Conventosa, en el pueblo de Asón./ Sane
«Ha sido desesperante, un sinvivir que no se lo deseo a nadie»
Días de nervios para la familia

«Ha sido desesperante, un sinvivir que no se lo deseo a nadie»

Joaquín Gómez y Timoteo Martínez, padres de dos de los espeleólogos perdidos en la cavidad, relatanlos momentos de angustia vividos

C. de la Peña

Jueves, 22 de agosto 2013, 18:58

«Ha sido desesperante, un sinvivir. Veíamos cómo pasaba el tiempo, las horas y hasta los días sin tener noticias, y entonces pensabas lo peor; que si se quedarán sin comida y sin agua, que si tendrán frío... es una situación que no se la deseo a nadie». Es el relato de la incertidumbre y desasosiego con el que ha vivido Joaquín Gómez la espera del rescate de su hijo Joaquín, de 33 años, perdido desde el sábado junto a tres compañeros en el interior de la cueva.

La odisea terminó felizmente a última hora de la tarde de ayer, cuando los cuatro espeleólogos, pertenecientes al grupo Espelo Minas, de Madrid, fueron rescatados por la Guardia Civil. En Madrid, sus familias esperaban con angustia el desenlace, a veces confiados, y otras, después de largas noches de duermevela, abatidos y sin aliento.

Por eso cuando Joaquín habló, por fin, con su hijo por teléfono y le dijo que estaba bien, toda la emoción contenida del padre se desbordó a borbotones. «Ha sido muy emocionante. Se nos han saltado las lágrimas», comenta vía telefónica desde su domicilio madrileño. Recobrada la calma, Joaquín recuerda cómo «en estos tres días de angustia» contó con todo el apoyo del «comandante de puesto», que «me ha ido informando puntualmente de todo». No recuerda su nombre, y lo lamenta, porque de su boca todo son agradecimientos por esa tarea balsámica del mando de la Benemérita. «¡Chapeau por él, por la Guardia Civil y todas las personas que han participado en el rescate!», enfatiza. «Ha estado a pie de cueva y desde allí me iba dando toda la información. Me dijo que le llamara de día o de noche para cualquier cosa y siempre ha tenido el teléfono abierto. Se ha portado fenomenal», dice agradecido.

Código propio

Joaquín recuerda que su hijo tenía que haber regresado el domingo. Padre e hijo tenían un código propio que activaban cada vez que el joven espeleólogo realizaba alguna expedición. «Antes de entrar en una cueva me hacía una llamada perdida, y cuando salía, otra», apostilla Joaquín. Así, ambos quedaban tranquilos. Pero, en esta ocasión, el deportista, por razones que el padre ignora, no puso en marcha esta regla. «Sabía que el jueves iba a ir al monte, pero llegado el sábado no me llamó, no me hizo la llamada perdida», con lo que pensó que no había entrado en ninguna cavidad. De este modo, ignorante de los sucedido, Joaquín llamó el domingo a su hijo. «Daba apagado o fuera de cobertura. Entonces llamamos a un amigo, que contactó con los otros compañeros de Joaquín. Nos dijo que los móviles daban también apagados o fuera de cobertura». Entonces, saltaron todas las alarmas en el domicilio paterno de Joaquín Gómez García. «Fue un sinvivir. Llamé a la Guardia Civil de la zona y me contaron que estaban atrapados en la cueva». Su primera intención fue trasladarse de inmediato hasta la zona. Pero el mando de la Benemérita se lo desaconsejó. «Me dijo que para llegar a la cueva había que subir en helicóptero y que el primero que se iba a enterar de todo lo que ocurriera iba a ser yo. Ante esta perspectiva, decidí esperar».

Joaquín ignora si su hijo es un experto espeleólogo, aunque sabe que no es un advenedizo. «No sé cual es su nivel pero desde luego no es un principiante porque ha estado en varias cuevas en Cantabria y también en Soria».

La angustia de Timoteo

La voz de Timoteo Martínez Pereda suena nerviosa al otro lado del teléfono. A sus 75 años, ha recibido el mayor susto de su vida. «Todo ha salido bien, pero de la misma manera podría haber salido mal. Hay que pensar que han estado cuatro días bajo tierra», asegura pesaroso.

«Mi mujer y yo apenas hemos dormido estos días, sólo algunas cabezadas y a trompicones, y en esos momentos piensas de todo. Unas veces, la cabeza se va hacia lo peor; otras, a lo mejor», relata desde Madrid. Timoteo es el padre de Bruno Martínez Pledel, de 49 años, y se encontraba en la Sierra de Guadarrama cuando se dio de bruces con la peripecia. «Sabía que regresaba el domingo. Ese día le mandé un mensaje y no me contestó. El lunes le llamé otra vez y también al trabajo, y nada, así que bajé a Madrid, y allí, en el teléfono de casa me encontré con el mensaje de un amigo que decía que ninguno de los cuatro habían salido de la cueva».

Timoteo no paró hasta que en la mañana de ayer contactó con «don Mariano, un sargento de la Guardia Civil», que le puso al día. «Mañana (por ayer) pensaba ir a Cantabria, pero todo se ha solucionado felizmente. Ha sido muy angustioso, porque es antinatural que le pase algo así a un hijo».

A la hora de escribir esta información, Timoteo no había hablado con su hijo, pero está sosegado. «Alfredo ya no es un niño. Es ingeniero de Minas y sabe lo que hace, me llamará cuando pueda». Joaquín y Timoteo, ayer, durmieron tranquilos. Por fin.

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