Eduardo Castillo
«He trabajado con siete presidentes. Para algunos el protocolo era un rollo y para otros fundamental. He sido un privilegiado, un testigo en primera fila de la historia de Cantabria»
Eduardo Castillo se jubila este mes después de cuatro décadas como jefe de Protocolo del Gobierno de Cantabria. Nacido hace 69 años en Renedo ... de Piélagos –por casualidad, porque la matrona estaba allí– de una familia de Polanco, por su despacho han pasado siete presidentes, desde Ángel Díaz de Entresotos hasta María José Sáenz de Buruaga, pasando por Juan Hormaechea, Jaime Blanco, José Joaquín Martínez Sieso, Miguel Ángel Revilla e Ignacio Diego. Su excelente memoria le permite recordar anécdotas y detalles de cada uno de ellos, y también sobre aquellos años de preautonomía en los que comenzó su carrera en el grupo parlamentario de Solidaridad Cántabra, formado por los diputados del Grupo Mixto, en 1982.
–¿Cómo saltó un joven de Polanco al Parlamento?
–Yo estaba en UCD con Ambrosio Calzada y me fichó para preparar las intervenciones, controlar las iniciativas parlamentarias... Y en 1984, cuando el presidente José Antonio Rodríguez dimite, entro al Gobierno y me nombran secretario general de la Presidencia para Protocolos y Medios de Comunicación. Después, en el 87, llega Juan Hormaechea y mi relación con él no era excesivamente buena, así que me marché de jefe de gabinete de Roberto Bedoya a la Consejería de Presidencia. Y desde 1995, ya con Martínez Sieso de presidente, volví a la jefatura de Protocolo del Gobierno de forma ininterrumpidamente hasta ahora.
–¿Han cambiado mucho los políticos desde entonces?
–Ahora llevan los enfrentamientos a un plano más personal. Hay más inquina, más crispación. Antes tenía un follón tremendo en el hemiciclo y luego se iban a tomar café juntos. Yo no lo entendía en aquel momento.
–¿Y el protocolo ha cambiado? ¿Es ahora menos estricto?
–Ahora tiene muchísima más importancia la imagen porque todos y cada uno de los asistentes a cualquier acto son fotógrafos en potencia con un móvil en la mano. Los actos públicos tienen que ser lo suficientemente amenos que enganchen al espectador. Eso antes no se miraba mucho.
–Ha trabajado con siete presidentes de Cantabria. ¿Todos le hacían caso?
–Con algunos he tenido una relación más personal, con otros solo profesional. Para algunos el protocolo era un rollo y para otros era fundamental. Me quedo con que he sido un testigo de primera fila de la historia de Cantabria. Desde aquellos viajes en coche con Ángel Díaz de Entresotos a los 102 municipios de la región hasta acompañar a María José Sáenz de Buruaga, el mes pasado, al Palacio Real al acto del Toisón de Oro... He sido un privilegiado.
–Vamos uno por uno con los presidentes. ¿Cómo recuerda a José Antonio Rodríguez?
–Era un hombre absolutamente cercano y muy comprometido. Era la alegría personificada. Venías a trabajar y veías al presidente subir la escalera de tres en tres corriendo... Te daba una fuerza y un empuje...
–Jaime Blanco.
–Era un hombre con convicciones y con mucho sentido de Estado. Un poco como Alfredo Pérez Rubalcaba. Sabías que podías discutir con él por no coincidir con sus ideas, pero te respetaba absolutamente. Eso me gustaba mucho de Jaime.
–Con Juan Hormaechea ya ha dicho que no tenía mucha afinidad.
–Sí, pero era un animal político, eso no se lo podía discutir nadie. Tuvo una visión de las cosas como poca gente ha podido tener. Otra cosa es el trato personal o profesional. Hormaechea tuvo dos etapas. La primera fue mucho más dura que la segunda, más liviana.
–¿Y cómo lidiaba desde protocolo con que un presidente llevase cachorros de tigre a una rueda de prensa?
–De una manera muy, muy complicada porque tampoco sabías que lo iba a hacer. Él no te contaba esas cosas ni lo que se le pasaba por la cabeza. Era un hombre temperamental, aunque políticamente tenía una visión tremenda de las cosas. Y ahí están las pruebas de lo que hizo con independencia del trato personal, que con él era un poco más complicado.
–José Joaquín Martínez Sieso.
–Fueron ocho años maravillosos. Hubo muchísimo trabajo, pero José se fiaba siempre de mi opinión. Para mí es un gran tímido. Y el hecho de que yo estuviese a su lado le daba tranquilidad. Él salía con el papelito de protocolo y lo cumplía a rajatabla. Hicimos un trabajo concienzudo, apasionante y él te dejaba hacer porque se fiaba en lo que tú hacías. Guardo un grandísimo recuerdo de él y creo que hoy es amigo mío.
–Miguel Ángel Revilla fue menos dócil, me imagino.
–Es un personaje aparte. Por su forma de ser no le gustan las alharacas ni los corsés. Es completamente campechano. La primera etapa con él fue un poco más complicada. Está en su pleno derecho de hacer las cosas como él quiera, pero para el jefe de Protocolo es complicado. Te pones nervioso porque no tienes controlado lo que pasa, aunque por otro lado, él nunca te iba a regañar por nada. Recuerdo que él mismo decía: «El protocolo es un papeluco que a veces leo y a veces no». Pero hiciera lo que hiciera nadie se echaba las manos a la cabeza por nada. Todo el mundo sabía cómo era Revilla.
–¿Y Nacho Diego?
–Era temperamento en estado puro. Le tocó una etapa bastante complicada. No había dinero y tuvo que hacer muchos recortes. Él tenía el empuje y la fuerza, pero... No sé si me va a reñir por decirlo, pero creo que nunca dejó de ser alcalde (antes de presidente fue regidor de El Astillero). Él quería hacer todo, y eso no podía ser. Hace falta equipo. Mira, una vez un consejero me dijo: «A mí no me traigas un problema. A mí me lo explicas, me das tres posibles soluciones y yo decido». Los políticos deben fiarse de los técnicos.
–Y, por último, María José Sáenz de Buruaga.
–Ella es la razón por la que prorrogué tres años el trabajo y retrasé la jubilación. La conozco desde hace mucho tiempo y es un placer trabajar con ella. Muy disciplinada. Su capacidad de trabajo, cómo pregunta y entiende todo... Está absolutamente comprometida y se fía de lo que tú estás diciendo y de tu criterio.
–¿Recuerda cuál ha sido el momento más tenso de sus cuarenta años en Protocolo?
–(Contesta muy rápido) Sí, la entrega del título de Hija Adoptiva de Cantabria a Paloma O'Shea. Y a Jesús de Polanco.
–Qué claro lo tiene...
–Sí, sí. En el primero me confirman su asistencia la Infanta Margarita, los ministros Isabel Tocino y Francisco Álvarez-Cascos, que exigió presidir el acto, cuando ese honor le correspondía a Martínez Sieso porque era la comunidad la que entregaba el premio. Llamaron de Madrid... En fin, un día complicado. Así que al final decidí proponer a la Infanta como presidenta del acto. En aquellos años, nadie iba a discutírselo.
–¿Y el de Jesús de Polanco?
–Cuando mandamos las invitaciones, el presidente del Tribunal Superior de Justicia de Cantabria (TSJC) era Claudio Movilla, pero antes del acto le nombran magistrado del Supremo. Le sustituye César Tolosa en funciones. Ambos confirman que vienen. Y justo el día del acto, nombran a Sánchez Pego presidente del TSJC. Y también decide asistir. Los tres invitados como presidentes del Tribunal, pero es a Tolosa al que le damos esa distinción en el acto. Sánchez Pego se queja y le digo: «Usted todavía no ha tomado posesión». Así que después fue donde Martínez Sieso y le pidió prestados mis servicios para que organizara su toma de posesión en el TSJC.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión