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MIGUEL PÉREZ
SANTANDER.
Domingo, 27 de octubre 2019, 07:41
Los santanderinos que durante los últimos quince años hayan pisado asiduamente la calle son los mejores testigos de lo que técnicamente se conoce como el ... cambio de modelo del comercio minorista. Es decir, la sustitución de los negocios tradicionales, históricos, de los que antaño uno salía con nuevos amigos, por una colección de franquicias, establecimientos de trinchera y resistencia, tiendas cuya creatividad les mantiene aún a salvo de la competencia 'on line' y, sobre todo, lágrimas. Muchas lágrimas. «Hoy finaliza un sueño que empezó hace más de 60 años y que perdurará para siempre en nuestros corazones», reza estos días la página de Lucio Herrezuelo, el último clásico en bajar la persiana en el centro de la capital cántabra.
Y con él otros 145 comercios han echado el cierre este año en toda la región. Un ejercicio revelador de que el territorio tiene mala venta. Baste un ejemplo: marzo es un buen mes para estudiar el comportamiento comercial. No hay rebajas ni 'cuestas' ni día de los enamorados. Pues bien, las ventas interanuales del sector minorista cayeron un 3,1% en Cantabria mientras en el resto de España crecieron un 0,3%. En mayo la actividad aumentó el 0,5% frente al 3,1% nacional. Y en julio se registró una subida del 3,4%, pero de nuevo el promedio español se disparó por encima, al 4,7%. Y así en abril, agosto... Meses y meses en el furgón de cola.
El cansancio hace mella. «Hablamos de un sector muy diversificado. La tónica general es la desilusión y la incertidumbre ante un futuro que no se ve claro», destaca el secretario general de la Federación de Comercio Coercan, Gonzalo Cayón. «Hay una apatía generalizada a la hora de hacer cosas. Tenemos que ser un colectivo que supere el pesimismo y la resignación. La cebra no debe preocuparse del león, sino correr más que el resto de las cebras. Esa es la clave. Por tanto, habrá que hacer planes estratégicos y los comerciantes deberemos poseer la capacidad de decidir nuestro destino», receta gráficamente Rodolfo del Barrio, responsable de la Asociación de Comerciantes de Torrelavega, la zona cero de la crisis junto con Santander, Castro Urdiales y Reinosa, según los estudios de la Unión de Profesionales y Trabajadores Autónomos (Upta).
Francisco Martín | Consejero de Industria y Comercio
«Necesitamos un plan de apoyo potente del Gobierno en coordinación con los ayuntamientos, igual que se ha hecho con otros sectores como el agroalimentario, al que han adjudicado seis millones de euros. Se los merece. Da unas alegrías enormes a la economía de Cantabria, pero el comercio minorista también es un agente muy importante y carece de valoración y respeto por parte de la clase política. La demostración está en el abrumador número de locales vacíos en los centros urbanos», advierte Miguel Rincón, presidente de la Asociación de Pequeños y Medianos Empresarios, Comerciantes y Autónomos de Cantabria (Apemecac). «De cara a la Navidad le echaremos imaginación y haremos campañas, pero si el consumidor cobra mil euros de sueldo, esto ya no da más de sí», concluye Agustín Ordejón, cabeza visible del gremio en el casco histórico de Santander, un espacio que «todavía se salva gracias al turismo porque cualquiera busca la zona antigua cuando llega a una ciudad. Y porque para ver un Zara, va a cualquier sitio».
En total funcionan en la Comunidad 9.314 pequeños establecimientos al por menor; 145 menos que el año pasado, una cifra que se viene repitiendo en los últimos ejercicios como parte de «una bajada pausada pero continuada». El gremio es altamente sensible y le afectan otras crisis. Cuando los demás sufren, él padece; y en ese sentido la Upta contabilizó en 2018 la destrucción de un total de 480 actividades económicas en la región, el cuádruple respecto a 2017. El círculo lo cierra el empleo: enero arrancó con 41.503 trabajadores autónomos, 726 menos que hace siete años, «y la pérdida es sobre todo en el comercio y la hostelería», precisa Eduardo Abad, responsable de la asociación, quien aprecia desde hace años una «burbuja del emprendimiento», muy tóxica en el caso de estos gremios.
Eduardo Abad | Upta
Y lo explica: de los 41.503 autónomos, 15.000 son comerciantes u hosteleros, lo que pone de manifiesto «una sobredimensión de la oferta: demasiados activos en un mismo sector, de modo que éste va arrojando fuera a los de menor experiencia profesional. En parte, la política de tarifa plana ha hecho que gente sin cualificar irrumpa en una actividad de alta exigencia donde hay que saber del producto y calcular márgenes. Y eso, además de cierres, provoca que los menos profesionales no compitan en calidad sino en precio. Es necesario cambiar la cantidad por la calidad del emprendimiento».
Gonzalo Cayón añade, por su parte, que muy pocas tiendas «arrancan con una contratación alta. Lo normal es la pareja o padre e hijo». Los cierres se ceban principalmente en los negocios más alejados de los centros urbanos y los de carácter familiar «porque las segunda o terceras generaciones o tienen una carrera u otro trabajo o no se aventuran a seguir».
Santander supone la «locomotora económica» y Torrelavega su primer vagón, pero también son las dos ciudades con mayor caída laboral (63 y 24 autónomos menos, respectivamente). Otros cuarenta municipios han perdido empleo autónomo. Aparte de los ya citados, destacan Reocín, Marina de Cudeyo, Santoña y Piélagos, con entre diez y quince bajas.
Los años no perdonan al minorista. Entre el amplio abanico de factores que le afectan negativamente figura la complicación de metabolizar una transformación social reciente que ha barrido hábitos, tradiciones y la percepción de calidad. «Llega un momento en que lo primero que mira la gente es el precio», avisa Agustín Ordejón. El modelo de consumidor ha cambiado radicalmente respecto al cliente de los años 70, el que preguntaba sobre el género y recibía respuestas del profesional situado al otro lado del mostrador mientras los niños pegaban la nariz en el escaparate. Hoy, esos clientes han desaparecido, se han hecho ancianos o cobran una jubilación escasa y a veces compartida con sus hijos. Y aquellos niños han formado parejas adultas que hacen sus compras en las grandes superficies, las franquicias de moda y las cadenas tecnológicas, el ecosistema que eclosionó mientras ellos se hacían mayores.
Incluso los 'milennials' son ya trabajadores y consumidores activos, pero en su caso «por internet -corrobora Eduardo Abad-. El comercio está en una situación en la que no es capaz de avanzar para dar un servicio novedoso al nuevo consumidor, pero tampoco puede dárselo a los de atrás porque gastan limitadamente. Vive en tierra de nadie, de una clientela situada en un término medio que envejece. Hay que mover el avispero y hacer frente a los nuevos retos de consumo». En esa senda, Apemecac apuesta por crear una «plataforma global en la red que funcione como un gran Inditex» englobando a los negocios de Cantabria.
¿Y qué dice el Gobierno? El consejero de Industria, Innovación, Transporte y Comercio, Francisco Martín, considera que las tiendas tradicionales tienen «sobrada capacidad» para «reinventarse» y hacer frente a las grandes superficies y la venta 'on line'. Las instituciones llevan tiempo aplicando una técnica de microcirugía: ayudas, planes promocionales y programas de formación encaminados a mejorar la competitividad. A ofrecer nuevos atractivos que empujen al ciudadano a volver la vista a las tiendas de cercanía. Se trata de un gremio «clave» en la economía regional y que juega un papel importante como «generador de empleo» y «dinamizador del territorio», dice Francisco Martín. Lo vertebra.
Su consejería acaba de adjudicar subvenciones por 740.000 euros a los minoristas y otros 169.586 para quince asociaciones. A nivel particular se verán beneficiados 218 solicitantes -el Ejecutivo recibió 261 peticiones, 47 de la cuenca del Besaya y 217 del resto de municipios- en un plan que «incentiva las inversiones en los establecimientos»; desde su reforma hasta la asunción de tecnología.
Miguel Rincón | Apemecac
Alberto Cortez cantaba a los amigos que desaparecen. No hay luto cuando un comercio cierra. «Nace y muere silenciosamente. Te enteras cuando pasas por delante del local vacío o alguien te lo cuenta», comenta Rodolfo del Barrio. Olvido, sí. El olvido sí existe. Un paseo en Santander entre la plaza del Ayuntamiento y Cuatro Caminos revela a su alrededor un cementerio de sueños, decenas de escaparates polvorientos y carteles que anuncian alquileres o ventas. Entre las calles Consolación y Julián Ceballos de Torrelavega, Apemecac contabiliza 40 locales clausurados.
Agustín Ordejón reconoce que dentro de estas lonjas se acumulan el dolor, la frustración y las ilusiones truncadas de propietarios que «habían hecho de su negocio un proyecto vital. Es triste». «No olvidemos tampoco a los que continúan abiertos pero con un endeudamiento terrible que les corta la posibilidad de comprar stock o renovarse. Esa es otra realidad silenciada», añade Miguel Rincón.
Ninguno de ellos ve un futuro claro, ni siquiera en ciernes de la Navidad. «Habrá algo más de alegría, pero no se puede vivir de un mes al año», lamenta Del Barrio, que además cita el desequilibrio provocado por el 'Viernes negro'. Cientos de miles de ciudadanos adelantan a noviembre las compras navideñas por esta jornada de descuentos, que este año moverá 1.700 millones de euros en nuestro país. Una parte irá a los minoristas -con un 20% de aumento de ventas previsto-, pero la porción principal se la reparten internet, las grandes superficies y franquicias. Los artículos tecnológicos son los más demandados aunque España cuenta con una particularidad: el 'Viernes negro' se aprovecha para comprar cerveza.
En 2006 Papa Nöel todavía visitaba Cantabria. Las ventas de diciembre alcanzaban los 165,4 millones de euros. En 2012, con cuatro años de crisis a las espaldas, se hundieron a 108,5. El año pasado fueron 116 millones. «Volvemos al principio: con mil euros de salario y teniendo que pagar agua, electricidad, gas y manutención nadie hace milagros», insiste Ordejón. Ni en Navidad.
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