«Si huele a castañas es que es Navidad»
Personajes de Navidad ·
El comerciante prepara estos frutos en una de las cuatro locomotoras de la familia Salas que hay en Santander, en la calle Jesús de MonasterioEs como reunir toda la Navidad en un cucurucho de papel. Un regalo efímero que portan miles de personas en invierno y que, a pesar de no llegar siquiera a la mesa, ya pertenece al menú habitual de las fiestas. Son las cinco de la tarde y la locomotora verde y negra de los Salas -familia de comerciantes ya conocida tanto en Santander como en Torrelavega- comienza a expulsar su aroma a lo largo de la calle Jesús de Monasterio. El olor inconfundible de las castañas funciona exactamente igual que una de esas campanas que anuncian el recreo en las escuelas. Todo el mundo acude, como niños, a la llamada.
Julián Andrés Gutiérrez ejerce como maquinista de este tren durante la Navidad y, tan pronto como la maquinaria alcanza los sentidos de los viandantes, no queda otro remedio que pedir una docena, por 2,5 euros. «Cuando las estoy asando, sólo el humo ya me trae recuerdos de mi país», expresa el colombiano, del municipio de Armenia, ataviado con un mono azul donde lo guarda casi todo. Desde entonces «hasta las 22.00 horas, más o menos», permanecerá entre las tres paredes de este ferrocarril en miniatura.
Pero lo primero es lo primero: «Al llegar, lo esencial es picar las castañas. De lo contrario, explotan en el fuego», y enseña un cubo rojo repleto de ellas, con un corte en el centro. Sólo hoy, serán treinta kilos en total los que lleven esa distinción, nada menos. Sigue: «Luego hay que asegurarse de limpiar bien todas las bandejas de los restos del día anterior», y extrae cada uno de los pisos con agujeritos que componen el horno. «Este es uno de los pocos quemadores que funcionan con carbón», revela Gutiérrez, al tiempo que remueve los frutos con unas pinzas. A su lado, una bombona de gas de color azul completa el equipo, al menos, como refuerzo en caso de que sea necesaria.
«Estos frutos tienen el poder de unir a la gente. De hecho, la mayoría de clientes son parejas»
Entonces abre de nuevo uno de estos cajones, y saca una castaña, pero esta vez con sus guantes. «Este es el...», y otra voz interrumpe la exposición. Los clientes empiezan a llegar. Así será durante toda la tarde. «¿Ves? Está amarillita por dentro», prosigue, y la regala como muestra. Más pasajeros suben al tren. «En invierno, y especialmente en Navidad, los clientes no paran de venir. Desde las 19.30 hasta las 21.00 horas es cuando más se acercan a comprar», asegura el colombiano, que estima en más de doscientos cucuruchos las ventas de un solo día a estas alturas del año. De hecho, «oficialmente, para nosotros las fiestas empiezan el 15 de noviembre, cuando los puestos de castañas comienzan a llenarse de gente. Si huele a castañas es que se acerca la Navidad», data el vendedor, que habla de las fiestas como «una época muy especial». Otro matrimonio pide en ese momento una docena más. «Cuidado, están calientes», advierte el castañero, encantado de rodearse de estos frutos.
Asando castañas desde 1932
Hay una pequeña placa dorada en uno de los costados de la locomotora, firmada por la familia Salas. Pronunciar la palabra castañas en Santander es casi tanto como decir el nombre de este linaje. Sus seis trenecitos en Santander, Torrelavega y Maliaño ya forman parte del paisaje de la región. Además de la que ocupa Julián Andrés Gutiérrez en la calle Jesús de Monasterio de la capital, estas máquinas están instaladas en la Plaza Porticada, en la Plaza Juan Carlos I, en Las Estaciones, Valle Real y en Torrelavega. Y cada una con su firma de La Polar. Y es que, cuando no es Navidad, la familia contrasta este don con una tradición centenaria como fabricantes de helado, suministrando a establecimientos y también a los transeúntes con carritos propios por la ciudad.
Se despide, y vuelve al quemador. Durante las fiestas el fuego requiere más atención que nunca, tal y como señala. «Uno no puede permitirse alargar mucho la conversación con los clientes, porque entonces se queman las castañas», asegura. A su lado, todas las personas que esperan a cruzar la calle miran el puesto de reojo. Dos jóvenes cogidos de la mano valoran la posibilidad de hacerse con uno de esos cucuruchos calientes. Hace frío, y hasta el hombrecillo rojo del semáforo, que no cambiará de color en un buen rato, parece estar empeñado en convencerles de tal idea. Finalmente, se acercan a la locomotora y repiten una frase que ya forma parte del guión de la estación: «Una docena, por favor».
También para jugar
Hay algo que Gutiérrez nota en cada venta, «el poder de este producto para unir a la gente». No en vano, y después de sondear el mercado durante semanas, el quindiano ha podido comprobar que las parejas componen la mayor parte de su clientela. Pero hay más: «También los antiguos -como llama él a las personas mayores- son los que más se acercan a la locomotora. Les gusta mucho el aroma, el trenecito, la tradición...». De hecho, hay algo sorprendente que ha escuchado mucho a estos últimos: «Más de una vez me han llegado a decir que las castañas son afrodisíacas». De hecho, constata, «hay una pareja de ellos que todas las noches me compra una docenita antes de irse a casa», y sonríe de vuelta a la locomotora.
Le fascina el olor, el humo, el producto, la gente. Todo, especialmente porque en su país de origen no existe la tradición de asarlas. «En Colombia no se venden de esta manera. De hecho, en Armenia -uno de los principales focos del eje cafetero colombiano- yo solía jugar de niño junto a muchos castaños. Cuando llegué a España y las ví, pensé: ¿con esto jugaba yo?», recuerda. El vendedor podría enumerar anécdotas sobre su país una detrás de otra: «Tengo un amigo que solía prepararlas fritas con huevos revueltos y tomate, una auténtica delicia».
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