El valor de disfrutar de cada bocado
«No hay plato pequeño ni grande si se vive con ilusión, como tampoco hay paso pequeño en un camino largo si se da con esperanza»
Estos días tengo a alguien muy cercano en casa que me está dando una lección sin proponérselo. Mi hijo se está recuperando de una operación de esas que exigen paciencia, tiempo y fuerza de voluntad. No es fácil aceptar que la vida te frene de golpe, sobre todo cuando tienes toda la energía por delante, pero él, con su manera de ser, me recuerda que incluso en los momentos más difíciles hay pequeños placeres que ayudan a seguir adelante. Uno de ellos, quizá el más constante, es la comida.
A mi hijo le gusta comer, y lo digo así, sin adornos, porque no todo el mundo sabe hacerlo de verdad, hay gente que se sienta a la mesa por pura rutina, quien no mira más allá del plato, quien no encuentra en ello más que un trámite. Pero él no, él disfruta y puede emocionarse con un steak tartar bien hecho, con toda la elegancia que tiene un plato clásico y refinado, y a la vez sonreír con el mismo entusiasmo frente a un arroz con huevo y salchichas, eso que él llama «comida normal».
Esa naturalidad, ese saber moverse entre lo sofisticado y lo sencillo, me parece una virtud inmensa, porque en la vida, como en la mesa, lo que importa no es la etiqueta, ni el precio, ni el prestigio, lo que importa es disfrutar, y disfrutar de verdad, con la misma pasión ante un manjar que ante el sabor humilde que nos acompaña desde niños.
Todos tenemos un plato así, ese refugio que nos conecta con la infancia y que nos reconcilia con los días malos, el clásico guiso de la abuela, en el caso de mi hijo un simple puré de verduras, una sopa sencilla, unas patatas fritas compartidas. Y también tenemos el otro extremo, esa comida especial que nos hace sentir que celebramos algo, que abrimos una ventana al mundo, y yo creo que la clave está en no renunciar a ninguno de los dos lados, en saber que todo tiene su momento y que lo valioso es la actitud con la que nos sentamos a la mesa.
Mientras miro con la entereza que ha afrontado esta situación, pienso que quizás esta operación no sea solo un paréntesis, sino también una oportunidad. Igual que con la comida, cada paso, cada ejercicio, cada día cuenta, no es cuestión de correr, sino de aprender a disfrutar el proceso, de saborear cada pequeña mejora. Habrá días fáciles y otros más cuesta arriba, pero todos, de alguna manera, dejarán algo valioso.
Por eso, este artículo va dedicado a él, aunque no le guste ser protagonista, porque estoy seguro de que su recuperación será lenta, sí, pero también llena de aprendizajes que le acompañarán siempre, y porque me parece un ejemplo de lo que deberíamos aplicar todos, saber disfrutar de cada bocado, de cada momento, con paciencia, con gratitud y con alegría.
Al final, no hay plato pequeño ni grande si se vive con ilusión, como tampoco hay paso pequeño en un camino largo si se da con esperanza. Y yo sé que él lo hará, porque lleva dentro esa capacidad de disfrutar y de aprender que vale tanto o más que cualquier medicina.