¿Y hoy qué hacemos con el pan duro?
Lo bueno no siempre está recién hecho, las cosas se pueden rescatar si uno tiene paciencia
En casa, en más de una ocasión, todos tenemos esa barra que se quedó olvidada en la panera, la que ayer crujía al partirla y ... hoy parece una herramienta de defensa personal. Y, aunque el primer impulso es tirarla, pero, claro está que el pan duro tiene algo de nobleza antigua, de resistencia silenciosa, como si se negara a dejar de ser útil. En el fondo, solo necesita un poco de atención para volver a la vida, porque el pan, incluso cuando ha perdido su frescura, conserva la capacidad de darnos de comer y de hacernos pensar.
Basta un poco de imaginación para entender que el pan seco no es un fracaso, sino una oportunidad, aunque quizás se pueda considerar un fracaso el no haber hecho el día anterior una salsa lo suficientemente rica como para acabar con su existencia. Con él se pueden hacer picatostes de verdad, de esos que crujen al caer sobre una crema de verduras o un salmorejo, y que transforman un plato sencillo en algo con carácter. También se puede rescatar con un tomate bien maduro y un chorro de aceite el clásico pan con tomate, que en realidad alcanza su punto perfecto cuando el pan está seco y la miga absorbe el jugo sin deshacerse. Y si hay hambre de hogar, nada como una sopa de ajo o unas migas, esos platos de otra época que siguen sabiendo a vida sencilla, a paciencia, a fuego lento.
El pan duro también se presta a los caprichos dulces, torrijas en su versión más tradicional, o en salado, remojadas en leche y huevo y pasadas por la sartén: acompañadas de jamón, setas o queso son algo a tener en cuenta, apuntadlo. Incluso los postres más humildes, esos pudines de pan que huelen a canela y a merienda de domingo, nacen de un trozo olvidado que se niega a rendirse. Y si el día no está para experimentos, basta con pasarlo por la tostadora, frotarlo con un poco de ajo o aceite y colocar encima una onza de chocolate. No hay pan duro cuando hay infancia en la memoria.
Rallado, el pan viejo se convierte en el mejor aliado para rebozar o gratinar, y tostado recupera toda su dignidad como base de una tosta improvisada con tomate, sardinas o lo que se encuentre en la nevera. Hasta el gazpacho o el salmorejo lo necesitan para tener cuerpo, para ser lo que son. No es casualidad que el pan siempre ha sido siempre el ingrediente que une, el que sostiene.
No es un problema
Al final, el pan duro no es un problema, sino una lección que nos enseña que lo bueno no siempre está recién hecho, que las cosas se pueden rescatar si uno tiene paciencia, y que en la cocina, como en la vida, lo importante no es lo que sobra, sino lo que somos capaces de hacer con ello. Quizá por eso, cuando uno recupera ese trozo que iba camino del cubo y lo convierte en algo que huele bien y sabe mejor, siente una pequeña victoria, la de reconciliarse con la comida de verdad, la que no se tira, la que piensa, la que respeta.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión