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Tras la valla, los vecinos esperaron la llegada de los Reyes en la zona del monumento a Pereda.
«Abuela, estoy viendo a los Reyes»

«Abuela, estoy viendo a los Reyes»

Algo más de mil personas vieron a los Monarcas tras la valla, a mucha distancia

Álvaro Machín

Sábado, 24 de junio 2017, 07:58

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Había dos chicas andaluzas. De punta en blanco. Maquilladas y vestidas como para una boda. «Abuela, ¿estás haciendo la comida? Yo estoy aquí viendo a los Reyes en Santander y voy a salir por la tele». Se debió enterar media Sevilla. «La han entrevistado los del telediario y ha dicho que están guapísimos». Entre una y otra, llamaron (o mensajearon) a medio listín. Había personas debatiendo sesudamente sobre uno de los pozos de Cristina Iglesias. Que si era una fuente, que si las mareas, que si una papelera, que si sube al niño para que vea mejor... «Hace calor, mete los pies». Entretenimientos para matar la espera. Había también un grupo de mujeres orientales. Les ponían una valla delante y se reían. Escuchaban los silbatos de los afectados por lo del Banco Popular (les tenían al lado) y se reían. Para ellas todo era una fiesta, un jolgorio. Se quedaron sin ver a los Reyes de cerca... Y se reían. A otros les hizo menos gracia, pero echaron la mañana entre la curiosidad y las anécdotas. Ver, lo que es ver, las más de mil personas que estaban detrás de la valla no vieron mucho. A Sus Majestades a no menos de cien metros. Alguno, hasta decía que la Reina iba «de amarillo» (que no). Saludaron un par de veces en la distancia y la gente les devolvió el gesto con un aplauso. Con cariño. «Para una vez que tenemos la oportunidad». Pero todo, desde lejos. Muy lejos. Es el resumen de casi cinco horas detrás de una valla.

«Pues estoy aquí donde el Centro Botín, viendo esto, que luego viene el Rey. Vente hombre...». Llamada telefónica de un jubilado junto a los caballitos pasadas las diez y media. A esa hora ya había un grupo numeroso pululando por los Jardines y una señora luciendo una bandera de España («de España hasta la médula», decía la mujer ya a última hora, cuando estaba recogiendo). Los agentes de la Policía Nacional fueron echando al personal para atrás. Tiempo de espera. «Pues nada, aquí, a ver si viene el Rey», «¿no nos van a dar banderitas?»...

En estas cosas siempre es curioso ver cómo se mata el tiempo. Aparte de los debates sobre la escultura del pozo (para muchos, fuente), el otro tema estrella fue adivinar por dónde iban a venir. Hubo teorías de todos los gustos. En helicóptero y que aterrizarían en la azotea. Una de las opciones que se puso sobre la mesa. Luego el asunto cambió a quién es ese cuando colocaron una mesa en el pasillo central de los Jardines para controlar la lista de invitados. Vallado en forma de pasillo y control de seguridad para que no entrase nadie que no estuviera en el papel. Empezó el desfile. Hubo recibimiento afectuoso para el cardenal Osoro y para el obispo Sánchez Monge, que llegaron juntos. Pero al podio de los más aplaudidos se subieron Paloma OShea, Renzo Piano y, especialmente, Ruth Beitia. «¡Campeona!».

Vallas, agentes, perros y pinganillos

  • Ya desde primera hora de la mañana, la patrullera de la Guardia Civil iba y venía por la bahía. Fue una de las imágenes del despliegue de seguridad. Policía Nacional (vinieron dotaciones de fuera), Local, vigilantes de una empresa privada y el equipo de hombres con corbata y pinganillo que acompaña a los monarcas (además de los agentes de la Benemérita de la embarcación y algún otro en tierra firme). Entre las estampas, la del policía que había en la azotea del edificio o los adiestradores que controlaban a dos perros policía olisqueando por todo el espacio acotado. En el balance del día, ninguna incidencia destacada.

Puestos a sacarle punta al desfile, las diferencias entre los miembros del Partido Popular aquí también se pusieron de manifiesto. Primero, Buruaga (con Diego Movellán, Ana Madrazo y Samuel Ruiz) y, a la debida distancia, Ignacio Diego (junto a Blanca Martínez). A un señor alguien le gritó que se pusiera bien la corbata. El tipo se detuvo y, como si estuviera ante un espejo, obedeció las indicaciones del personal. Pero lo mejor fue lo de una señora y tres señores. Mayores ya. Con todo el dispositivo montado, la gente amontonada a ambos lados de la valla y los vigilantes de seguridad al fondo enfilaron el pasillo. Con toda tranquilidad. A alguno, ya de lejos, le pareció curioso que ella llevara una bolsa de supermercado en la mano. Para estas cosas no pega... Llegaron hasta el final, todo convencidos, pero tuvieron que darse la vuelta. No estaban invitados. Carcajada general. «Yo es que no sabía».

La llegada

Pasadas las doce y media, ruido de sirenas. Los pesimistas «yo creo que deben estar dentro y no les hemos visto» y los optimistas «que no, que pasarán por aquí». Y ni una cosa ni otra. Aparecieron los coches por la Grúa de Piedra y a duras penas distinguieron por altura a Don Felipe. «Ahí están. Sí, sí», «casi ni les hemos visto...».

Para el saludo tuvieron que esperar a que pasaran de un edificio al otro. Visión fugaz. «Viva el Rey!». «¿La Reina cómo iba? Es que yo soy bajita y no he visto nada». Y de ahí hasta que volvieron a verles (cuando se fueron), los minutos pasaron en medio de una pequeña discusión: los afectados del Banco Popular reclamando su derecho a protestar y otra gente recriminándoles que no era el sitio. La cosa se embarró cuando de un lado gritaron «¡policía!» (y no era para tanto) y, del otro, le soltaron a una señora que protestaba que se parecía «a la Zaldívar»... Un poco chusco todo.

El caso es que ya cerca de las tres y tras el susto por la caída de Ana González Pescador por las escaleras, los Reyes salieron y volvieron a saludar de lejos. Aplausos, gritos y alguna decepción. «Se podían haber acercado», decía un mujer. «Calla le contestó su amiga, que yo hace mucho que no me reía tanto».

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