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Un mano a mano deslucido
Morante de la Puebla y Juan Ortega se van de vacío en una tarde marcada por el flojo nivel de los toros
Es una pena. Porque todos los que estábamos ayer en la plaza hubiéramos dado parte del alma para que un animal le hubiera embestido a ... Morante de la Puebla. Nada, dos o tres tandas, que ese traje bordado en hilo blanco hubiera sido testigo de otra tarde para la gloria. Pero nada. Los animales no respetaron la leyenda, que por otra parte tampoco tuvo su tarde. Porque la mente de Morante va a su ritmo, el que marca el compás de un misterio ayer oculto. El de La Puebla el año pasado pasó de la nada al todo en Santander. Ayer, del todo al muy poco. En su año de asentamiento como la mayor figura que han visto varias generaciones, Cuatro Caminos perdió la oportunidad de adorar al mesías del toreo.
Y lo hizo, básicamente, porque el gran olvidado de todo el rito, el toro, no quiso ser parte de la fiesta. Si de ganado hablamos, en apenas 24 horas la Feria de Santiago ha pasado del puchero de cocido montañés a la deconstrucción de algún tipo de plato con apio nabo y vinagre de Módena. De la contundencia al minimalismo, de la rotundidad de los Miura a un encierro con tres hierros (El Pilar, Domingo Hernández y Álvaro Núñez), en el que sólo el segundo, con el hierro de Hernández, quiso embestir. Alguno se tapó por la cara, porque los pitones asomaban al cielo, pero a la corrida en general le faltó remate, raza, bravura, hechuras, casta y todos los etcéteras que le quieran poner a una res bravo. Por favor, cuidemos al toro, que es lo más importante de la corrida que lleva su apellido.
La ficha
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Ganaderías Se lidiaron dos toros de El Pilar (1º y 4º), mal presentados y sin fondo, dos de Domingo Hernández, (2º y 3º) repetidor y con cierta casta uno, aplomado tras el tercio de varas el otro, y dos de Álvaro Núñez (5º y 6º), escasos de remate, sin clase y bruscos en el embroque final.
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Morante de la Puebla Estocada (ovación con saludos), Cuatro pinchazos, estocada que hace guardia y estocada (silencio) y estocada (ovación saludada desde el callejón).
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Juan Ortega Pinchazo, estocada y aviso (ovación con saludos tras leve petición), pinchazo, media estocada y aviso (silencio) y pinchazo, estocada y aviso (silencio).
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Incidencias Plaza de toros de Cuatro Caminos, lleno en los tendidos, en tarde con sol, nubes y lluvia en algún pasaje. Presidió el festejo Jesús Javier Plaza. Saludo tras el tercio de banderillas del tercero de la tarde Iván García.
La tarde de Morante se resume en las verónicas de saludo al primero, en un natural en la faena de muleta, en un recibo por chicuelinas con el capote recogido al tercero y en sus ganas de reconducir la brusca embestida del toro de Álvaro Núñez que hizo quinto. El de La Puebla se puso con gallardía y aguantó parones, tirones y miradas sin que el trazo de la embestida resultara limpio. En ese animal fue Iván García el encargado de llevarlo al caballo, lo que hizo que el respetable clamara con olés la posterior lidia del subalterno. Eso, la verdad, que sobraba. En el tercero, hace no tanto, el torero se hubiera llevado una bronca por zurrar al animal en el caballo, por abreviar y porque la estocada hizo guardia, pero el Morante de 2025 está por encima de eso. Eso sí, arrimado a tablas, el toro se le vino cruzado y le pegó un topetazo en el pecho al matador de los que duelen y que, bueno, usaremos como excusa para su desconexión posterior.

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Lo cierto es que la atención iba para La Puebla, pero fue Ortega el que pudo triunfar en su primero. Desde el quite con tafalleras, rematado con una media, hasta un inicio por bajo, de rodilla genuflexa, en la que la mano diestra llevó el timón. Lo cierto es que lo mejor del trasteo fue el comienzo y el final, unos doblones mecidos por la brisa del Guadalquivir en los que, ésta vez, lo mejor llegó por la zurda. El de Domingo Hernández había empujado en varas y en la muleta se movió con celo con el hocico por el suelo, con maneras de animal encastado. El diestro quiso torear tan despacio que en todas las tandas el toro acabó tocando la muleta a partir del tercer pase, lo que enfrío un trasteo en el que el sevillano dejo claro que lo suyo va por otra parte y el temple, el de verdad, es cosa de los elegidos. Pincho antes de matar y saludó una ovación.
A partir de ahí, poquita cosa. El cuarto, de El Pilar, un colorado acapachado que nunca hubiera debido salir por chiqueros, no quería por arriba y no podía por abajo. Salió humillador, revoltoso en el capote, pero llegó a la muleta con la única intención de permitir a Ortega algún muletazo suelto. En el sexto, con la tarde ya cuesta abajo, lo mejor fue que la estocada final puso fin a la agonía.
Por rematar, mi amigo Manolo, que de música sabe tela, comentaba ayer que la banda de música este año suena de categoría, que es un ejemplo para otras plazas. Dicho queda, más allá de que alguien tiene que orientarles para cuándo hay que tocar y cuándo no.
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