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El Seve Ballesteros fue, durante las cinco horas de apagón total en el resto de la región, un oasis de normalidad en medio del caos. Allí, como en el resto de aeropuertos españoles, cuentan con generadores propios –denominados técnicamente grupos electrógenos de contingencia– para tener electricidad en caso de incidencias o emergencias. Gracias a ellos, las instalaciones funcionaron durante el mediodía y las primeras horas de la tarde como cualquier otro día. A la una de la tarde, los pasajeros embarcaban como si no ocurriese nada extraordinario y muchos ni siquiera se habían dado cuenta de que, fuera de esas cuatro paredes, no había luz ni red telefónica. Algunos se percataron porque el teléfono, al intentar llamar o mandar mensajes, daba error, pero en los primeros momentos de la incidencia lo achacaban a un fallo puntual. Los agentes de la Guardia Civil que trabajan en el aeropuerto se encargaron de resolver las dudas y tranquilizar a aquellos que mostraban preocupación, trasladándoles la existencia de esos generadores con los que contaban en las instalaciones para garantizar que los vuelos no se vieran afectados por situaciones como este apagón.
Desde la llegada a las instalaciones del Seve se apreciaba la normalidad. Las entradas y las salidas del parking funcionaban, también sus carteles luminosos de 'plazas libres' y las máquinas para pagar el tíquet. Una vez dentro del edificio del aeropuerto, todo en la misma línea. Las pantallas de las compañías aéreas daban información a aquellos que tuvieran que facturar su maleta y los letreros con los horarios de las salidas y llegadas también daban los datos habituales. En el control de seguridad, el protocolo era el de siempre: dispositivos electrónicos fuera de las mochilas y maletas, pasajeros pasando por el arco de seguridad y directos a la puerta de embarque para subir el avión correspondiente. Los mensajes por megafonía, lejos de informar sobre fallos eléctricos, daban los avisos cotidianos de vuelos a punto de despegar y llamadas a los pasajeros más rezagados.
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«Me dice mi hijo que en Granada no hay luz», comentaba, pasada la una y media de la tarde, una mujer que estaba a punto de embarcar hacia Marrakech. «Ni allí ni en toda España», le respondía otra, a lo que una tercera añadía: «No, si tampoco hay en Portugal ni Francia». Eso ya eran palabras mayores y empezó a generarse inquietud entre las tres pasajeras, que, de todos modos, no tuvieron dudas cuando llegó el momento de embarcar: «Bueno, esperemos que cuando aterricemos ya se haya resuelto todo». A otros pasajeros no les funcionaba la aplicación de la compañía aérea para poder enseñar su tarjeta de embarque y trataban de buscar solución con los operarios del aeropuerto, entre los que reinaba la calma al saber que la energía de las instalaciones aeroportuarias estaba asegurada.
En la cafetería, el servicio también funcionaba con normalidad y muchos pasajeros hacían tiempo para sus vuelos en las mesas, tomando un tentempié. También en la tienda daban el servicio habitual, donde las baterías externas estaban agotadas. Como explicaron los empleados, ya no quedaban antes de que se produjera el apagón, al tratarse de un dispositivo muy útil para alargar la batería de los móviles y ordenadores en viajes largos.
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