Ensalada de pasta para irte a la playa
Con muy poco, puede dejar de ser aburrida y ser un plato apetecible, sencillo y feliz
Táper en la nevera, toalla en la bolsa y chanclas puestas..., tenemos el plan hecho, comer en la playa; pero justo cuando te imaginas ese ... momento glorioso en el que sacas la comida, te topas con la ensalada de pasta, la de siempre, sosa, pegajosa, sin gracia.
No sé muy bien en qué momento se convirtió en sinónimo de plato de emergencia, pero creo que merece una reivindicación urgente. Porque, bien hecha, puede ser mucho más que una mezcla de cosas frías y sin alma, puede ser sabrosa, ligera, apetecible e incluso elegante, y también puede viajar en táper sin perder la dignidad. Esta receta está pensada para eso, para comer en la playa, en la oficina o donde te pille el verano, pero sin renunciar al gusto, al equilibrio y al disfrute.
Lo primero es elegir bien la pasta, mejor si es corta y con forma, como fusilli, penne o los caracolillos que no sé por qué les llaman tiburón, que recoja bien el aliño y aguante el tipo. Conviene cocerla al dente, porque una vez aliñada y reposada siempre se reblandece un poco. Aquí es donde os doy un truco sencillo, una vez escurrida, extiéndela en una fuente ancha para que se enfríe sin apelmazarse, nada de pasarla por agua, que se lleva por delante buena parte del sabor.
El aliño es decisivo, no vale con un chorrito de aceite y vinagre al azar, queremos algo que sea sorprendente, algo que sea profundo, que tenga carácter, aquí funciona una mezcla que nunca falla, seis cucharadas de buen aceite de oliva virgen extra, una de vinagre suave, otra de zumo de limón, una cucharadita de mostaza, sal, pimienta y, si te gusta, un pelín de miel. Todo agitado en un tarro con tapa hasta que emulsione. Sabroso, cremoso, equilibrado y, sobre todo, se agarra bien a la pasta y aguanta sin separarse.
Los ingredientes no deben ser muchos, pero sí bien elegidos. Aquí os propongo una combinación que a mí me parece que funciona siempre, calabacín crudo cortado en tiras finas con un pelador, o en tiras finas si tenéis un espirilizador en casa, tomates cherry –mejor enteros si va a estar horas fuera de la nevera–, queso curado en lascas –puede ser parmesano, manchego, comté, vuestro preferido de Cantabria o el que tengáis en la nevera–, unas hojas de albahaca o menta para dar frescor y una buena lata de bonito en aceite, escurrida con mimo y desmigada con cuidado. Ese bonito es el as bajo la manga, añade sabor, proteína y textura sin complicaciones, y si eliges una buena conserva, la diferencia se nota.
La ensalada puede hacerse un par de horas antes de salir y guardarse en un táper. Si se hace con tiempo, tanto mejor, porque la pasta se empapa del aliño y los sabores se asientan. También le podéis añadir unas hojas de rúcula, pero al final, como también el queso y las hierbas, justo antes de comer, porque buscamos que se mantengan más frescos. Y si no concibes una comida sin pan, una buena rebanada le va de maravilla, porque esta ensalada lo pide a gritos.
No es alta cocina, ni falta que le hace. Es cocina de verano, pensada para disfrutar sin complicarse, para comer bien aunque estés en chanclas y con la toalla llena de arena. Porque con muy poco, una ensalada de pasta puede dejar de ser aburrida y convertirse en lo que debería ser: un plato apetecible, sencillo y feliz.
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