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El lugar que ocupaba la bolera San José de La Albericia, donde jugaba la Escuela Toño Gómez, es hoy un solar
Otra bolera menos en la capital

Otra bolera menos en la capital

Las instalaciones desaparecen y se abandonan, víctimas del desarrollo urbanístico y del cambio de costumbres

José Ahumada

Domingo, 28 de mayo 2017, 12:36

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La bolera San José, en La Albericia, ha sido la última en caer, víctima del progreso urbanístico: en el lugar que ocupaban corro y bancos, hoy un solar, habrá enseguida una plazoleta. La gente del barrio cuenta que, hace ya años, uno podía entrar al bar Tuco, coger unas cervezas, pedir las llaves y meterse a echar una partida con los amigos. En los últimos tiempos eran los chavales de la Escuela Toño Gómez los únicos que andaban tirando bolas en ella, que era de titularidad municipal. "Yo cuidaba de ella, podaba los árboles... había puesto las quimas dentro", cuenta José Antonio Gómez, su responsable. "Parece que a la gente le estorban los críos. Antes estaba en Porrúa, y la bolera ahora está haciendo hierba, para cagar los perros".

La lista de boleras caídas en Santander es larga, aunque también hay que decir que el número de ellas es sorprendentemente alto: según un censo de principios de siglo XXI, había 44 en la capital, a las que habría que sumar las más recientes de Camarreal, la Peña del Cuervo y, por supuesto, la cubierta de Cueto. Entre las desaparecidas, los aficionados veteranos recuerdan con especial nostalgia la del Frente de Juventudes, en la calle Vargas, donde tantas noches de sábado se vivieron apasionantes desafíos entre los grandes el Zurdo de Bielva, Salas, Cabello, Ramiro; tampoco olvidan la de La Arboleda ni, por supuesto, La Carmencita, junto al matadero y la Plaza de Toros, frecuentada por ganaderos de reses bravas, tratantes de ganado y médicos de Valdecilla, además de bolistas y musistas. El desarrollo de la ciudad pasó por encima de todas ellas. El Verdoso, la primera gran bolera, construida a finales de los 70 y con capacidad para acoger a más de 2.000 espectadores, vino a sustituir a las que desaparecieron en la zona de Cuatro Caminos.

Junto a estas, afamadas, convivían muchas otras de existencia discreta, como las de los bomberos y los seminaristas de Corbán o todas las de barrio. "En los años 50, cuando se construían los bloques de casas, esa era su dotación deportiva. Con el tiempo, se ha ido perdiendo lo de echar una partida por la tarde con los amigos, y ahora prima la competición, así que cuando te encuentras una bolera arreglada, generalmente es porque tiene un equipo detrás", explica Gerardo Cueto, responsable del área de Cultura en la Federación Cántabra de Bolos.

"Las primeras boleras que nos quitaron en Santander fueron las calles", dice Javier Santamaría. Este entendido en bolos durante décadas fue federativo, ahora es articulista en El Diario Montañés y tiene el programa de radio Ahí van los bolos en Arco FM se está refiriendo al bando publicado en 1627 por su alcalde, para prohibir que se jugase en cualquier parte. Visto así, parece que la relación de la ciudad con los bolos ya empezaba con mal pie.

El boom

Santamaría habla de un boom de los bolos en los años ochenta. Con Juan Hormaechea de alcalde, daba la impresión de que se inauguraba una cada mes. "En esos años se llega al techo histórico de peñas participando en ligas federadas. Como dato ilustrativo: entonces había 18 grupos de Tercera cada uno tiene doce peñas, y ahora hay cuatro. En los últimos 25 años han desaparecido cien peñas en toda Cantabria".

Aquella proliferación de boleras se entiende por la mínima inversión que requieren: una vez que se dispone de terreno, lo más caro es el armazón metálico sobre el que se posan los bolos son 500 euros, y hacer un sistema de drenaje; con unos tablones para delimitar el perímetro de juego y polvo de cantera para el piso, la instalación mínima está lista. De la misma manera, se puede hablar del valor sentimental que pueden tener, o de lo bien que se estaba bajo la sombra de los árboles, pero no se puede decir que se pierdan grandes obras arquitectónicas cuando se desmantelan.

Según Fernando Diestro, presidente de la Federación entre 1988 y 2016, los bolos tuvieron su edad dorada en los años 90, con Gonzalo Piñeiro en el Ayuntamiento y José Manuel Riancho reconocido aficionado, como concejal de Deportes. Con ellos salieron adelante los proyectos de las modernas boleras cubiertas de Peñacastillo (Mateo Grijuela) y Cueto (Marcelino Ortiz Tercilla), un podio que se completa con la de Teka, propiedad de la fábrica, y situada bajo su techo, actualmente sin actividad. "El uso de las boleras es menor. La juventud y la sociedad ya no se mueven en torno a las boleras, y cuando hay una oferta deportiva tan amplia el número de instalaciones que había ya no es necesaria. Lo que hace falta es mantener el juego y la tradición y que sigamos teniendo bolos".

La aparición de estos grandes estadios de bolos tiene su lógica cuando el juego se ha ido orientando hacia la competición: las ligas y los concursos siguen manteniendo el interés del público. Mientras, las boleras de aficionados languidecen y se abandonan. Del casi medio centenar mencionado al comienzo de este reportaje, son unas quince las que se han quitado, se han olvidado y han dejado de tener actividad de competición.

Adiós a una bolera de postal

No obstante, esta especie de darwinismo bolístico tiene sus excepciones, y Diestro menciona el caso de la de San Martín, "una que no debería haber desaparecido por su valor como escaparate".

Precisamente fue eso lo que la condenó: situada al principio de Reina Victoria, sobre Gamazo y con buenas vistas al mar, contaba con un entorno de postal. Los paseantes se asomaban con curiosidad por la barandilla cuando oían ese sonido como de marimba de los bolos. "De cara al turismo, era la mejor forma de que se interesaran y conocieran el juego destaca Javier Santamaría. No es que tuviese muchísima actividad, pero estaba bien cuidada y preparada".

No es esta la misma opinión que tenían en el Ayuntamiento cuando, en 2014 poco después de que los bolos se declarasen Bien de Interés Cultural inmaterial, decidieron eliminarla. Íñigo de la Serna se refirió a ella como un espacio municipal "infrautilizado", un parque "sombrío y degradado", que, coincidiendo con la disputa del Mundial de Vela se transformó en una plaza "vanguardista y atrevida".

"Fue una guarrada", resume Vicente Bores, de la peña Hermanos Bores-Los Pinares. "Lo que pasa es que molestábamos por el Mundial de Vela. Era un parque al que bajaban los niños, y ahora se tienen que sentar en el suelo. A mí me han hecho perder mucho dinero, y no solo por lo que me he gastado haciendo cosas allí: tengo que estar pateando la calle para meter chapas (la publicidad de la bolera), pero los anunciantes saben que no es lo mismo estar ahí que en el parque de Los Pinares".

"Las boleras están desapareciendo en todas partes", se lamenta Serafín Bustamante, actual presidente de la Federación. "En los bolos se prima más la competición que el ocio, así que si una de estas boleras sin peña no está al lado de un bar no triunfa, porque no se juega. Una bolera cuidada da gusto verla; una abandonada, da tristeza".

Por ambientarse, el periodista se acerca hasta la de la Asociación de Vecinos Juan Blanco, en General Dávila. No la encuentra a la primera y pregunta a una muchacha, muy amable y educada, que le indica dónde está. Es un rectángulo de tierra grisácea; en la parte más sombría ha empezado a crecer hierba. Como le ve con ganas de bajar, la chica le advierte: "Está lleno de pulgas".

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