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Receta de torrijas de Francisco Martínez Montiño, 1611 RC
Torrijas: del paritorio a la sacristía

Torrijas: del paritorio a la sacristía

GASTROHISTORIAS ·

Sábado, 16 de abril 2022, 08:09

Bombones, cestas de frutas, postales de felicitación y flores, muchas flores. Eso es lo que encontrarán ustedes en la habitación de una madre que acaba de dar a luz. También habrá algún peluche que otro, muchos regalos, familiares, amigos y una mujer feliz con su bebé pero completamente extenuada. Aunque las emociones sean las mismas que han acompañado a cualquier nacimiento a lo largo de la historia, las circunstancias y el ambiente han cambiado. Antiguamente la escena habría tenido lugar en casa en vez de en un hospital, la parturienta tendría únicamente compañía femenina y en lugar de bombones veríamos una gran fuente de torrijas.

Traer una criatura al mundo era hace siglos algo mucho más habitual y a la vez infinitamente más peligroso que ahora. Las mujeres tenían mayor número de hijos, pero no era raro que los partos se complicaran y acabaran, si no en tragedia, sí con hemorragias, infecciones y fiebres. Para evitar estas u otras futuras dificultades se recomendaba que las embarazadas llevasen una vida lo más tranquila y regalada posible. El doctor Juan Alonso, catedrático de la universidad de Alcalá y autor en 1606 del libro 'Diez previlegios para mugeres preñadas' (sic) aconsejaba consentirlas prácticamente en todo «para que de afrentadas no mal pariesen». Las mujeres encintas tenían ciertos privilegios en caso de que su situación doméstica o económica lo permitiera: por ejemplo satisfacer su apetito cuando y como quisieran sin atenerse a los ayunos prescritos por la Iglesia, librarse de sangrías y purgas medicinales, elegir dónde querían parir o escoger a su comadrona. El alumbramiento ideal era el que tenía lugar en su propia habitación o en una estancia segura, limpia y cálida, con la asistencia de una comadrona experta y la compañía de amigas o parientes encargadas de tener a mano paños, agua y todo lo que fuera menester.

A la madre se le daban alimentos nutritivos y fáciles de digerir como caldos de carne, gachas de cebada y miel, pan blanco, confituras, pasas o vino dulce aguado. En la obra del doctor Alonso y en otras anteriores como el 'Libro del arte de las comadres y del regimientos de las preñadas y paridas' (Damián Carbón, 1541) podemos encontrar menciones a los alimentos indicados para coger fuerzas tras el parto. Los médicos de entonces recomendaban evitar las comidas sólidas durante los dos o tres primeros días y sustituirlas por manjares blandos, reconstituyentes y elaborados con los mejores ingredientes que se tuvieran a mano.

Aunque ahora sean un dulce típico de Semana Santa, las torrijas sirvieron durante siglos como reconstituyente para las mujeres que acababan de dar a luz

La dieta de las puérperas incluía vino tinto especiado, caldo de vaca con miel rosada, zumo de membrillo cocido con dátiles, caldo de gallina vieja con jengibre, sopas de pan... y torrijas. Según la medicina hipocrática este dulce constituía un sustento perfecto para enfermos, convalecientes o mujeres recién paridas debido a su textura suave y a la combinación de pan blanco, leche, miel, huevos y especias. Se creía que la canela facilitaba el parto y la expulsión de la placenta, mientras que la leche de burra y la miel cocida corregían los humores y aceleraban la subida de leche a los pechos.

Aquellas golosas rebanadas de pan eran a la vez medicina y deleite, tanto que no pocos hombres envidiaron esta tradicional prebenda femenina. En el siglo XVI el escritor Juan Arce de Otálora puso en boca de uno de los personajes de 'Coloquios de Palatino y Pinciano' que «si todas las torrejas que dan a las paridas son tales, razonablemente se pagan de los dolores del parto. Por sólo comerlas se habían de poner en peligro». Por su parte el dramaturgo granadino Antonio Mira de Amescua escribió en 1629 que «linda cosa es el parir si torrijas se han de almorzar».

Huevos y miel, de regalo

Conocidas en castellano como torrijas o torrejas, la misma receta recibía también otros nombres que evidenciaban su íntima asociación con los nacimientos: en Menorca eran «sopes de partera», en Galicia «torradas de parida», en Portugal «fatias de parida» y en ladino, el idioma de los judíos sefardíes, «fritas o revanadas de parida». Cuando nacía algún niño en la familia cercana o en el vecindario era habitual hacer una visita y llevar de regalo una cesta de huevos o un tarro de miel, para que los anfitriones pudieran elaborar torrijas con las que agasajar a la parturienta y de paso también a los invitados. También eran parte fundamental de los convites de bautizo y de los banquetes de vigilia, ya que los ingredientes con los que se hacían respetaban la abstinencia de carnes.

Por eso se convirtieron en una receta típica de fechas en las que la Iglesia prohibía consumir carne, como Nochebuena (las torrijas siguen siendo navideñas en Cantabria, Portugal y Brasil) o Cuaresma. Su ahora estrecha relación con la Semana Santa no se estableció hasta mediados del siglo XIX, así que pensándolo bien no es tan herética ni tan rebelde esa moda que ha llenado todos los restaurantes de torrijas caramelizadas, torrijas de brioche y torrijas saladas. Lo verdaderamente rebelde será que las embarazadas vuelvan a pedir torrijas en vez de bombones.

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