Mi vecina Guadalupe
Su arroz de gallina es sinónimo de hogar, de sencillez bien hecha... y su tarta de chocolate, espectacular
Hay personas que dejan huella no por lo que dicen, sino por lo que cocinan. En mi caso, esa persona ha sido siempre Guadalupe, mi vecina de toda la vida. Desde que tengo memoria, su cocina ha sido un faro de aromas reconfortantes, sabores inolvidables y secretos compartidos con generosidad. No era una chef famosa ni tenía un restaurante, pero su talento para la cocina, y especialmente para la repostería, la hacía, a mis ojos de niño, algo así como una maga de las ollas y los moldes.
Los cumpleaños en casa no eran tales si no llegaba la esperada tarta de chocolate de Guadalupe. Era un bizcocho húmedo, intenso, un equilibrio perfecto entre crema y chocolate, con ese glaseado que brillaba como barniz dulce. Aún hoy, cada vez que pruebo un pastel de chocolate en cualquier parte del mundo, lo comparo con el suyo pero ninguno ha logrado superarlo.
Pero si bien sus dulces eran prodigiosos, había un plato que para mí era sinónimo de hogar, de sencillez bien hecha, de ternura servida en bandeja, su arroz de gallina.
Sin florituras
La receta parecía casi un juego, y quizás por eso me encantaba, sin florituras ni técnicas imposibles, solo buenos ingredientes y cariño.
La idea es hacer un arroz blanco tradicional, sin complicaciones y una vez cocido, se deja enfriar para pasarlo luego, en un molde rectangular, de los de bizcocho, con bordes altos; y ahí se empieza el montaje.
Primero una capa de arroz, después unos taquitos de jamón y aceitunas verdes picadas, un poco del queso que más nos guste, pero un queso que tenga un poco de carácter, y nuevamente arroz. En la siguiente capa ponemos un poco de carne de gallina, o pollo, desmigado y más queso. Se trata de repetir el proceso hasta tener el molde completo hasta arriba.
«Gracias, Guadalupe, por enseñarme que lo más rico no siempre es lo más complicado»
Es importante prensarlo bien para que al desmoldarlo no se nos desmorone. Al final, lo coronamos con más queso y lo metemos al horno, lo justo para gratinar.
El resultado es un pastel de arroz que podéis cortar en porciones perfectas, firme por fuera y suave por dentro, lleno de sabor y siempre reconfortante.
Lo mejor de todo esto es que nos da muchísimas opciones para el relleno, porque os lo podéis imaginar con la carne de un guiso que nos ha sobrado y un poco de la salsa, o atún con tomate, con pisto, o incluso con pollo desmenuzado y pasas. Es una receta deliciosa y de aprovechamiento de restos, una receta de economía, ingenio y amor por partes iguales.
Hoy, muchos años después, sigo recordando con absoluta nitidez los filetes empanados que le hacía a Santi cuando llegábamos del colegio. Y no puedo evitar sonreír mientras yo mismo, en mi cocina, repito su receta de arroz de gallina y le doy mi propio toque, unas veces con pollo al curry, otras con verduras asadas. Pero en el fondo, sigue siendo su plato.
Este artículo es un pequeño homenaje a ella, y a tantas personas anónimas que alimentan a los suyos con lo que cocinan, y que a través de una receta sencilla dejan una marca imborrable en quienes tenemos la suerte de probarla.
Gracias, Guadalupe, por enseñarme que lo más rico no siempre es lo más complicado.
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